28 de marzo de 2008

Vidas grises en cajas grises


A los 32 años conseguí emanciparme gracias a la repentina muerte de mi tía Rosa, que me dejó en herencia su piso del centro. Durante los primeros meses viví tranquila en mi apartamento, perfectamente resguardada bajo el anonimato que brindan las grandes ciudades modernas. Era casi feliz con mi sueldo de mileurista y mis escasos 30 metros cuadrados de hogar dulce hogar, donde convivía armonícamente con mis plantas, el gato azul, el polvo… y a veces con Petru, mi novio rumano, que se nos unía un par de fines de semanas al mes. Como ni yo hablaba rumano ni él castellano, nos comunicábamos por señas, lo que, como es evidente, impedía profundizar mucho en ningún tema y mucho menos discutir. No sabía ni a qué se dedicaba, ni qué tendencias políticas tenía, ni a qué aspiraba en la vida... e incluso a veces me preguntaba si realmente sería rumano. Pero, en general, aquella relación que acababa de cumplir dos años, podía calificarse como satisfactoria.
Trabajaba como administrativa de nueve a cinco en una oficina gris, sin ventanas, donde básicamente me dedicaba a pasar los papeles de un lado de mi mesa al otro mientras mantenía conversaciones superficiales con mis dos compañeras, cuyas vidas eran igual de insípidas (o más) que la mía. Lo más emocionante del anodino día a día era el pago a proveedores, tras el cual procedía al traslado de las facturas pagadas al archivo de la planta dos, lo que implicaba pasar unos minutos en compañía de Víctor, el informático, que me miraba perplejo desde el azul profundo de sus ojos. Nunca me llegaba a decir más que un “hey” antes de volver a sumirse en el misterioso universo de los números. Alguien le había dicho que mi novio era rumano, así que debía de haber llegado a la conclusión de que yo también lo era, con lo que su tremenda timidez descartaba cualquier tipo de maniobra de aproximación ante la infranqueable barrera lingüística que supuestamente nos separaba. En lugar de sacarle de su error, que probablemente hubiese sido lo más fácil, fingí ser una ciudadana rumana y sólo poco a poco fui animándome a lanzar frases simples en mi propio idioma, imitando el acento de Petru y añadiendo pequeños errores gramaticales que hacían ruborizarse a Víctor, que seguía sin pasar del "hey" pese a mis enormes esfuerzos.
Sin embargo, el frágil equilibrio de mi vida gris se vió pronto perturbado por un elemento aparentemente inofensivo que rompió la magia de la intimidad hogareña: el teléfono. Aquel cacharro de plástico anticuado, encadenado a la pared del salón y caracterizado hasta la fecha por su silencio sepulcral, que apenas había servido para otra cosa que la conversación semanal con mi madre o mi hermana, abocado a la extinción desde la generalización del uso del móvil o de internet, fue la puerta de la que se sirvió el enemigo para iniciar una guerra en la que a mí me había tocado el papel de perdedora. De alguna manera, me habían encontrado. Sabían quién era, dónde vivía, qué consumía y que necesitaba. O a veces no lo sabían, pero procuraban crear la necesidad. Tenían nombres distintos, pero siempre el mismo tonillo de seguridad que me exasperaba. Primero les escuché, les dije que no, pero ellos seguían insistiendo: me llamaban de empresas diversas tratando de venderme sus servicios de telefonía, su gas, su electricidad, su internet, sus canales de televisión… Un fin de semana les pasé con Petru para reirme un poco de ellos. Craso error: la operadora, una tal Mariann, también era rumana. Tras una larga conversación, mi novio colgó y me miró encongiéndose de hombros, lo que me hizo temer lo peor. Dos semanas después me llegó un recibo al banco por un servicio que ni siquiera podían prestarme. Me costó tiempo, dinero y nervios poder deshacerme de aquellos desalmados. Desde entonces Petru tenía terminantemente prohibido acercarse a mi teléfono. Desafortunadamente entres las distintas facciones enemigas debió de correrse la voz de que, pese a mi aparente antipatía, era una cliente con potencial, así que las llamadas aumentaron en número. Muchas veces les colgaba, en otras ocasiones intercambiaba insultos con ellos, otras les dejaba en espera hasta que se cansaban. Pero siempre volvían al ataque, impertérritos, consiguiendo que el mero rinrineo del teléfono me pusiera de los nervios. Mis compañeras de trabajo, que veían cómo me iba consumiendo día a día, me aconsejaron que cambiara de número, pero yo me resistía a capitular. Aquella fortaleza iba a resistir pasara lo que pasara. Incluso Víctor se quedó mirándome desconcertado una mañana y, olvidando mi condición de rumana, me preguntó que qué me pasaba. Así fue cómo mantuvimos nuestra primera conversación, que duró exactamente cinco minutos y diez segundos. En los días que siguieron me puse a reorganizar todo el archivo, lo que me obligó a pasar largos ratos en la planta dos. “¡Y pensar que creía que eras rumana!!" me dijo Víctor poco después en lo que fue nuestra primera cita.
