tag:blogger.com,1999:blog-210620942024-03-05T15:32:20.216-08:00DESDE DENTRO HACIA AFUERANataliahttp://www.blogger.com/profile/11705646908896781809noreply@blogger.comBlogger71125tag:blogger.com,1999:blog-21062094.post-62471569000846964452012-07-01T08:43:00.001-07:002012-07-18T13:19:17.215-07:00DDHA.S01E18.Finale.odt<i>Ante todo mis disculpas a Magdalena, Sandra, Alex y David, esos cuatro fans que llevan casi un año reclamándome la continuación de esta historia. Gracias por vuestros ánimos y esa enorme paciencia.</i><br />
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<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiFcYCgwrakpP8310Jj-iWlHfQJSJvl1qMqRCSScdESezRu3rC9rOF5Xgj8Qnrk4Stedqc80C6hKu6Rup4kt-e_BV6ytTTVg1JmQWfNIbMUk0751SJhqTyIACTe222-Z4tc_AyQLQ/s1600/5182343035_296226343d_o.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="425" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiFcYCgwrakpP8310Jj-iWlHfQJSJvl1qMqRCSScdESezRu3rC9rOF5Xgj8Qnrk4Stedqc80C6hKu6Rup4kt-e_BV6ytTTVg1JmQWfNIbMUk0751SJhqTyIACTe222-Z4tc_AyQLQ/s640/5182343035_296226343d_o.jpg" width="640" /></a></div>
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Foto por <a href="http://www.flickr.com/photos/ro_buk/5182343035/">Ro_Buk</a> (<a href="http://creativecommons.org/licenses/by-nc/2.0/deed.es">CC Some Rights Reserved</a>)</div>
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El despertador sonó a las cinco de la
mañana, anunciando que era el momento de fugarse. Aunque la palabra
“fuga” me viniera demasiado grande, pues, con las prisas, no
había tenido tiempo de trazar ningún plan. Simplemente sabía que
había llegado la hora de irse y que no podía quedarme en el
geriátrico ni un minuto más. Porque me lo pedía el cuerpo, o
simplemente porque me lo habían dicho Gustavo y Daniel.</div>
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<br /></div>
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Alargué la mano para encender la luz y
me faltó poco para pegar un grito, pues allí, junto a la cama, se
encontraba la mismísima Sofía, que llevaba puesto un camisón
celeste con enormes flores estampadas. Estaba perfectamente
maquillada y peinada, como si viniera del rodaje de una escena de una
comedia romántica, donde interpretaba el papel de la entrañable
abuela de la protagonista. Me sonrió llevándose el dedo a los
labios y me dio una bolso de cuero rojo que contenía ropa. Era un
detalle muy bonito, sobre todo si pasabas por alto el estilo y la
talla de las prendas. Le di un abrazo y cuando nos separamos descubrí
un par de lágrimas deslizándose por sus mejillas.
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<br /></div>
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- ¡No, no, nooooooooooooo! - oía que
me decía Sebas desde el fondo de mi cabeza, pero su voz sonaba muy
apagada, de modo que era fácil ignorarle.</div>
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<br /></div>
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Parecía que mi huída no era ningún
secreto, pues, una vez en el pasillo, me tropecé con Pilar, que
debía de estar haciendo el turno de noche. Me dio un cuadernito
dorado en cuya contraportada había pegado aquella foto que descubrí
en su bolso al poco de conocerla, aquel retrato familiar donde
aparecía con su ex marido y los niños, sólo que él había
recuperado milagrosamente la cabeza. Pensé que prefería la primera
versión de la foto.
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<br /></div>
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Pilar había rellenado las diez
primeras páginas del cuaderno con una larga lista de consejos bajo
el título “Cosas que deberías saber cuando estés allá afuera”.
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<br /></div>
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- Ten mucho cuidado, - me dijo mientras
me propinaba un abrazo que me dejaba casi sin respiración. - No te
fíes de nadie... ¡y mucho menos de los hombres!</div>
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<br /></div>
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Cuando me encontré a Luis en el
vestíbulo principal, ya no me sorprendí. Parecía que mi ruta era
como un pequeño repaso a los últimos meses de mi vida.
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<br /></div>
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- ¡Tenía tantas cosas que contarte! -
le reproché. - ¡Pero ya nunca tienes tiempo para mí!</div>
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Tras un escueto “lo siento”, que me
supo a poco, me dijo que me olvidara de las puertas azules para
centrarme en lo auténticamente importante, que era salir de allí
cuanto antes y no dejar de ver nunca “La Aurora”, donde la cosa
se estaba poniendo muy interesante. Estuve a punto de replicar
diciéndole que aquello se estaba convirtiendo en un soporífero
culebrón espacial, pero me callé porque era un momento demasiado
emotivo como para estropearlo con un comentario tan frívolo. Sobre
todo porque había tenido el detalle de traerme documentación, un
mapa señalándome dónde tenía que coger el autobús para ir a la
ciudad y el teléfono de un tipo al que podía llamar si tenía
problemas. No quiso especificar de qué tipo de problemas me hablaba.
Por último, se despidió dándome unas palmaditas en la espalda.</div>
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<br /></div>
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A Cándida me la encontré junto a la
fuente del jardín, donde jugaba con sus gatos: el blanco, el
negro... y uno pelirrojo al que debía de haber adoptado
recientemente.
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<br /></div>
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- Hemos pensado que te haría falta
dinero, - me dijo alargándome un sobre gris. - No es mucho, pero te
servirá para empezar, querida.
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<br /></div>
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Me dio dos besos y, mientras metía un
bocata de chorizo en el bolsillo de mi chaqueta, me dijo que fuera
hacia el banco, donde me esperaba Daniel.
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<br /></div>
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- Hola, - me dijo el psicólogo al
verme. - ¿Preparada para la gran aventura?</div>
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<br /></div>
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Pero no respondí, pues Sebas intentaba
decirme algo desde un rincón muy distante. Estaba asustado, como yo.
No quería marcharse porque tenía miedo a ese mundo desconocido que
nos esperaba allá fuera y del que, según él, no se podía esperar
nada bueno.
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
- Te va a ir bien, Alicia, - me dijo
Daniel, con un ligerísimo temblor en la voz. - ¡No te preocupes!</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
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Sacó tres sobres de colores de su
maletín, mientras me explicaba que dentro de cada uno había un
dibujo. El sobre turquesa debía abrirlo cuando necesitara que Sebas
se callara; el de color pistacho contenía un dibujo para combatir
las energías negativas; y, finalmente, estaba el sobre naranja, del
que debía hacer uso cuando empezara a confundir letras.
</div>
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<br /></div>
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- Pero procura usarlos sólo cuando sea
realmente necesario, - añadió. - Porque cuanto más los mires,
menor será su efecto.</div>
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<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
Luego me dio un cuarto sobre blanco que
contenía su dirección de mail. Insistió mucho en que debía
escribirle para contarle todo aquello que pasara por mi cabeza
durante ese viaje en el que estaba a punto de embarcarme.
