30 de enero de 2008

En Blanco y Negro

Foto por Prof-B (CC Some Rights Reserved)

Caminaba por la calle con paso indeciso, mirando hacia arriba sin estar muy segura de encontrar lo que buscaba. Cada diez pasos volvía a mirar el reloj de pulsera, que le recordaba con el ceño fruncido que llegaba tarde al colegio. "Ya es la tercera vez este mes, tu verás, guapa". Eso le pasaba por conservar aquel reloj gruñón en lugar de haberlo cambiado por uno de esos móviles tan chulos que tenían sus amigas. Que no sólo daban la hora, sino que además tenían juegos, cámara de fotos, música... "Y tú, ¿qué? ¡Si encima siempre retrasas!" No podía estar siempre contando con un margen de quince minutos porque al señor se le diera por tomárselo con calma. Después de todo era su único trabajo y no sólo era incapaz de hacerlo bien, sino que encima tenía la caradura de acusarla a ella de tardona. Claro que esta vez no era culpa del reloj, sino del duende calvo que se le había colado en casa aquella mañana. Se tropezó con él cuando sacaba la leche de la nevera y se llevó tal susto que había estado a punto de estrellar la botella contra el suelo. "¡Ten cuidado, niña tonta!" le gritó el tipejo verde con una vocecilla chirriante que le hizo cosquillas en el oído. "Tengo una misión para ti" le anunció a continuación. A lo que ella le contestó diciendo que ella ya tenía una misión: tenía que ir al colegio. Lástima que sus padres no hubiesen estado ahí para oírla, no habrían dado crédito a sus oídos. A lo mejor hasta se hubiesen sentido un poco orgullosos de ella. "Mira, niña, no te estoy pidiendo algo. Te lo estoy ordenando". A ella le dió ganas de morirse de risa ahí mismo. Fijo que de una patada mandaba al pequeñajo ese al otro lado de la ciudad. Pero el duende, que parecía leerle el pensamiento, se apresuró a dejarle las cosas claras. Porque él sabía que ella estaba preparando a conciencia un examen de física, sabía que esas fórmulas intrincadas se resistían a entrar en su cerebro de mosquito, que los nervios se la habían jugado más de una vez, que tenía pavor a la profe y aún más a sus padres, que no iban a admitir otro fracaso. La castigarían para siempre, su vida quedaría reducida a una triste senda solitaria. El duende le aseguró que no sólo podía conseguir que la aprobaran, sino que podría incluso sacar un diez. "No, un diez no, que eso les va a oler mal... Pero un ocho estaría bien". Había conseguido captar su atención, ¿qué había que hacer? Sólo tenía que entregar un mensaje en la calle en Blanco y Negro, al otro lado de la ciudad. Buscar la ventana roja, en un tercer piso, entrar en el edificio, llamar a la puerta con una "B", decir que venía de parte de Jamendus, dar el mensaje, dejar un sobre, largarse. No entendía por qué no podía ir él mismo en lugar de enviar a una niña inocente en horario de clase. Pero eran cosas de duendes, no cabía esperar que nadie las entendiera.
Allí estaba, la ventana roja. Entró, empezó a subir las escaleras desvencijadas, aspiró el olor a moho, perdió el resuello al llegar al rellano del segundo piso, siguió subiendo, se detuvo frente a la puerta con una "B" dorada descolorida, llamó al timbre que no sonaba, golpeó la puerta, preguntaron quién era, dijo de parte de quién venía, le abrió una señora enorme desdentada, la hizo pasar. "¿Cuál es el mensaje?" le preguntaron. Ella respiró hondo y soltó, sin entender una sola palabra de lo que estaba diciendo: "Se busca secretaria trilingüe, con total disponibilidad horaria, carnet de conducir y disposición para viajar, dones diplomáticas, informática a nivel usuario, experiencia de diez años en empresa de ámbito multinacional. Retribución: 12.000 euros brutos anuales". La señora, que parecía haber estado traduciendo las palabras en cifras, agarró el sobre sin preguntarle y contó rápidamente los billetes que había en su interior. Pareció satisfecha, le dijo que ya podía irse.
Según iba bajando las escaleras, creyó oír a su reloj de pulsera diciendo algo así como: "¡Pues vaya una mierda de sueldo! ¡Así no hay quien se compre un piso!" Pero ella estaba tan contenta que al llegar a la calle empezó a tararear una canción que, poco a poco, fue acallando los comentarios molestos del artilugio... "¡Te la vas a cargar! ¡Es tardísimo!"... El mundo a su alrededor fue recobrando el color y ella iba a sacar nada menos que un ocho en física, ¡qué bien!