Explicarle a Petru que quería cortar con él, me pareció una tarea casi imposible, así que no se me ocurrió otra cosa que llamar a Mariann, la rumana que me había vendido el contrato de gas, para pedirle que me echara una mano. Evidentemente no era la mejor manera de romper con Petru después de aquellos dos años, pero en aquel momento no veía otra salida. “¡Ah, sí! No te preocupes, guapa” me dijo la chica con su horrible acento. “Ahora le llamo y se lo cuento...” Aunque me dieron ganas de preguntarle de dónde había sacado su teléfono, me dije que no era el mejor momento para preguntarlo. “No querrás volver a contratar el gas con nosotros, ¿verdad?” Dejó caer Mariann, ante todo una gran profesional del telemarketing, antes de colgar. “No, ya os he dicho unas mil veces que no tengo instalación de gas, pero gracias de todos modos.”
Víctor y yo decidimos celebrar aquella ruptura yéndonos un par de semanas a la playa, lo que me vino bien para descansar de las llamadas y de los cotilleos de la oficina, que, como no podía ser de otro modo, giraban en torno a mi relación con el informático... Cuando volví al apartamento tras mis merecidas vacaciones, con las fuerzas totalmente renovadas, ni siquiera me alteré al oir sonar el teléfono de nuevo. “¿Diga?” pregunté. “Buenas tardes, ¿es Usted la señora de la casa?” me preguntó la voz ligeramente familiar del operador sudamericano que hacía meses que intentaba venderme un contrato de ADSL. “Sí, soy yo...” “¿Laura?” me preguntó como sorprendido. Sí, esa era yo. “¡Soy Manuel! Nos tenías preocupados, mujer... Mariann nos contó lo de Petru y desde entonces no has vuelto a contestar a nuestras llamadas. Pensábamos que te había pasado algo...” “No, he estado en la playa de vacaciones”, le contesté algo sorprendida. “¡Ah!” exclamó, “me parece genial, pero la próxima vez dinos algo, mujer, que ya estábamos pensando en llamar a la policía...” “Pues lo siento, lo tendré en cuenta...” le dije sin saber qué pensar. “Por cierto, Jose y Lucía te mandan saludos... Les diré que estás bien” “Gracias...” “Por cierto, ¿estás segura de que no quieres contratar nuestro servicio de ADSL? Te sale mucho mejor que el que tienes ahora...” “No, pero gracias... Ya hablamos otro día...”
Y así fue como se inició otra etapa de mi vida, menos apacible que la anterior, pero también menos gris. No sólo cambié de novio, sino que también cambié de trabajo, de número de teléfono y más tarde incluso de vivienda. Sé que más tarde o más temprano volverán a encontrarme, pero mientras tanto disfruto de está pequeña tregua que ya dura varios meses.

18 de marzo de 2008

Lo que da de sí una ducha...