</div>
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<br /></div>
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Todo aquello me pareció un poco raro,
pero, teniendo en cuenta todas las cosas extrañas que me habían
pasado desde que desperté amnésica en un geriátrico, no pude hacer
otra cosa que coger los cuatro sobres y guardármelos sin hacer
preguntas.
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<br /></div>
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Daniel me acompañó hasta el muro
exterior de la residencia, cubierto por una espesa capa de hiedra, y
camino a lo largo de él, con paso decidido, durante unos veinte
metros. Luego se detuvo y apartó unas ramas, dejando al descubierto
una puertecilla que yo nunca había visto antes. La abrió con una
llave que sacó de su bolsillo y se despidió dándome un fuerte
apretón de manos, del que tuve que liberarme tirando con fuerza.
</div>
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<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
Apenas dos pasos y, sin saber cómo, ya
estaba al fin fuera, donde el aire olía igual y no había más que
una calle desierta iluminada por la luz de dos tristes farolas.
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
Cinco pasos más y al volverme, el
psicólogo ya me parecía que era muy muy pequeño, mientras que el
nuevo mundo que se desplegaba ante mis pies era tan tan grande que
estuve a punto de tropezar y caer por causa del vértigo que me
producía.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
Otros tres pasos y al mirar hacia atrás
Daniel y la puerta habían vuelto a desaparecer bajo el manto de
hiedra. Respiré hondo, ya no había vuelta atrás.
</div>
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<br /></div>
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“Me llamo Eva y tengo veinticocho
años,” me dije.
</div>
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<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
El resto de la historia está por
escribir.</div>
<br />
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<br /></div>
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<i>(Final de la temporada 1)</i></div>Nataliahttp://www.blogger.com/profile/11705646908896781809noreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-21062094.post-48675517684412479392011-07-19T13:53:00.001-07:002011-07-19T14:20:12.898-07:00DDHA.S01E17.Corriendo.un.Preso.escapa.odt<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhPXh4F0K69FKmrw72tGNcu0j2Iw8-uX0K0tTmvw4GWW51C1QeQoYTHymdSYqlPyzNqEE8VvbZ5iguNjVxRg09_2rOKEwSZY1VlszNrBx_0uTfReZ1T4X9CxY1ckvNO6hNe3IWo2A/s1600/5393150730_fd7cab4ac5_b.jpg" onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 397px; height: 400px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhPXh4F0K69FKmrw72tGNcu0j2Iw8-uX0K0tTmvw4GWW51C1QeQoYTHymdSYqlPyzNqEE8VvbZ5iguNjVxRg09_2rOKEwSZY1VlszNrBx_0uTfReZ1T4X9CxY1ckvNO6hNe3IWo2A/s400/5393150730_fd7cab4ac5_b.jpg" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5631170656574263202" /></a><div style="text-align: center;">Foto por <a href="http://www.flickr.com/photos/fontina/">Fon-tina</a> (<a href="http://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/2.0/deed.es">Creative Commons License</a>)</div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Soñé que volvía a encontrarme en la Aurora, en cuya cafetería me tomaba una cerveza mientras oía una charla entre Daniel y Gustavo, que hablaban de viajes en el tiempo, o sobre lo pésima que era la programación de la tele, o quizás sobre los gatos de Cándida, que jugaban bajo una de las mesas de la sala. De repente, los dos se callaron y me dijeron al unísono:<br />- Corriendo un preso escapa...<br />Tras lo cual no pude evitar soltar una carcajada, pues nunca había oído una frase tan ridícula, ni tan mal construída. Pero tanto el uno como el otro me seguían mirando muy serios, como si acabaran de soltarme una gran verdad cuyo significado se me escapaba por completo.<br />- ¿No lo estás viendo? - me dijo Gustavo. - Ya está siendo la hora...<br />- ¿La hora de qué? - le pregunté.<br />- De estar escapando de tu prisión... y empezando una nueva vida, - me explicó Daniel.<br />- Pero, ¿se puede saber por qué habláis tan raro? - volví a preguntar.<br />- ¿No es eso lo que estás deseando? - me dijo Gustavo, haciendo caso omiso a mi pregunta.<br />Claro, pensé, era hora de escapar: esperar a que cayera la noche, salir de mi habitación sin ser vista, evitando la mirada de las cámaras indiscretas, el sonido de mis pasos amortiguado por los ronquidos y las toses de los vecinos, evitar al guardia de turno, caminar sigilosamente por los pasillos, entrar en el despacho del director, rebuscar entre sus cajones hasta encontrar la llave de la puerta del jardín de atrás, abrir la puerta, salir al exterior, caminar los 82 metros que me separaban de la valla al exterior, trepar por el muro con ayuda de la hiedra, encaramarme a la parte superior del mismo, respirar el olor a libertad, deslizar mi cuerpo hacia el otro lado, dejarme caer unos dos metros, empezar a correr en cualquier dirección, lejos de la residencia, hacia una nueva vida.<br />- ¿Eva?<br />Miré a mi alrededor, pero Gustavo y Daniel ya no estaban en la sala. Los gatos de Cándida también habían desaparecido. Sin embargo, alguien me llamaba insistentemente desde más allá de la puerta principal, desde el mundo de los despiertos. Desperté con un “click” y el sobresalto que conllevaba tener la cara de mi abuelo apenas a unos centímetros de la mía, como si acabara de inclinarse sobre mí para acomodar mi cabeza en la almohada. A juzgar por la bandeja con el café descafeinado y las tostadas con mermelada que descansaba en la mesilla de noche, era la hora del desayuno. En la tele un señor vestido de blanco se había animado a enseñarnos una receta de un plato japonés, mientras que el viento agitaba las ramas de los árboles al otro lado de mi ventana.<br />- Me han dicho que hoy has tenido consulta con el psicólogo... - me comentó el viejecillo, mientras volvía a tomar asiento, tratando de hacerme creer que estaba haciendo una pregunta sin importancia, pero clavando su mirada en mí te tal manera que no cabía duda del interés desmesurado que tenía en mi respuesta.