25 de enero de 2008

Hacia el Infinito y más Allá

Foto por Antiguan Life (CC Some Rights Reserved)

Recientemente nombrado el más popular de la granja, Pablo nos enseña orgulloso la medalla conseguida tras arduo trabajo. Empieza explicando que es de origen humilde. Su madre, a la que recuerda con cariño, había sido una gallina blanca de las de toda la vida, de esas que acaban dando sabor insípido a un triste caldo. Se muestra reacio a hablarnos de su padre, pero al insistir un poco (somos de esos a los que les encanta meter el dedo en la llaga) confiesa con amargura que apenas le conoció: sólo sabe que una afonía crónica le había llevado a la bebida y que había muerto siendo aún joven. Pablo vió la luz en una granja mal gestionada donde los inquilinos tenían serias dudas sobre la competencia de los dueños. De hecho, cuando nuestro héroe salió del cascarón abundaban las conspiraciones e incluso se hablaba de montar una rebelión a lo George Orwell, sólo que sin cerdos. Afortunadamente no fue necesario llegar a tal extremo: la granja fue adquirida por una pareja hippie que supo hacerse con las riendas del negocio e irrumpió en el mercado ofreciendo un producto totalmente innovador para la época, lo que ahora conocemos todos bajo la etiqueta de "La Granja Feliz". Pero volvamos a retroceder en el tiempo, centrándonos en la historia de nuestro héroe. Cuando era pequeño, no era más que un polluelo del montón. Nadie conserva recuerdos de esa etapa tan anodina de su vida, ni siquiera su madre sabía por entonces si sería gallo o gallina. De hecho, el "13" que le estamparon en el culo no presagiaba nada bueno. Fue al colegio como el resto de los pollitos, donde fue un alumno mediocre. Nos confiesa que entonces era muy callado y que ya había empezado a ser consciente de que era algo diferente a los demás, aunque sin poder determinar la razón debido a su corta edad. En la adolescencia, cuando ya empezaba a asomar ese penacho rojo tan masculino que ahora le caracteriza, empezó a aficionarse a la ópera y a la poesía. Las gallinas se reían de él y le llamaban "el freaky", así que no le quedó otra que juntarse con otros "freakies" de aficiones igual o más extravagantes. Intentó encontrarse a sí mismo, sumergiéndose aún más en su pasión por la música y la literatura medieval, pero seguía perdido como el que más, esperando a que surgiera el milagro que diera un vuelco a su vida. Fue entonces cuando una simple película de tarde de sábado le hizo ver las cosas claras: su auténtico objetivo en la vida era abrazar el éxito a través de la popularidad. "Ser popular es lo único que importa" ha comentado muchas veces desde entonces. Cuando comprendió esto, su vida dió un giro de 180 grados. Dejó de dirigirle la palabra a sus amigos raros, se dedicó por entero al cuidado de su imagen, archivó sus partituras, quemó los libros, aprendió a decir cosas ingeniosas, aduló a todo el que hiciera falta para ganarse la simpatía de los demás... y así, poco a poco, se fue convirtiendo en el Pablo que conocemos. Las gallinas, que ya no se reían de él, le seguían con la mirada al verle pasar, todas ellas secretamente enamoradas de él. Un destacado gallo VIP le invitó a unirse a su club exclusivo donde se juega al golf, al póker y al cricket mientras se discute sobre política internacional y calentamiento global. "Lo importante," ha dicho recientemente en una conferencia de prensa, "es que en esta granja todos tenemos las mismas oportunidades para alcanzar el éxito. No importa el color, el tamaño, ni la especie... Todos podemos alcanzar nuestro sueño si ponemos empeño en ello." Su voz de barítono despierta todas las mañanas a sus compañeros, que se apresuran a llegar a sus puestos de trabajo animados por el ejemplo de Pablo. Antes de despedirnos de él, muy ocupado desde el nombramiento, le preguntamos qué es lo que espera de la vida ahora que ha alcanzado su objetivo. Se sonroja por un momento y nos dice que planea irse a Hollywood. "Me han ofrecido varios papeles, entre ellos uno para una película que coprotagonizaría con el cerdito Babe." Ese es nuestro Pablo, un tipo ambicioso que necesita traspasar fronteras, llegar a lo más alto y luego ir más allá. Quién sabe, el día menos pensado igual nos lo encontramos al frente de de un país, imponiendo la Paz con la fuerza de las armas. Después de todo, ya está más que demostrado que para eso no hace falta siquiera ser buen actor.