El tío Ambrosio no era el mismo desde que supimos que Plutón ya no era considerado un planeta de los buenos. Un día le vimos en el patio de su casa quemando todos sus libros de la escuela mientras lloraba desconsoladamente. “¡Todo es mentira!” repetía una y otra vez mientras observaba cómo ardía el papel. No mucho después me llamó a las tantas de la mañana para preguntarme que qué pasaría con el mundo de la Astrología ahora que Plutón no era planeta. “No te preocupes, tío. Que sea un planeta menor para la Astronomía no quiere decir que haya dejado de tener importancia para los astrólogos” y le remití a una página web que explicaba todos los pormenores, pues a mí me había surgido la misma duda existencial apenas unas semanas antes. Sin embargo, mi tío, que era mayor y no tenía muy claro qué era internet, no pareció superar ni lo de Plutón ni otras muchas cosas. Andaba siempre taciturno y su salud mental empezó a preocuparnos a todos. Finalmente decidimos meterle en un geriátrico, que era el sitio que le correspondía a sus 76 años. Allí cuidarían de él (o no) pero al menos a nosotros, sumergidos en la montaña rusa que es la vida moderna, nos ahorrarían un montón de preocupaciones inútiles. El día que le internamos armó un escándalo increíble. Decía a gritos que ya no le queríamos, que sólo pensábamos en librarnos de él, que era una carga para la sociedad... y, pese a que todo aquello era cierto, lo negamos mil veces y lo hubiésemos hecho otras mil más si hubiésemos creído que serviría para calmarle. “¡Sólo quereis que me consuma aquí para cobrar la herencia!! ¡Sois todos unos desgraciados!!!” repetía mientras nos alejábamos con el coche sin mirar atrás, al tiempo que suspirábamos aliviados. "¡Qué herencia ni qué ocho cuartos!" me dijo mi mujer con cierto desdén. "Si en toda su vida no ha sido capaz ni de comprarse una casa con la que costearse los gastos de uno residencia decente." Por eso habíamos tenido que juntar todos el dinero para meterle en una de esos antros en los que los viejos consiguen sobrevivir una media de tres años antes de palmarla. Pero confíabamos en que el tío Ambrosio, que era de constitución fuerte, consiguiera batir un nuevo récord de supervivencia en aquel lugar. Hasta hicimos una porra al respecto en la que nadie le daba menos de cinco años de vida. Al principio le visitaba una o dos veces al mes cuando conseguía armarme de valor para soportar un par de horas rodeado de aquellos muertos vivientes que me miraban de reojo, absortos en sus mundos particulares. Mi tío parecía algo mustio. Apenas hablaba y si abría la boca era para suplicarme, entre sollozos, que le sacara de allí cuanto antes, a lo que, obviamente, yo hacía oídos sordos. Unas visitas más tarde ya había dejado de hablar y llevaba puesta una sonrisa tonta en la cara que le asemejaba cada vez más al resto de aquellos zombis, carentes de pasado ni de futuro, que deambulaban noche y día por los pasillos de la residencia. Mis visitas fueron haciéndose cada vez más infrecuentes, hasta el punto de que no le veía más que una vez cada tres meses. Mis hermanos creo que ni siquiera eso, pero no hablábamos del tema, como si ya estuviera muerto. Fue al cumplirse un año de su internamiento, cuando en plena noche, recibí una extraña llamada de la directora del centro geriátrico. La mujer me dijo con voz compungida que el tío Ambrosio había desaparecido. “¿Cómo que desaparecido?” le pregunté tratando de asimilar sus palabras. Los dos convinimos en que lo mejor era esperar a la mañana siguiente. Si el viejo seguía sin aparecer, llamaríamos a la policía e iniciaríamos su búsqueda, pero no antes. De hecho, cuando llegué a la residencia a la mañana siguiente, mi tío me esperaba sonriente en la entrada del edificio como si nada hubiera pasado. Me hubiese dado ganas