<br />- Sí, le he estado pidiendo que me enseñara los dibujos... - le dije para quitarle toda importancia a aquella consulta.<br />- Dibujos, dibujos... ¡bieeeeeeeeeeeeeeen! - oí que me decía Sebas con su voz de pito. ¿Pero de dónde demonios había salido?<br />- ¿Ah, sí? ¿Y se puede saber qué dibujos te ha enseñado? - me preguntó, intentando que creyera que sólo lo preguntaba para darme conversación.<br />- Dibujos, dibujos... ¡bieeeeeeeeeeeeeeeen! - repetía Sebas sin cesar.<br />- Oh, no me ha estado enseñando ninguno demasiado interesante... - le respondí, desconfiando de aquel interés prefabricado, llevándome las manos a los oídos como si aquello pudiera evitar que siguiera oyendo al duende.<br />- ¿No te habrá enseñado el del “ser humano en consonancia con la Tierra”? - me preguntó al tiempo que volvía a observarme con toda su atención para analizar mi reacción ante aquel ataque por sorpresa.<br />Sin embargo, aquel torpe intento para derribar mis defensas, se topó con mi rostro, convertido en muro inexpugnable, que lanzó otra pregunta a modo de contraataque:<br />- Pero, ¿desde cuándo el Ser Humano está viviendo en consonancia con la Tierra?<br />- ¿Qué? ¿Qué? ¿Quéééééé? - me decía Sebas sin entender nada.<br />El viejo, sin embargo, no cejó en su empeño de penetrar en mi línea de defensa:<br />- Y, ¿el del “esclavo de su propia ignorancia”? ¿No te habrá enseñado el de su super heroína en defensa de la salud dental?<br />- Dibujos, dibujos... ¡bieeeeeeeeeen!<br />De alguna manera el viejo, que indudablemente era muy listo, parecía haberse enterado de todo, pero daba igual. Ya era tarde porque yo acababa de tensar la cuerda de mi arco y la flecha apuntaba claramente hacia afuera. La lanzaría aquella misma noche y en la residencia Eva ya sería sólo historia.<br />- Abuelo, ¿te estás encontrando bien? Me estás diciendo unas cosas muy raras, quizás deberías estar viendo al psicólogo también...<br />- ¿Qué? ¿Qué? ¿Quéééééé? - decía Sebas desde su rincón de mi cabeza.<br />Ante lo cual mi abuelo se levantó, haciendo temblar la mesilla, la bandeja y la taza de café, que estuvo a punto de volcar. Cuando se encontraba junto al umbral de la puerta, se volvió un momento para preguntar:<br />- Por cierto, ¿se puede saber por qué hablas hoy tan raro?<br />Y ya no sé si fue Sebas o si fui yo el que dijo algo así como:<br />- ¿Qué? ¿Qué? ¿Quéééééé?<br />Tras lo cual la puerta se cerró de golpe, dando fin a la conversación.</div>Nataliahttp://www.blogger.com/profile/11705646908896781809noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-21062094.post-91396771096372041032011-07-03T11:47:00.000-07:002011-07-03T11:51:43.812-07:00DDHA.S01E16.Mujer.Frankenstein.odt<div style="text-align: center;"><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi3m-reYD_rakKql9JNN71sxfPM4TqjwhPhr57mqr8kIPO13Z_l_4sIYgeuMiLNummLQzlSd4KQwiCPBNcVbGcWyBHOQ-YkSSRhcUjkB99l4SsqbLIE3IjQPHe8oUCGF_17vAZqcQ/s1600/hrd+cnd+original.jpg"><img style="margin: 0px auto 10px; display: block; text-align: center; cursor: pointer; width: 344px; height: 400px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi3m-reYD_rakKql9JNN71sxfPM4TqjwhPhr57mqr8kIPO13Z_l_4sIYgeuMiLNummLQzlSd4KQwiCPBNcVbGcWyBHOQ-YkSSRhcUjkB99l4SsqbLIE3IjQPHe8oUCGF_17vAZqcQ/s400/hrd+cnd+original.jpg" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5625199951753064306" border="0" /></a>Dibujo por <a href="http://universo.pamp.es/">Pamp</a> (<a href="http://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/3.0/es/">Creative Commons License</a>)<br /><br /><div style="text-align: justify;">Paciente (tras dejar escapar un gritito): ¡Dios mío! ¿Pero cómo fuiste capaz?<br />Psicólogo (atónito): ¿De qué me hablas?<br />Paciente: No sé, podrías haber recurrido a una web de contactos, como Pilar, cualquier cosa menos esto...<br />Psicólogo: ¿Eh?<br />Paciente: ¿No se te ocurrió otra cosa que fabricarte una versión femenina de Frankenstein? ¿A esto le llamas superar un problema: crearte una novia a tu medida, juntando los pedazos rotos de la anterior? Es...<br />Piiiiiii Pip<br />Psicólogo (suspirando): Esto lo dibujé cuando tenía doce años. Estaba sentado en la sala del dentista, mientras esperaba mi turno... Tenían que empastarme varias muelas y mi madre me había estado echando la bronca por comer tantos dulces...<br />Paciente (sin escucharle): Es... egoísta y muy patético. Deberías haber pensado en ella, en lo que sentiría cuando se mirara al espejo y descubriera el monstruo que habías creado.<br />Psicólogo (pensativo): Dibujé una especie de super heroína, dispuesta a jugarse la vida por la salud dental de los pacientes de la consulta. Sólo le faltaba...<br />Paciente (saliendo de su ensimismamiento): ¿La capa?<br />Tac Tac Tac Tac Tac... Cataclack.<br />Psicólogo (sonriendo al tiempo que recogía la tercera de las cartulinas y la guardaba cuidadosamente en su maletín): Sí, justo eso.<br />Paciente: ¿No quieres que te diga lo que había en el dibujo?<br />Psicólogo (sin dejar de sonreir): No, no hace falta. Ya está.<br />Paciente (sin comprender nada): Tu mujer Frankenstein va a terminar armándola bien gorda, ya verás. No deberías haber hecho algo así.<br />Psicólogo: No hay ninguna mujer Frankenstein, Eva. No te preocupes...<br /></div></div>Nataliahttp://www.blogger.com/profile/11705646908896781809noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-21062094.post-46090095461693948842011-05-23T13:22:00.000-07:002011-05-25T03:37:43.015-07:00DDHA.S01E15.Esclavo.de.su.propia.Ignorancia.odt<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjNsJmLzJBxw7oomNdSSFPXEH3hFcu73hnX2vkCHkCf1AIv9utKRkqC2pAWD5Bv9ZhCOY9TM5nvd61Sz9XVghhjHD5cIp4qxtf49Yty3s2dytOY04LFSmEmxYKZAoP_Qk75fY0HLA/s1600/cmd.jpg" onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 400px; height: 267px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjNsJmLzJBxw7oomNdSSFPXEH3hFcu73hnX2vkCHkCf1AIv9utKRkqC2pAWD5Bv9ZhCOY9TM5nvd61Sz9XVghhjHD5cIp4qxtf49Yty3s2dytOY04LFSmEmxYKZAoP_Qk75fY0HLA/s400/cmd.jpg" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5610011009795572514" /></a><div style="text-align: center;">Dibujo por <a href="http://universo.pamp.es/">Pamp</a> (<a href="http://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/3.0/es/">Creative Commons License</a>)</div><div><br /></div><div style="text-align: justify;">Paciente (tras observar detenidamente el segundo de los dibujos): Cuando ella te dejó, te construíste una prisión con tus propias manos, te encerraste en ella y tiraste las llaves fuera de tu alcance para asegurarte de que nunca saldrías de allí. Los días eran largos y las noches estaban llenas de monstruos que deseabas que te devoraran para acabar con aquel martirio llamado vida... Pero, ¿realmente ella valía tanto?