21 de enero de 2008

Camino de Perdición

Imagen por Merrick Brown (CC Some Rights Reserved)

La paciente 4815162342, a la que en adelante se llamará Sofía por motivos más que evidentes, llegó a nuestro centro una madrugada de lunes totalmente desquiciada. Según el informe de la enfermera Romeral, conocida por su gran meticulosidad y su afición desmedida a los toros, la joven llegó a la clínica exactamente a las tres y diez de la madrugada, acompañada por un tipo grande con acento extranjero que tenía mucha prisa por marcharse. Cuando se le preguntó cuál era su relación con la paciente, este señor afirmó que, gracias a Dios, ninguna. Al pedírsele que se identificara, dejó su nombre, teléfono y número de pasaporte. Explicó que era finlandés y que trabajaba como profesor de literatura en un instituto pijo desde hacía unos diez años. Todos los datos fueron corroborados días más tarde por sus compañeros de instituto y algunos alumnos, así como por varios miembros del Consulado Finlandés en esta ciudad. Antes de marcharse, hizo la siguiente declaración a la enfermera Romeral: “La muy pxxx llamó a la puerta una noche lluviosa. Estaba completamente empapada y no pudimos dejarla marchar. Los primeros días estuvo muy callada y hasta nos dio pena. Hablaba en sueños. Por eso nos enteramos de que había estado metida en una secta, o algo peor. Lógicamente nos empezó a dar miedo. Sobre todo cuando se empeñó en llamarnos vagabundos noruegos, pese a que le repetíamos una y otra vez que éramos finlandeses y que para vagabunda, ella. Luego quiso adueñarse del piso, echarnos de nuestra propia vivienda acusándonos de “okupas”… Por fin mis compañeros y yo nos hemos armado de valor para traerla hasta aquí con engaños (le prometimos ayudarla a encontrar a una tal Ana en unos grandes almacenes). Mis compañeros me están esperando fuera, pero prefieren no entrar”. Antes de marcharse añadió: “No se molesten en tratar de localizarnos. Nos vamos esta noche del país. No queremos que la loca nos localice cuando salga de aquí, así que hemos decidido vender el piso y empezar una nueva vida en alguna playa tropical”.
Sofía es una paciente de 29 años, un metro setenta de altura, 58 kilos de peso… Sin antecedentes médicos de interés. Ha estado ingresada en el pabellón psiquiátrico desde la noche del 7 de enero y su diagnosticó es reservado. No sólo insiste en cambiar la profesión y nacionalidad de sus anfitriones, sino que además repite una y otra vez una historia nada verosímil acerca de un maniquí llamado Roberto, que según ella se comporta como un ser humano (respira, habla, se mueve… e incluso se enamora). Dado que las técnicas al uso no han dado ningún resultado con Sofía, hemos decidido recurrir a otras de carácter más experimental. Recientemente hemos organizado un concurso en las facultades de Arquitectura e Informática de Gestión para ver si algún alumno daba con alguna ocurrencia que pudiera ayudarnos a curar a la joven. Surgieron ideas como la de pasar del Windows al Linux, que es gratis y funciona mejor, o de cambiar la fachada del edificio, que cualquier día se derrumba… Pero lamentablemente los alumnos no pudieron ayudarnos a encontrar el tratamiento que pudiera curar a nuestra paciente, que día a día ha ido empeorando. Especialmente desde que vino a visitarla un sujeto llamado Matías Sánchez, el cual afirmó que era su marido (cosa que se comprobó más tarde que no era cierta). Nada más verle, Sofía se puso a gritar como una histérica y hubo que proceder a sedarla de inmediato. Incluso bajo los efectos del sedante, se negó a volver a ver al tipo en cuestión, que desapareció poco después como por arte de magia. La joven lloró desconsoladamente el resto del día y nos consta que en sueños llamaba a Matías pidiendo que le abriera cierta puerta misteriosa. A esas alturas estábamos totalmente desconcertados. Fue dos días después cuando desapareció, no sin antes dejar una nota para la cocinera, felicitándola por la calidad de sus platos (ninguna mención a los médicos y enfermeras que nos desvivimos por ella). Consideramos que al no ir medicada es peligrosa y por ello esperamos que la policía ponga especial hincapié en su caza y captura. Ni que decir tiene que todo el personal del hospital, está a su completa disposición para aclararles cualquier duda.