de matarle ahí mismo, pero me pudo la curiosidad. Sorprendentemente el viejo parecía haber rejuvenecido diez o quince años y no sólo había recuperado el don de la palabra, sino que, de hecho, no paró de hablar un segundo desde el momento en que me vió. Por eso cuando, de repente pareció haber terminado, se produjo un extraño silencio que no parecía presagiar nada bueno. Antes de que me diera tiempo a preguntarle dónde se había metido aquella noche, mi tío se llevó el dedo a los labios, miró alrededor para cerciorarse de que no había nadie cerca y me dijo: “¡He hecho un descubrimiento increíble!” Por lo visto, la ducha defectuosa de su cuarto de baño era una máquina del tiempo. “¿Pero eso es con el agua fría o con la caliente?” le pregunté para tomarle el pelo. “¿Quién te ha dicho que aquí tengamos agua caliente?” me dijo mi tío poniéndose de repente serio. A continuación me contó unas historias realmente increíbles sobre sus pequeñas incursiones en el mundo del pasado (cuando le pregunté por el futuro, que me tenía más intrigado, puso cara de póker y cambió de tema sin más). Sus ocurrencias me parecieron realmente ingeniosas, aunque yo no fuera partidario de los viajes en el tiempo, que sólo servían para que los guionistas se armaran un auténtico lío y acabaran estropeando películas, series, o lo que se les pusiera por delante. “¿Te acuerdas de ese día en que que se supone que el tal Armstrong dió ese gran paso para la humanidad al pisar la Luna?” me preguntó mi tío sacándome de mis pensamientos. “Pues te aseguro que estaba en su casa viendo un partido de béisbol con sus colegas... Yo creo que ni él ni nadie han estado jamás en la Luna. Es tan solo otra de tantas mentiras, como lo de Plutón...” Claro, Plutón. Estaba claro que al tío Ambrosio se le había ido del todo la olla. "¿No quieres verlo?" me preguntó entonces. Sí, quería que me enseñara la ducha de su cuarto para que al accionarla comprendiera que estaba haciendo el ridículo y que aquello no eran más que las fantasías de un viejo desquiciado. Subimos a su cuarto tras atravesar un laberinto de pasillos, donde tuvimos que sortear a varios zombis que nos perseguían lentos pero imperturbables. Finalmente entramos en lo que parecía su cuarto, que olía a rancio. Seguí a mi tío hasta su cuarto de baño tercermundista y vi cómo se acercaba a la ducha sin dejar de sonreir. Giró las llaves del agua como si estuviera a punto de abrir una caja fuerte, pero evidentemente no ocurrió nada. Dejé que siguiera intentándolo durante unos eternos minutos y me dió incluso pena ver su cara de desesperación. Finalmente le dije: “Déjalo, tío. Es una ducha, ¿qué esperabas?” Pero él no me escuchaba. Le dejé allí en el baño, inclinado sobre su ducha, tratando de reparar aquella máquina de viajes al Pasado. Antes de marcharme, pasé por el despacho de la directora para pedirle que le viera un médico. Ella me miró fijamente y me dijo: “Pero, ¿quién le ha dicho a Ud que aquí tengamos médicos?”
Aquella noche, mientras miraba embobado la tele desde la cama, mi mujer, que había estado leyendo un reportaje en el periódico, me dió un codazo y me dijo: "Es extraño, la verdad. Hubiese jurado que Cristobal Colón había descubierto América, pero debo de estar equivocada..." "¿Colón?" le contesté "ese era italiano, pero todos sabemos que los portugueses llegaron antes..." ¿O no?
Cuando al día siguiente me volvieron a llamar del geriátrico para decirme que mi tío había vuelto a desaparecer, ni siquiera me sorprendí. "¿Llamo a la policía?" me preguntó la directora. Le dije que lo hiciera, pero tenía la certidumbre de que nunca volveríamos a ver a mi tío. Supuse que debía de andar muy lejos, dedicándose a liar la historia. Pero no entro en detalles porque, como ya os he dicho, lo mío no son los viajes en el tiempo.