</div><div style="text-align: justify;">Psicólogo ecologista (alterándose de nuevo): ¿De qué me estás hablando? </div><div style="text-align: justify;">Paciente (mirándole seria): De la novia que te dejó, de esa a la que querías tanto, pero que te dio esquinazo... ¿No es eso de lo que hablan todos tus dibujos?</div><div style="text-align: justify;">Psicólogo alterado: No, no hablan de eso. Yo no tengo tiempo para novias... </div><div style="text-align: justify;">Paciente (extrañada): ¿Tú tampoco has tenido pareja?</div><div style="text-align: justify;">Psicólogo (recomponiéndose): Pero, ¿quién te ha dicho a ti que tú no hubieras tenido novio?</div><div style="text-align: justify;">Paciente: Ni novios, ni amigos, ni familiares... Nadie viene a verme, ¿no te has dado cuenta? Sea quien fuere, nadie me quería... </div><div style="text-align: justify;">Psicólogo: Y, ¿cómo te sientes al respecto?</div><div style="text-align: justify;">Paciente: ¿Sentir?</div><div style="text-align: justify;">Psicólogo: Bueno, déjalo, sólo háblame del dibujo, Eva. De lo que ves en él.</div><div style="text-align: justify;">Eva: Una prisión, o un libro, o un acordeón, <i>un preso</i>, un monstruo, una mandíbula, unos colmillos, un globo blanco, unos ojos saltones... Dime, ¿cómo conseguiste salir de esa cárcel?</div><div style="text-align: justify;">Pip pip Piiiiiiiiiiiiiip</div><div style="text-align: justify;">Psicólogo (sacando el tercero de los dibujos): Vuelves a hacer lo mismo, vuelves a hacer interpretaciones que están totalmente fuera de lugar... Este dibujo sólo trata de reflejar al hombre como esclavo de su propia ignorancia. No le des más vueltas.</div><div style="text-align: justify;">Eva: Pues yo sigo pensando que ella no valía tanto la pena...</div>Nataliahttp://www.blogger.com/profile/11705646908896781809noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-21062094.post-16780663575723781942011-05-08T12:12:00.000-07:002011-05-08T12:19:05.684-07:00DDHA.S01E14.El.Ser.Humano.en.Consonancia.con.la.Tierra.odt<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjFtNQT9HQ6aD7KyEbzb4BvSG1RCMWhqZxATRlkwqXQS3DQ9hDcXQz_B-2fhZZrMZuCy4ClKX89xUDFe3ZOTWI5WiBwUlEumCSUJNkcZQGOj2ESV_qEkmCFqgQEvBZUusa7ejyxvg/s1600/bsq+mvl.jpg" onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 400px; height: 267px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjFtNQT9HQ6aD7KyEbzb4BvSG1RCMWhqZxATRlkwqXQS3DQ9hDcXQz_B-2fhZZrMZuCy4ClKX89xUDFe3ZOTWI5WiBwUlEumCSUJNkcZQGOj2ESV_qEkmCFqgQEvBZUusa7ejyxvg/s400/bsq+mvl.jpg" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5604425711327951906" /></a><p style="text-align: center;margin-bottom: 0cm; ">Imagen por <a href="http://universo.pamp.es/">Pamp</a> (<a href="http://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/3.0/es/">Creative Commons License</a>)</p><p style="margin-bottom: 0cm">Paciente (después de mirar el dibujo detenidamente): Este es fácil. La vida es un largo camino accidentado. De hecho, lo que lo hace digno de recorrerse son las curvas de visibilidad reducida, que te deparan sorpresas inesperadas, los baches, las subidas que te dejan sin aliento y las cuestas abajo, sobre todo cuando te das cuenta de que te fallan los frenos. No nos engañemos, el camino lo empezamos y lo acabamos siempre solos, pero a veces nos cruzamos con alguien que nos acompaña un trecho, haciendo que durante un tiempo las subidas sean menos arduas y las bajadas doblemente emocionantes... De modo que un día te cruzaste con ese alguien especial con el que marchaste al unísono durante unos kilómetros, alimentando la falsa ilusión de que siempre seríais uno: ella las patas delanteras y tú probablemente las traseras, dejándote llevar, a veces a ciegas, viviendo un sueño hecho realidad, una mentira.<br />Psicólogo (quitándole el dibujo de la mano e interrumpiéndola): No, no, no... Estás sacando las cosas de contexto. Aquí no hay ninguna pareja, ni nada que se le parezca, límitate a decirme lo que ves en el papel... <br />Paciente (señala el dibujo que tiene el psicólogo entre sus manos para insistir en su línea argumental): Un cuerpo, cuatro patas, pero dos cabezas, ¿no lo ves? Nunca fuistéis uno... ¿Qué pasó? ¿No pudiste seguirle el paso? ¿Te levantaste una mañana y resultó que volvías a ser bípedo?<br />Psicólogo (algo alterado, retorciendo el papel): Basta ya, deja de decir tonterías, ¿quién es el psiquiátra aquí?<br />Paciente (mirándole sorprendida): ¿Pero no eras psicólogo? <br />¿Psiquiatra? (recomponiéndose): ¿Qué? Mira, sólo quiero que entiendas que no hace falta que compliques tanto las cosas. Limítate a contarme lo que ves. Paciente (cogiendo el dibujo de entre sus manos, tomándose su tiempo para alisarlo y volviéndolo a mirar): ¡Ah, eso! (resoplando) Un árbol de hoja caduca, dos niños <i>corriendo</i> por una pradera en un día soleado, la corteza terrestre y cuatro patas de cuatro dedos, caminando lentamente...<br />Pip<br />Psicólogo (volviendo a guardar el dibujo en su cartera): ¿Lo ves como no era tan difícil? Sólo es un dibujo que hice en mi fase ecologista... El ser humano en consonancia con la Tierra, integrado en ella...<br />Paciente (poco entusiasmada): Pues vaya...</p>Nataliahttp://www.blogger.com/profile/11705646908896781809noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-21062094.post-15255478151361327402011-03-16T14:10:00.000-07:002011-03-16T14:15:05.255-07:00DDHA.S01E13.Primera.Consulta.odt<a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiposAWDBkCI5lJOTmEb66lD5-m-FbT_5QF3qRAxV69qXaIv20rzgMfgHoGfDHKo1063qD_3eiQF2fyd840ETtPkVcCUonTn_dEy9f-F-PWv0n2RTwmRasyr3d06qIYEj9lvg_SDQ/s1600/535550443_608a52286f_z.