17 de enero de 2008

Bajos Fondos

Foto de J. Star (CC Some Rights Reserved)

Le dije a Matías una simple e inocente mentirijilla, pero bastó para que volviera a echarme de allí, diciendo que no era digna de no sé el qué. Cualquier cosa con tal de perderme de vista un rato. Matías se muere por conseguir que me largue, vive para ello, sueña con ello. No tengo la culpa de que le pusieran a cargo de mi formación y él lo sabe, pero no duda en pagar su frustración conmigo.
Le dije que tenía que salir a comprarme unos zuecos. "¡Pero si no eres enfermera!" me dijo. Pues claro que no lo soy, ¿pero acaso eso no me da derecho a comprarme unos zuecos? ¿O lo que le había molestado era que fueran blancos? Porque yo no veo porque no me los puedo comprar. Después de todo, son un calzado clásico despegado de la moda imperante.
Sin embargo, esta vez Matías ha acertado. La verdad es que no tengo dinero ni para unos zuecos. Desde la última subida de los tipos de interés, todo mi sueldo se lo lleva la hipoteca del piso. Cuando acabo de trabajar en la oficina, a eso de las siete, me voy al centro a mendigar, a ver si me dan para la cena. Para el agua de casa me suele llegar, que la factura no sube mucho, pero en lo que a la luz, la calefacción y el teléfono se refiere... ya ni me acuerdo de ellos. Me imagino que vivo en la época de la Revolución Francesa y tan contenta. El recibo del Impuesto sobre Bienes Inmuebles lo pasan en septiembre, así que todavía tengo unos meses para ahorrar. En cuanto a la basura, ya les he dicho que no hace falta que me la recojan... No sé por qué se empeñan en seguir pasando con el camión todas las mañanas.
Matías es un mendigo de los de verdad, no como yo, que soy de palo. Vive de ocupa en un edificio a las afueras, con otros como él. Cuando no piden limosna se dedican a elaborar complicadas teorías revolucionarias con las que pretenden echar nuestro mundo abajo. A mí todos me tachan de capitalista por ser la propietaria de un piso de 30 m2. Ya les he dicho que no es justo, pero no escuchan. He ofrecido mi piso a la causa (ahora lo comparto con cinco mendigos noruegos que ni siquiera hablan mi idioma), hago grandes esfuerzos para merecer la aprobación de todos, e incluso acepto sin rechistar las constantes broncas de Matías, al que no he elegido como maestro. No me pasa ni una, el tío. Me tiene manía desde el primer día, pero nunca me ha dicho por qué.
Me inventé lo de los zuecos porque pensé que era más creíble que la pura verdad. Ayer por la noche, cuando tras mendigar varias horas, había recogido mis bártulos y me dirigía a casa desganada (los noruegos ya me habían advertido que iban a montar una fiesta con velas, guitarra y canciones de su tierra), me decidí a explorar los cubos de basura de los grandes almacenes. Y he aquí que me encontré con los restos de un maniquí que parecía que acababa de volver de una batalla (y por las pintas diría que era del bando de los perdedores). Y sin preámbulos, se presentó. Me dijo, con un ligero acento chipriota, que se llamaba Roberto y que un tal Paco le había hecho una jugarreta. "Pero esa no es la cuestión" me dijo cuando yo aún no me había recuperado del susto. "Dile a Ana que la quiero". Ana, la del escaparate, la que ha perdido la cabeza por un tal Pedro. "Pero realmente es a mí a quien quiere", me aclaró. "Díselo antes de que sea demasiado tarde". Me ofrecí a sacarle del cubo de basura, pero me dijo que no hacía falta, que él ya se las apañaba. Le acerqué los brazos y las piernas de todos modos y se despidió con un gesto de agradecimiento. Me fuí sin mirar atrás.
Pese al frío me ha vuelto a dejar fuera, con mis fantasmas en forma de pájaros de papel. Tendré que esperar unos días para volver, agachar mucho la cabeza para que me abran la puerta. No importa, ya estoy acostumbrada. Hace tiempo que no levanto la mirada del suelo.