9 de marzo de 2008

Misión Fallida

Foto de Choko-Co (CC Some Rights Reserved)

La agente Miss K, alias La Seño, desaparecida hace exactamente 20 horas durante una misión clasificada como "más bien poco secreta", siempre ha destacado por su gran capacidad para el desarrollo de planes de una enorme complejidad estratégica. Durante su formación en nuestra academia de Marte, fue desde el primer momento una alumna aventajada de la que, tanto compañeros como profesores, pudieron aprender mucho. "La recuerdo perfectamente" nos dice su profesor de Relaciones Interplanetarias con una sonrisa, "creía que allí no teníamos nada que enseñarle. Siempre se sentaba en primera fila, no dejaba de hacerme preguntas capciosas y a menudo ponía en duda el grado de veracidad de los libros de texto. Reconozco que más de una vez tuve ganas de matarla..." Recientemente Miss K se había desplazado a La Tierra para asegurarse de la limpieza en el proceso de selección del candidato para la representación de España en el consurso de Eurovisión. En su último informe se podía leer: "Me temo que los resultados que se esperan no son nada alentadores. Lamento decir que esta va a ser una clara prueba de lo aberrante que puede ser la democracia como sistema electoral." Describió al favorito, al que no se atrevía a llamar cantante, como "payaso" y afirmó que los votantes no tenían ninguna intención de salvar absotumente nada, sino más bien todo lo contrario. "Es una auténtica lástima que se quieran cargar un festival tan lleno de historia como este, que siempre ha destacado por la gran calidad de sus intérpretes, que durante muchos años han sido el fiel reflejo de las tendencias musicales más actuales." Parecía tan afectada por el desastre que se avecinaba, que su jefe se temía que cayera en una depresión. "Ella siempre ha sido una mujer de gran ímpetu y con ideas muy claras, pero sus últimos informes no estaban ni mucho menos a la altura. Presentía que podía desmoronarse en cualquier momento... Así que cuando ayer se confirmaron los resultados, me temí lo peor." También hemos podido hablar brevemente con el terapeuta de Miss K, que nos decía que su paciente había afirmado ante él que estaba dispuesta a tirar por la borda su carrera, recurriendo si era preciso al tongo, para cambiar el resultado de las votaciones para la elección del representante en Eurovisión. "Me dijo que lo haría por el bien del Arte, pero lo cierto es que estaba totalmente desquiciada. Como es evidente, sugerí en mi informe su inmediata retirada del caso. Sin embargo, sus superiores no parecieron estimar mi opinión muy oportuna, lo cual no ha hecho más que propiciar el desencadenamiento de los hechos que han llevado a su misteriosa desaparición."
Los medios de comunicación, que se han hecho eco de la trágica noticia sobre la que ya han bautizado como "Heroína de la Canción Melódica", barajan las tres teorías siguientes para explicar la desaparición repentina de la agente:
1/ Que alguna niña ignorante, de entre 8 y 12 años, la haya podido confundir con una muñeca cabezona y que se la haya llevado a su casa para jugar con ella.
2/ Que la victoria aplastante del tal Chiquilinoséqué como candidato español a Eurovisión, le haya hecho perder toda la fe en la humanidad y que haya decidido tomarse un descanso para decidir si vale la pena seguir viviendo.
3/ Que haya decidido dedicar toda su capacidad creativa a la composición de una canción decente para la edición de Eurovisión del año 2009 con el objetivo de devolver su significado al verbo "salvar", tan castigado desde que las superpotencias lo utilizaran para imponer la libertad en su nombre y que, tras el reciente fiasco eurovisivo, ha quedado definitivamente desprovisto de todo valor.
La agencia, que ha puesto en alerta a todos sus hombres destacados en la Tierra, ha decidido reforzar la seguridad en Belgrado durante la celebración del Festival de la Canción ante la posibilidad de que Miss K haya viajado hacia allí con ánimo de sabotearlo. "Yo siempre he sabido que ella era una eurofan perdida", nos cuenta su ex-novio, "y la clara prueba de ello es que no lo dudó ni un momento cuando le dieron a elegir entre supervisar las Elecciones Generales o la votación para el festival Eurovisivo. Yo siempre le he dicho que ese concurso es una auténtica mierda y le sugerí que rechazara las dos misiones en España y pidiera el traslado a EEUU porque ahí la campaña electoral es en plan Hollywood y mola mucho más."