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 400px; height: 268px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiposAWDBkCI5lJOTmEb66lD5-m-FbT_5QF3qRAxV69qXaIv20rzgMfgHoGfDHKo1063qD_3eiQF2fyd840ETtPkVcCUonTn_dEy9f-F-PWv0n2RTwmRasyr3d06qIYEj9lvg_SDQ/s400/535550443_608a52286f_z.jpg" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5584788972540658402" /></a><div style="text-align: center;">Imagen por <a href="http://www.flickr.com/photos/teban32/">_Teb</a> (<a href="http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.0/deed.es">Creative Commons License</a>)</div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: justify;">- Hola. Soy Eva.</div><div style="text-align: justify;">Y el tipo del banco, que no me había visto acercarme por detrás, se volvió sobresaltado y respondió:</div><div style="text-align: justify;">- Sánchez, Daniel Sánchez.</div><div style="text-align: justify;">Que pensé que sonaba igualito a:</div><div style="text-align: justify;">- Bond, James Bond.</div><div style="text-align: justify;">Salvo por el hecho de que aquel treintañero flacucho y pálido, que escondía sus ojos grises tras unas gafas de pasta, no tenía pinta de poder salvar al mundo de absolutamente nada.</div><div style="text-align: justify;">- ¿Qué es lo que quieres? - me preguntó.- ¿Te manda tu abuelo?</div><div style="text-align: justify;">Negué con la cabeza. </div><div style="text-align: justify;">- Sólo venía a hablarte del duende...</div><div style="text-align: justify;">- Noooooooooooooooooooooooo... - intervino Sebas desde algún rincón oscuro. </div><div style="text-align: justify;">- ¿Un duende? </div><div style="text-align: justify;">Y tras titubear añadí:</div><div style="text-align: justify;">- Y también quería saber si podía ver tus dibujos.</div><div style="text-align: justify;">- ¡Bieeeeeeeeeeeeeen!</div><div style="text-align: justify;">- Bueno, - recuerdo que me dijo Daniel, al tiempo que escaneaba el jardín con su mirada. - La verdad es que hacía tiempo que quería hablar contigo... </div><div style="text-align: justify;">- ¿Conmigo? ¿De qué?</div><div style="text-align: justify;">Recuerdo que se hizo a un lado, para que me sentara junto a él en su banco. Miré hacia la ventana de mi habitación y me pregunté cómo se nos vería desde allí. Por un momento creí ver a Sofía, espiándonos desde el otro lado del cristal. Pero no, debía de haber sido sólo un efecto óptico, pues definitivamente no había nadie tras mi ventana. </div><div style="text-align: justify;">- ¿Cómo te sientes? - me preguntó.</div><div style="text-align: justify;">- Ni frío, ni calor, no tengo hambre, ni sed, ni ganas de ir al servicio, no estoy cansada... </div><div style="text-align: justify;">- No, no, no... - me interrumpió. - Te he preguntado que cómo te sientes. </div><div style="text-align: justify;">¿Sentir? Pero si acababa de...</div><div style="text-align: justify;">- Y ¿qué es lo que quieres? ¿Te has parado a pensarlo? </div><div style="text-align: justify;">- Supongo que quiero saber quién soy, - respondí automáticamente. - Quiero ver lo que hay fuera, vivir una vida normal, como la de la gente de la tele... </div><div style="text-align: justify;">- Y, ¿qué te impide irte? - me preguntó entonces, pillándome totalmente desprevenida.</div><div style="text-align: justify;">- No, no, nooooooooooooooooooooooooo... - me decía Sebas desde dentro.</div><div style="text-align: justify;">- ¿Qué? - le pregunté sin llegar a comprender.</div><div style="text-align: justify;">- No, no, nooooooooooooooooooooooooo... - era un sonido cada vez más agudo, e insoportable.</div><div style="text-align: justify;">- ¿Por qué no te escapas de aquí, si eso es lo que quieres?</div><div style="text-align: justify;">¿Es-ca-par-me? ¿Dónde había oído aquello antes? Pero, ¿y él por qué...? </div><div style="text-align: justify;">- No, no, noooooooooooooooooooooooo...</div><div style="text-align: justify;">Me llevé las manos a la cabeza, pero aunque me tapara los oídos, las voces venían desde dentro y no podía acallarlas. Daniel dejó de hablar, me miró a los ojos detenidamente y pasó su mano por mi nuca un instante, tras lo cual las voces enmudecieron de golpe, como si alguien hubiera pulsado el MUTE. </div><div style="text-align: justify;">- ¿Ya no hay voces? - me preguntó. - Creo que tu amigo nos dejará tranquilos un rato.</div><div style="text-align: justify;">Estaba claro que no era James Bond, pero ya no me cabía duda de que como psicólogo debía de ser buenísimo: Sebas había desaparecido como por arte de magia y pude volver a respirar tranquila. Mientras tanto Daniel se había puesto a rebuscar dentro de su maletín, de donde sacó tres cartulinas negras con dibujos de trazos blancos que me pidió que examinara detenidamente. Y eso es precisamente lo que me dispuse a hacer.</div>Nataliahttp://www.blogger.com/profile/11705646908896781809noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-21062094.post-25905540501864193292011-03-09T14:57:00.000-08:002011-03-09T15:00:32.023-08:00DDHA.S01E12.Voces.en.mi.Cabeza.odt<a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiNojFLpA4TSQTRRA4AL0JG-SrkoWMrq8modGCgCk2qhSVufJ10oUl-UiEoFxm6Jtelt9ex_iUiCj-MY7aUzugnIhKvj9tyMN3m8hHcs4jm9sxEthWYQKcySmzMa7etGd2d-WCYGQ/s1600/1467272645_f672326f37_b.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 400px; height: 300px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiNojFLpA4TSQTRRA4AL0JG-SrkoWMrq8modGCgCk2qhSVufJ10oUl-UiEoFxm6Jtelt9ex_iUiCj-MY7aUzugnIhKvj9tyMN3m8hHcs4jm9sxEthWYQKcySmzMa7etGd2d-WCYGQ/s400/1467272645_f672326f37_b.jpg" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5582218288997324866" /></a><div style="text-align: center;">Foto por <a href="http://www.flickr.com/photos/hugosimmelink/">Hugo</a> (<a href="http://creativecommons.org/licenses/by-nd/2.0/deed.es">Creative Commons Licence</a>)</div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Tras mi paso por La Aurora hubo muchos cambios en mi vida. Era como si durante mi breve ausencia mi abuelo hubiese aprovechado para abrir mi cabeza en dos y se hubiera leído todos y cada uno de mis pensamientos, dándoles la vuelta como si fueran una tortilla. Pero no sólo tenía la sensación de que habían cambiado la decoración de mi cabeza sin consultarme, sino que también habían reestructurado el exterior de mi casa, dejando el barrio irreconocible.<br />Para empezar, me habían cambiado a Pilar por un enfermero con cara de pocos amigos, el cual respondía a todas mis preguntas con un gruñido.<br />- Hola, ¿qué tal te va?<br />- Grrrrrr...