10 de enero de 2008

Otros claman por venganza


Fue una noche funesta que nunca olvidaremos. Los empleados se fueron a eso de las once, como de costumbre y sólo quedó Paco, el segurata, que hace cualquier cosa menos trabajar. Cuando le contrataron, hace la tira de años, era un chico gordito que traía sus libros de la universidad para aparentar que estudiaba. Luego su madre debió de darlo por imposible y nuestro amigo los cambió por una mini tele que acabó destrozándole la poca vista que tenía. Hace ya tiempo que lleva gafas, el desgraciado. Además está calvo y le sobran demasiados kilos como para perderlos sin ayuda de un buen especialista. No creo que se vaya a casar en la vida porque con esas pintas espanta a cualquier chica, incluso a la más desesperada. Le encantan los programas de deportes: es un fanático de la lucha libre, el golf y el hockey sobre hierba. Es, sin lugar a duda, nuestro principal recurso de diversión por aquí. Nos dedicamos a adoptar extrañas posturas para desconcertarle, le cambiamos los canales de televisión, escondemos sus cosas… A veces hasta nos sentimos mal por él, pero al día siguiente se nos suele haber olvidado y volvemos a la carga. Recientemente le hemos visto ojeando revistas sobre sucesos paranormales, así que es bastante probable que hayamos conseguido que crea en fantasmas.
Era más de medianoche cuando hubo un fuerte ruido de cristales rotos, a continuación saltaron las alarmas. Vimos entrar a varias sombras encapuchadas, que se hicieron paso dándose empujones y soltando risitas. Unos aficionados que habían entrado a armarla para tener algo que contar a sus colegas al día siguiente. Yo estaba muerta de miedo. Le pedí a Roberto que me contara lo que veía, pues estaban en su ángulo de visión. Yo miraba al frente desde que había empezado la temporada de invierno, hacia la calle comercial. Era más entretenido que ver a los clientes eligiendo nuestros trapos, de eso no cabía duda. Pero esa noche hubiese dado cualquier cosa por cambiarle el sitio a mi colega. Claro que no era cuestión de que me descubrieran y se viera truncada nuestra larga historia de perfecto inmovilismo. Millones de kilos de plástico en paro por un simple descuido, no me lo perdonarían nunca. La alarma dejó de sonar casi inmediatamente, lo que nos pareció un tanto sospechoso. Más risitas y pasos. Roberto no decía nada. "¿Ves a Paco?" le preguntamos. "No estoy seguro..." nos dijo. "Parece que está discutiendo algo con esos tipos..." "¡Pero qué dices! ¡De qué van hablar con Paco!!! ¡Qué no se haga el héroe! ¡Sólo tiene que llamar a la poli!!!" dijo Pedro molesto... Siempre he estado enamorada de Pedro. Es tan elegante, tan atractivo, todo lo que le ponen le sienta tan bien... La caga un poco cuando habla, pero como no habla mucho se puede pasar por alto. Si un día cambiara nuestra política y nos dejaran movernos a nuestro antojo, me fugaría con él. Nos iríamos a la cafetería de enfrente a tomarnos un café juntos y hablaría sin parar para que él no pudiera meter baza y estropear ese momento tan mágico. Después no sé qué haríamos, supongo que le dejaría por alguien con más mundo, como Roberto, que ya ha estado en varias tiendas de la ciudad. Nunca te cansas de escucharle...
Las risitas de los desconocidos se tornaron en risotadas y pasos cada vez más fuertes. A medida que se acercaban parecía que el epicentro de un terremoto, que se llevaba por delante todo lo que pillaba, se desplazaba hacia nosotros. Roberto nos contaba con voz entrecortada cómo esos salvajes barrían con todo a su paso: percheros, modelos rebajados, cajas registradoras, lámparas... Ni siquiera nuestros compañeros se libraban de sus garras: era una auténtica masacre. Pero, ¿y Paco? ¿No iba a detenerles? ¿Para qué le pagaban? ¿No había llamado a la policía? ¿No tenía una pistola con la que pegarles un tiro o al menos una triste porra con la que aporrearles? ¿Tan rápido había caído? ¿Tan inútil era? Roberto dejó de hablar al tiempo que se oyó un golpe seco y un chillido a modo de grito de guerra, extrañamente familiar, que nos hizo estremecernos de miedo. El cuerpo mutilado de nuestro compañero salió despedido hacia el otro lado de la vitrina rota acompañado de su traje de 250 euros, su camisa de seda, sus zapatos italianos... Todo ello quedó desparramado en la acera, dibujando un panorama desolador. El busto desnudo de nuestro amigo había aterrizado justo frente a nosotros, pero su mirada escapaba a las nuestras. Ni siquiera había pestañeado, el tío. Era todo un profesional.
Sin embargo, no hubo tiempo de lamentaciones. Paco se había plantado frente a nosotros con una sonrisita espeluznante, de esas que te dan ganas de salir corriendo hasta quedarte sin respiración. Tenía en la cara la misma expresión de alegría incontenida que cuando su golfista preferido hacia un hoyo bajo par.
"¿Y ahora qué, monstruos? ¿Quién se ríe ahora?" soltó con su voz de fumador empedernido. ¿Era posible que nos hablara a nosotros? ¿Había perdido el juicio o realmente era consciente de lo que hacía? ¿Esperaba que le contestáramos acaso? ¿Qué pensarían sus compañeros encapuchados?
Y sin decir más, sacó su porra dispuesto a hacernos trizas a todos y a cada uno. Y lo hubiese logrado, queridos míos, de no haberse cruzado en su camino nueve bolas de billar negras azabache que le hicieron tropezar, rodar por el suelo... y soltar un aullido poco humano que nos dejó petrificados. A lo lejos ya se oían las sirenas de las patrullas de la poli, que se acercaban a socorrernos.
Las bolas se pusieron en formación militar y durante unos segundos permanecieron inmóviles, como preguntando algo. Nos pareció que buscaban un perro de tres cabezas e hicimos al unísono un leve encogimiento de hombro, apenas visible, seguido de un gesto de agradecimiento. Desaparecieron calle abajo con un siseo. ¡Un perro de tres cabezas! ¡A quién se le ocurre!!!
Los encapuchados desaparecieron dejando a Paco a merced de la poli. Nunca le volvimos a ver. Ahora nos han traído a Seve, para el que nuestras bromas inocentes pasan totalmente desapercibidas. A Roberto le recogieron las señoras de la limpieza entre risas y no supimos más. A veces sueño con él y pienso que nunca me tomaré ese café en el local de enfrente. Ni con Pedro ni con nadie.