Desde aquí nos preguntamos: ¿por qué un agente con una carrera tan brillante se prestó a hacer este trabajo de principiante? ¿Por qué sus superiores desoyeron las recomendaciones de su terapeuta? ¿Cómo es posible que en un mismo país se celebren dos votaciones tan importantes en días consecutivos? ¿Había intereses políticos detrás de la elección del tipejo ganador? ¿Es posible que todo esto sea una farsa montada por Miss K para pasarse al mundo de la canción? Pero todas estas preguntas y muchas más quedarán en el aire hasta que las autoridades logren dar con ella. Esperamos que esto ocurra muy pronto.

4 de marzo de 2008

Esa borrachera


He aquí una instantánea del novio tomada a las 19:02 por un inocente turista irlandés que se paseaba por los barrios bajos de la ciudad con su flamante cámara japonesa. Tras sacar esta foto, el artista se acercó al sujeto en cuestión para asegurarse de que no se trataba de un cadáver. Comprobó que el joven dormía plácidamente, lo que restaba algo de interés a la foto, pero que le iba a ahorrar el engorro de llamar a una ambulancia en aquel país cuya lengua no dominaba ni por asomo. Como tampoco tuvo valor para despertar al joven trajeado (en su guía de bolsillo no venía nada al respecto), se alejó de allí a paso rápido, pensando en cómo sacar el mayor partido a aquella anécdota curiosa que contaría a sus allegados cuando volviera a su Dublín natal.
En ese mismo momento, 156 invitados y una novia vestida de blanco esperaban impacientes en la iglesia al joven de la foto, que se llamaba Leo y trabajaba como cajero en una tienda de ultracongelados. A las 19:30 la novia dejó de ser una joven radiante, digna de admiración y objeto de la envidia malsana de las solteronas allí presentes, para convertirse en un alma desconsolada cuyo maquillaje había sido literalmente arrasado por un torrente de lágrimas amargas. "Esto es intolerable" le dijo a la novia su madre, mientras la suegra, roja de vergüenza, intentaba localizar a Leo con ese invento tan antipático sin el que ya no se puede vivir.
A las 19:46 un tema a lo Ricky Martin sonó en un callejón de mala muerte a unos 15 kms de la iglesia. El novio, inmerso en un hermoso sueño en el que corría por una playa perseguido por 15 jóvenes hawaianas con ganas de fiesta, sonreía sin escuchar su móvil. Un niño de unos doce años que pasaba casualmente por allí en bicicleta (llegaba tarde para cenar, su madre le iba a matar), paró en seco al oir la llamada. Tras comprobar con un palo que el novio dormía como un tronco, se atrevió a cogerle el móvil, que estaba en uno de los bolsillos de su chaqueta. "¿Hola?" contestó el niño al tiempo que hacia cálculos sobre cuánto podría sacarle al móvil si se lo vendía a algún pringado. "¿Leo?" preguntó la madre del novio desconcertada por la voz infantil. El niño de la bicicleta le explicó a la señora que se llamaba Sergio, aunque en realidad se llamara Jorge. Añadió que el hombre trajeado estaba bien, que sólo era víctima de una tremenda borrachera. La mujer, que parecía muy nerviosa, le instó a que llamara a la policía para que se ocuparan del tema. "No, no... Que la bici es robada y me va a meter Ud en un buen lío." En ese momento un señor gruñón, el padre de Leo, exigió a Jorge que les dijera dónde se encontraba el joven durmiente porque parecía dispuesto a agarrar un coche e ir a buscarle de inmediato. Jorge pensó que el tal Leo debía de estar metido en un buen lío y que probablemente la bronca que iba a recibir sería peor que la paliza que estaba a punto de darle su madre. Para no dilatar más el asunto, se apresuró a darles la dirección exacta e incluso les dió algunas indicaciones adicionales para que no se perdieran en el barrio. Tras colgar, apagó el móvil, se lo metió en el bolsillo y se fue pedaleando mientras silbaba una melodía de corte militar muy alegre.