<br />O si no:<br />- Buenas, qué frío que hace esta mañana, ¿no?<br />- Brrrrr...<br />Lo que me resultaba bastante frustrante, aunque una vocecilla de duende que se había colado en mi cabeza se empeñara en repetirme que todo estaba bien.<br />- ¡Todo está bieeeeeeeeeeeen!<br />Además desaparecieron todas las pastillas. Si no me hacían falta a mí, a los demás tampoco. O al menos eso era lo que me había dicho mi abuelo, que decidió pasar más horas conmigo, como si de repente tuviera una necesidad imperiosa de estrechar nuestros lazos familiares. Había traído una enorme pizarra a mi habitación, sobre la que desplegó una fórmula kilométrica que insistía en resolver conmigo porque, según él, eso era lo que más me gustaba en el mundo.<br />- ¡Bieeeeeeeeeeeeeeeen! - volvía a decir la vocecilla cada vez que me acercaba a la pizarra empuñando mi tiza.<br />Y si no estábamos añadiendo números en la pizarra, salíamos a pasear por el jardín al otro lado de mi ventana para discutir teorías de las que yo podía hablar como un autómata, mientras examinaba el muro al exterior, que habría jurado que medía cinco metros más que antes; observaba a los gatos de Cándida jugueteando alrededor de la fuente, a los monos verdes rastrillando el suelo, o al psicólogo, que nos miraba de reojo desde su banco, al que mi abuelo procuraba no acercarse demasiado.<br />- Pero, ¿qué haces?<br />- ¿Yo? - le pregunté mirando las piedras que acababa de recoger del suelo.<br />- Las has cogido con la mano izquierda... ¡y no eres zurda! - me dijo quitándome las piedras y tirándola al suelo con rabia.<br />A esas alturas ya tenía claro que la otra debía de haber sido diestra, pero no entendía por qué le frustraba tanto que yo no lo fuera.<br />Cándida ya no limpiaba mi habitación, sino que lo hacía Sofía, que aparecía todas las mañanas sonriente y sin decir palabra, hacía la cama, barría y fregaba el suelo, pasaba un paño por los estantes y seguía con el baño, mientras yo me tomaba el desayuno sin despegar la mirada de la pantalla de la televisión, donde pasaban la programación infantil.<br />- ¡Bieeeeeeeeeeeeeeen! - decía una y otra vez la voz del duende, a la que había decidido llamar Sebas, dado que parecía que íbamos a pasar una buena temporada juntos.<br />A Luis sólo le veía como de refilón, pasando por el pasillo cual ráfaga, sin tiempo para detenerse a saludarme. Tenía ganas de contarle chismes como mi encuentro con Gustavo, pero mi amigo siempre tenía una excusa estúpida que le impedía charlar conmigo como solía hacerlo antes.<br />- Mira, lo siento, están haciendo unas patatas guisadas en la cocina y acaban de llamarme por la radio para pedirme que las retire del fuego...<br />O bien:<br />- Luego hablo contigo, Eva. Hay dos viejos peleándose en la sala de la televisión y me han ordenado que intervenga...<br />Pero sus “luegos” nunca llegaban. Y aunque la vocecilla dentro de mi cabeza no dejaba de repetirme que todo estaba increíblemente bien, aquello me entristecía. No, definitivamente aquello no estaba bien. Y, ¿quién era ese duende? ¿Qué quería de mí? ¿Cómo se había metido en mi cabeza? De modo que en un descuido de mi nuevo guardia, hice lo más lógico dadas las circunstancias y eso a pesar de que Sebas no pareciera estar de acuerdo en absoluto.<br />- ¡Nooooooooooo oooooooooooooooooooooo! - me decía mientras yo salía de la habitación, bajaba las escaleras de dos plantas, atravesaba los pasillos, traspasaba la puerta al jardín de atrás, me acercaba al banco sigilosa y me anunciaba al psicólogo así:<br />- Hola, soy Eva. </div>Nataliahttp://www.blogger.com/profile/11705646908896781809noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-21062094.post-1153114111326745442011-03-02T21:57:00.000-08:002011-03-02T21:58:52.056-08:00DDHA.S01E11.Viaje.Estelar.Parte.2.odt<a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjqgTudVXrYomE-hIQlTVX34Tq0aSD2w-HiyGSblDFKy-UxOFsDluGN7rZzmI9aO88nLQSSWBUaptnNlKe_vIol_rqIZmmwv9kZx7IuTn5SOW-X4zvVUhJ9seih4xshTDxPWJagwQ/s1600/3085157011_4560528e9e_b.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 400px; height: 267px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjqgTudVXrYomE-hIQlTVX34Tq0aSD2w-HiyGSblDFKy-UxOFsDluGN7rZzmI9aO88nLQSSWBUaptnNlKe_vIol_rqIZmmwv9kZx7IuTn5SOW-X4zvVUhJ9seih4xshTDxPWJagwQ/s400/3085157011_4560528e9e_b.jpg" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5579593494890228530" /></a><div style="text-align: center;">Foto por <a href="http://www.flickr.com/photos/wlodi/">Wlodi</a> (<a href="http://creativecommons.org/licenses/by-sa/2.0/deed.es">Creative Commons License</a>)</div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: justify;">No hizo falta que se diera la vuelta para que yo supiera que me encontraba ante el mismísimo Gustavo, al que ya había visto en los capítulos cinco y seis de la serie preferida de Luis.<br />- ¿Qué haces? - le pregunté.<br />Se volvió hacia mí y caí en la cuenta de que se parecía mucho a mi abuelo, sólo que en lugar de bigote tenía barba, su pelo era más largo y no llevaba gafas.<br />- ¿No lo ves? - me contestó. - Estoy dándole una paliza a esta maldita máquina.<br />- ¿La del cuarto de la puerta azul? - le pregunté.<br />- No, no... El sistema de hibernación de la nave, ¿recuerdas? Estoy harto de estar solo y la vida es corta, así que he decidido hacer algo al respecto.<br />- Pero, - le dije, - esto le va a costar la vida a un piloto...<br />- ¿A cuál de ellos, al simpático o al otro?<br />- ¿Qué?<br />- Y tú, ¿qué es lo que quieres en la vida? ¿te has parado a pensarlo? - me dijo clavando sus ojos en mí. - Y más importante aún, ¿qué vas a hacer al respecto?<br />Le miré desconcertada, sin saber qué responderle.<br />- Si te quieres escapar de esa residencia en la que estás atrapada, - continuó Gustavo. - ¿Por qué no lo haces? ¿Qué es lo que te impide hacerlo?<br />- ¿Es-ca-par? - repetí como masticando cada sílaba, intentando determinar el alcance de aquella palabra que me abría las puertas a un sinfín de nuevas posibilidades.<br />- Sí, escapar para llevar una vida normal, como la de la gente de la tele, - insistió el viejecillo. - ¿No es eso lo que quieres?