6 de enero de 2008

Juegos de Sábanas


Te despiertas una de esas mañanas frías en las que el sol apenas se asoma y parece que ya quiere volver a esconderse. Las sábanas te tienen atrapado entre sus brazos algodonosos y te sientes tan increíblemente bien en la cama que no te atreves ni a abrir los ojos para que te golpee la dura realidad: eres un gato peludo cuya dueña se ha ido a esquiar a Andorra, dejándote en casa de su hermana pequeña, esa que te atiborra a galletas verdes porque cree que te gustan. Pero mientras mantengas los ojos cerrados, puedes imaginar que las cosas siguen como siempre, que te encuentras en el estudio de costumbre, en tu territorio, a salvo de las galletas de esa fanática de las telenovelas. No lo quiere confesar, pero sabes que se las traga todas. Vagos recuerdos de una pesadilla soñada la noche anterior asoman a tu limitada memoria felina: una cena de Nochevieja en familia, la visita al bar con un primo de nombre borroso, el combate de lucha libre en una tele rechoncha, el perro de tres cabezas invitándote a una copa de leche... Un escalofrío recorre tu cuerpo al pensar en esas tres cabezas ladrándote al unísono. ¡En tu sueño habías sido una chica bizca que comía tornillos con sabor a naranja! Ya empiezas a sentir la necesidad de abrir tus ojos para cerciorarte de que no te has convertido en uno de ellos. ¡Vaya marrón! Que no te carguen con el muerto de ser un humano en el siglo XXI, para que un tipo te diga desde su avión privado que eres el culpable de algo que llaman "calentamiento global". Pero, ¿de qué hablan? ¡Si hace un frío que pela! Trabajan todo el día, encerrados en sus cajas grises, y cuando vuelven a casa se tragan todo lo que les cuenta la televisión. Se creen muy listos, pero no se pueden pagar una vivienda ni tener hijos. Todos se compran un coche en cuanto pueden y cuando llega el verano se van como locos de vacaciones. No tienes ningún interés en que compartan contigo sus vidas estresadas, has decidido hace tiempo bajarte de su tren para seguir caminando la vida a tu ritmo: de la calefacción al sofá, del sofá a la cesta, de la cesta a la cama, de la cama a la alfombra... No hace falta más, intentas decirles. Pero nunca escuchan, siguen corriendo de un lado hacia otro, como si la vida se les escapara de las manos. Te das la vuelta y te duermes de nuevo mientras un galán de acento venezolano se declara a una hermosa mujer vestida de época. Esta vez sueñas con que eres un gato porteño al que llaman Edgar.