A las 20:20, mientras Jorge recibía una gran reprimenda de su madre, que le castigó sin cena, un deportivo negro se detuvo en el callejón, junto al cuerpo de Leo. De él bajaron dos hombres mayores trajeados con cara de pocos amigos, que se inclinaron un momento sobre el novio. "¡Qué vergüenza!" dijo el padre de la novia. "Esta me la va a pagar," pensaba el padre de Leo. Como al sacudir al borracho, no consiguieron que emitiera más que unos gruñidos ininteligibles, tras los cuales volvió a sumirse en un profundo sueño, le tumbaron en el asiento trasero del coche y salieron de allí derrapando.
Veintisiete minutos más tarde llegaron a la iglesia, donde ya no quedaban apenas invitados, pues la boda se había suspendido a las 20:30 después de una airada conversación telefónica entre el padre de la novia y su mujer. Tanto esta señora, como su hija y la suegra, lloraban ya desconsoladas y aquello se parecía más a un funeral que a una boda, con invitados dando el pésame por doquier, abandonando la iglesia cabizbajos y cuchicheando entre sí. Sólo quedaron allí estas tres mujeres y la mujer de rojo, espléndida, que resultó ser la mejor amiga de la novia, una tal Paola, que fue la única que no perdió los papeles. Escuchó en todo momento a la novia, le regaló un paquete de pañuelos de papel, le compró uno segundo, dejó que se apoyara en su hombro al salir de la iglesia, le ayudó a meterse en el coche de su padre y prometió ir a verla al día siguiente para ver cómo estaba. Leo y sus padres fueron los últimos en marcharse. El novio, ya despierto, ahora sí que tenía cara de cadáver, escuchaba sin escuchar a su madre lloriqueante y tenía que aguantar el silencio sepulcral de su padre, que era peor que cualquiera de sus broncas habituales. "Si no querías casarte con ella, podrías haberlo dicho. Mira la vergüenza que nos has hecho pasar a tu padre y a mí. Piensa en el dinero que hemos tirado, en el tiempo que hemos perdido..." y el parloteo no parecía tener fin. Al poco de arrancar el coche, dejaron atrás a Paola, que caminaba sola por la acera con su vestido rojo. Leo la siguió con la mirada.
A las 22:55 el turista irlandés denunciaba el robo de su cámara de fotos en una jefatura de policía cualquiera. Un niño en bicicleta le había dado un tirón cuando salía de una cafetería en la que servían un café malísimo. El agente, que no entendía muy bien el inglés, inventó el informe y se lo hizo firmar al tipo, que firmó sin saber lo que firmaba y no pudo reclamarle luego al seguro. Se dijo que nunca más se iría de viaje a un país en el que no hablaran su idioma.
A las 01:55, después de reunir todo su valor, Leo llamó por teléfono a Paola para decirle que sabía perfectamente que ella le había emborrachado a propósito aquella tarde, pero que la perdonaba. Total, hacía tiempo que se había dado cuenta que Inés, ahora su ex-novia, no era más que una pija descerebrada. Tras un silencio incómodo, añadió que tenía que desaparecer una temporada de allí y le propuso un viaje a Dublín con todos los gastos pagados.Paola le contestó que tenía que pensárselo, pero su sonrisa dejó claro que mentalmente ya había aceptado.
Dos días después, en el vuelo de las 15:30 rumbo a la capital irlandesa, Leo y Paola se sentaron junto a un irlandés borracho que no dejaba de lamentarse sobre el robo de su flamante cámara digital japonesa. "Y lo peor de todo es que justo antes de que me la robaran había sacado una fotaza increíble... ¡Ahora algún desgraciado la publicará en internet y se llevará todos los méritos!" Leo y Paola sonrieron condescendientes, pensaron que eran tonterías de un turista desafortunado bajo las influencias del alcóhol y rezaron a sus dioses, fueran cuales fuesen, para que el tipo no les diera el viaje.