<br />Escapar. Los obstáculos no hacían más que multiplicarse en mi cabeza:: las cámaras, los guardias, sus porras, la puerta blindada, la alarma, el muro inexpugnable, la policía, sus armas, los perros, los helicópteros, los coches patrulla, las sirenas, Scotland Yard, la prensa... y vuelta a la residencia. Lo mirara como lo mirara, todo volvía a conducirme a la residencia.<br />- Nada es imposible... - me dijo como leyendo mi pensamiento.<br />En ese momento varias tuercas salieron despedidas cual proyectiles que pasaron silbando entre Gustavo y yo. Más tuercas siguieron y tuvimos que agacharnos. La máquina empezó a rebufar y aquello parecía que iba a explotar de un momento a otro.<br />- ¡Ay, mi madre! - le oí exclamar.<br />Fue entonces cuando La Aurora comenzó a anunciar repetidamente un fallo grave en el sistema de hibernación...<br />- ¡Corre, vete! - me dijo Gustavo. - Las cápsulas se van a abrir de un momento a otro y ni siquiera estás en el reparto.<br />- ¿Estás seguro de que no pueden hacerme un hueco en la serie? - le pregunté.<br />- Mira, si quieres vernos, no tienes más que poner el canal ocho los jueves a las diez y media de la noche, pero sea lo que sea lo que estés buscando, ten por seguro que no vas a encontrarlo aquí.<br />Para entonces todo se había tornado rojo, incluso la cara del viejecillo, que seguía sujetando el martillo en su mano y que volvió a ensañarse con la máquina en cuanto me alejé de él. Corrí de vuelta hacia el bar y desde allí regresé al cuarto de las literas. Volví a tumbarme sobre una de ellas y cerré los ojos con todas mis fuerzas con la esperanza de que aquello bastara para teletransportarme de vuelta a mi habitación.<br />- Dale, dale... - creí oirle decir a mi abuelo. - Al botón rojo, al rojo, ¡al rojo te he dicho!<br />Y no sé si fue mi fuerza de voluntad, o un simple botón rojo... pero al volver a abrir los ojos supe que estaba de nuevo en casa.</div>Nataliahttp://www.blogger.com/profile/11705646908896781809noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-21062094.post-12879372151074572592011-02-23T21:50:00.000-08:002011-02-23T22:04:33.583-08:00DDHA.S01E10.Viaje.Estelar.Parte.1.odt<a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh2_OIEnUrNw4_K9ff5gsTli3LsTv7_8kDFH3e1hqshuBnPosqI2839SHj0ceZ1bvULPQtT8fX0OMPotsWBsmbnD8AqzoAVKLkNy8bO5qRz_6TJxRzxJNEfLusFs6vh5CJZPhrQOA/s1600/1323025528_d2a63b1aec_o.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 400px; height: 215px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh2_OIEnUrNw4_K9ff5gsTli3LsTv7_8kDFH3e1hqshuBnPosqI2839SHj0ceZ1bvULPQtT8fX0OMPotsWBsmbnD8AqzoAVKLkNy8bO5qRz_6TJxRzxJNEfLusFs6vh5CJZPhrQOA/s400/1323025528_d2a63b1aec_o.jpg" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5577132373493457410" /></a><div style="text-align: center;">Imagen por <a href="http://www.flickr.com/photos/bredgur/">Bredgur</a> (<a href="http://creativecommons.org/licenses/by-sa/2.0/deed.es">Creative Commons License</a>)</div><div><br /><div style="text-align: justify;">Abrí los ojos con la esperanza de seguir metida dentro de la máquina, dispuesta a explorar cada uno de sus rincones para averiguar de qué se trataba y cuál era su propósito. Sin embargo, pronto pude comprobar que no estaba allí. De hecho, tampoco estaba en mi habitación del geriátrico, sino en otra mucho más oscura, donde me hallaba tumbada sobre una litera. Llevaba puesto un mono azul exactamente igual al que llevaban los tripulantes de la Aurora. </div><div style="text-align: justify;">- ¡Despierta! - me dije, o dijo alguien. </div><div style="text-align: justify;">Me levanté de un salto y miré a mi alrededor. Estaba completamente sola en una habitación muy pequeña, sin ventanas y mal ventilada, en la que había dos literas, un armario cuya puerta estaba cerrada con candado y un escritorio sobre el que únicamente había un libro de Thomas Mann muy manoseado. La única lámpara, que colgaba del techo, tenía apenas 40 watios y me pregunté quién podría estar leyéndose “Los Buddenbrook” con aquella luz tan escasa sin volverse completamente ciego. Me dirigí hacia la puerta de salida, que no tenía pomo ni nada que se le pareciera.</div><div style="text-align: justify;">- ¡Ábrete! - le ordené, dejando escapar una risita tonta. </div><div style="text-align: justify;">Al comprobar que mi orden no daba resultado alguno, procedí a pulsar un botón azul que descubrí en uno de los laterales... y la puerta se deslizó sigilosamente, invitándome a entrar en un pasillo largo débilmente iluminado por lámparas parpadeantes. Y, ¿ahora qué? ¿Izquierda o derecha? </div><div style="text-align: justify;">- ¿Qué ha dicho? - dijo una voz de hombre algo cascada que se parecía mucho a la de mi abuelo.</div><div style="text-align: justify;">Pero allí no había nadie: las voces estaban sólo en mi cabeza. </div><div style="text-align: justify;">Izquierda. Tras caminar largos minutos por aquel pasillo aparentemente interminable, llegué a una gran sala vacía en la que parecía que acababan de celebrar una fiesta. Había una barra al fondo y tras ella largas estanterías repletas de botellas con bebidas de colores fluorescentes. Tanto en la barra como en las cinco mesas repartidas por la sala habían dejado vasos medio vacíos y los cigarrillos de los ceniceros parecían haber sido apagados recientemente, como si sus dueños acabaran de salir de allí. Alguien se debía de haber dejado encendido el equipo de música, en el que aún sonaba una melodía electrónica algo machacona a la que decidí ponerle fin pulsando una gran tecla de STOP. Entonces fue cuando oí el martilleo, que procedía de algún sitio más allá de la puerta verde al fondo de la sala. </div><div style="text-align: justify;">- Estoy harto de oir excusas, ¿sabes? ¡Esto es un desmadre y se va a acabar ya mismo! - seguía diciendo la voz cascada, algo subida de tono a causa del enfado. - Aquí cada uno se cree que puede hacer lo que quiera... ¿Se puede saber quién os ha dicho que esto sea una democracia? Y para colmo es zurda, ¿te has fijado en que es zurda? ¿Desde cuándo es zurda?