3 de enero de 2008

Algunos Eligen Amar desde la Oscuridad...


La vida de un perro es dura, pero cuando tienes tres cabezas se te puede complicar bastante más. Sobre todo cuando te persiguen nueve bolas de billar negras y al encontrarte en una calle sin salida, cada una de las cabezas quiere ir en una dirección distinta. Porque cada par de patas tira hacia un lado, las cabezas se ponen a discutir a ladridos y se arma un follón de tres pares de narices. Los vecinos del barrio se despiertan cabreados, porque a las tres de la mañana a nadie le hace gracia que interrumpan su sueño, y cuando ven la que hay montada en el callejón, abren sus ventanas y empiezan a gritar también. Las bolas de billar, que por suerte no tienen el don de la palabra, se miran unas a otras con estupefacción y se van por donde han venido. Pero las tres cabezas siguen discutiendo porque, aunque ya no estén en peligro, siguen sin ponerse de acuerdo con respecto a qué hacer a continuación: una quiere volver al bar a ver si se liga a la chica bizca que acompañaba al tipo de la gorra, la otra pretende ir tras las bolas de billar para buscar la manera de vengarse, la última está muerta de sueño e insiste en irse derechita a la cama.
Evidentemente los vecinos no están dispuestos a dejar que la discusión se prolongue eternamente, así que envían al gordo del segundo a la calle para que les eche de allí a cualquier precio. Un billete de veinte euros es suficiente para que todas las patas caminen en la misma dirección, llevándose a las cabezas consigo. Ya no pueden ir tras las bolas de billar porque han desaparecido sin dejar rastro, la opción "irse a la cama" es rechazada por dos votos a uno, así que las patas les llevan de vuelta al bareto en el que habían visto a la joven en cuestión.
- No veo muy claro que nos la podamos ligar - comenta Fredy a sus compañeras. - Sigo pensando que lo mejor es irnos a la cama.
- ¡No seas aguafiestas! - le dicen las otras dos. - Igual a estas alturas de la noche fijo que ya está tan borracha que no sabe si está viendo una o tres cabezas...
- ¿Y no pensais que lo que le puede echar para atrás es que seamos de otra especie? - insiste Fredy.
- Sabes bien que los humanos pueden ser muy perros en ocasiones. Sinceramente, no creo que note la diferencia, - le replican.
La chica sigue sentada en la barra donde la habían dejado, mirando sin mirar un programa de lucha libre que ponen en la tele. Sus dedos juguetean con una copa vacía. Las tres cabezas se miran esbozando una sonrisa. Con un gruñido le indican al tipo de la barra algo así como que más de lo mismo para ella mientras agitan el billete azul. Poco después el camarero deja delante de la chica una segunda copa con un líquido blanquecino bastante poco apetitoso, al tiempo que con un gesto le indica a quién le debe la generosa invitación. Las tres cabezas le dedican tres sonrisas radiantes, pero éstas se desdibujan en cuanto ven que ella se les acerca para agradecer el detalle.
- Bueno, Roberto, supongo que tendrás pensado qué decirle - dice Fredy. - Pero, ¿qué le vas a decir? ¡Si no sabes hablar!! Porque eso de que chapurrees el húngaro, yo nunca me lo he creído.
- ¡Yo tampoco! - dice Tobías. - Además a ésta yo no le veo cara de húngara.
La joven se acerca tambaleándose y cuando llega a su altura se para en seco, les mira de arriba a abajo y les dice:
- Disculpen mi pregunta... Me acabo de comer un par de tornillos con sabor a naranja que no me han sentado muy bien... ¿Sois tres perros en un cuerpo o un perro con tres cabezas?
Y dicho esto, la chica se desploma armando tal escándalo, que todos los pares de patas, sin preguntar a las cabezas, les sacan de allí a toda velocidad.