</div><div style="text-align: justify;">Tras bajar el volumen de aquella voz tan molesta que no dejaba de parlotear, salí de la sala dejándome guiar por el sonido del martilleo. En varias ocasiones, cuando me parecía que estaba a punto de llegar al sitio del que venía aquel sonido constante, me encontraba ante un pasillo sin salida, que me obligaba a retroceder sobre mis pasos y seguir explorando lo que parecía ser un enorme laberinto de paredes metálicas. Finalmente conseguí dar con el tipo que empuñaba el martillo, un viejecillo menudo que se ensañaba con una máquina llena de luces de colores, pero que cada vez tenía menos luces por efecto de los golpes que le infligía el viejo. De hecho, incluso empezaba a salir un humo blanco que no presagiaba nada bueno. No hizo falta que se diera la vuelta para que yo supiera que me encontraba ante el mismísimo Gustavo.</div></div>Nataliahttp://www.blogger.com/profile/11705646908896781809noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-21062094.post-54889944471439267512011-02-16T21:51:00.000-08:002011-02-16T21:57:26.020-08:00DDHA.S01E09.Desde.Dentro.Hacia.Afuera.odt<a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhlHefEoQEoSNepqfdw45-_LKR_iIUbsXb9GeIWYngm0bzNlr-QMOkX-P-yDLdHdlxanP_4thZWZMePHWSx39JNFVywEuxzYf5HYLwkCghgq-Y893vF9J77IR20oQmPPYzaeLKJjw/s1600/2233792480_a686555869_b.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 267px; height: 400px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhlHefEoQEoSNepqfdw45-_LKR_iIUbsXb9GeIWYngm0bzNlr-QMOkX-P-yDLdHdlxanP_4thZWZMePHWSx39JNFVywEuxzYf5HYLwkCghgq-Y893vF9J77IR20oQmPPYzaeLKJjw/s400/2233792480_a686555869_b.jpg" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5574533287608728226" /></a><div style="text-align: center;">Foto por <a href="http://www.flickr.com/photos/aegishjalmur/">Sara Björk</a> (<a href="http://creativecommons.org/licenses/by/2.0/deed.es">Creative Commons License</a>)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Eran las diez y media de la mañana tras otra noche sin pegar ojo. El sol se había despertado poco antes de las ocho para ofrecernos un jardín cubierto de una blanca y fría manta de nieve. Al aproximar mi cara al cristal de la ventana para disfrutar del paisaje invernal desplegado bajo el cielo azul intenso, el mundo pareció difuminarse bajo una fina capa de vaho. Casi como por voluntad propia, mi mano izquierda se precipitó sobre el cristal para rellenarlo con todo un despliegue de números y signos relacionados con una fórmula enrevesada que mi cabeza trataba de resolver desde hacía días en contra de mi voluntad. </div><div style="text-align: justify;">- ¡Mierda... erda, erda, erda!</div><div style="text-align: justify;">E inmediatamente procedí a borrar aquel sinsentido con el puño de mi camisón. Una segunda bocanada de aire me brindó un nuevo tablero sobre el que dibujé una gran flecha que iba desde dentro hacia afuera.</div><div style="text-align: justify;">Afuera el jardín nevado. No había rastro de los gatos de Cándida, uno blanco y otro negro; ni de los paseantes, que aún estarían encerrados en sus habitaciones; ni de los monos verdes; ni del tipo del banco, que aquel día no podría pasar consulta. Recordé que dos días atrás le había visto por primera vez con un paciente: mi propio abuelo, con quien había estado hablando durante media hora. Ambos habían acompañado sus palabras con grandes gestos, como si estuvieran envueltos en una discusión sobre la que era imposible llegar a un acuerdo. Hubiera dado cualquier cosa por saber de qué estarían hablando. Era casi tan importante como saber qué pasaría con el capitán Castillo y su tripulación, pero mucho menos que llegar a ver la máquina tras la puerta azul, o los dibujos que el psicólogo escondía en su maletín de cuero. Recuerdo que antes de separarse, los dos volvieron su vista hacia mi ventana y que apenas me había dado tiempo a apartarme para evitar que me descubrieran. Cuando volví a asomarme a la ventana, mi abuelo había desaparecido, mientras que el otro había vuelto a sentarse en su banco... y por más que traté de ver más allá del jardín, mi mirada se topó una vez más con el muro inexpugnable de la residencia, que me recordó que seguía definitivamente dentro, inmersa en la rutina de mi vida en el geriátrico. Aquella mañana el doctor García, que me había hecho el interrogatorio habitual, me había dicho antes de marcharse que Pilar vendría a las once para llevarme a la sala de rehabilitación. Me había costado entenderle porque aquella mañana todos los sonidos parecían venir acompañados de un extraño eco. </div><div style="text-align: justify;">Algún día yo sería la flecha que iba desde dentro hacia afuera.</div><div style="text-align: justify;">Pilar, que apareció puntual, me sacó de mi jaula en una vieja silla de ruedas que chirriaba bajo el peso de mi cuerpo... Y por primera vez pude ver los pasillos del geriátrico en plena actividad: a la luz del día los zombis ya no eran zombis, sino ancianos más o menos desvencijados, paseando o dejándose pasear por los pasillos, viendo la tele, jugando a las cartas, mirando a las musarañas, o lo que se terciara; entre ellos un enjambre de enfermeras, asistentes y familiares o amigos, que iban y venían cual ejército en plena campaña. Pasamos junto a todos ellos, mientras Pilar no dejaba de hablar, pero yo estaba muy lejos y cada vez parecía alejarme más. </div><div style="text-align: justify;">- Recuerda, erda, erda... - me pareció oirle decir entre otras muchas cosas. - Es importante que el fisioterapeuta no se entere de que ya sabes andar, dar, dar... ¿Podrás hacerlo, lo, lo, lo?</div><div style="text-align: justify;">Se calló repentinamente al cruzarnos por el pasillo con el tipo del banco, al que el maletín de cuero, el grueso abrigo, el gorro y la bufanda le daban un aspecto bastante cómico. No pude evitar dejar escapar una sonora carcajada, mientras los dos intercambiaban miradas de preocupación. Ambos parecieron inclinarse sobre mí, pero al hacerlo no hicieron más que alejarse. Creo que me desplomé causando un gran estrépito, cuando intentaba alcanzar el maletín con mis manos temblorosas. Mientras me precipitaba por lo que parecía ser un pozo de paredes viscosas, soñé que mi abuelo y Sofía me llevaban en la silla chirriante a la habitación de la puerta azul, cerrándola tras de sí. Mientras ella ponía en marcha una enorme máquina, que tenía un montón de lucecitas de colores y botones de todos los tamaños. Mi abuelo, que parecía que había rejuvenecido al menos veinte años, sacaba fuerzas de donde no las tenía para meterme en un tubo lleno de cables. </div><div style="text-align: justify;">- ¡Qué bien! - pensé entonces. - ¡Por fin estoy dentro!</div><div style="text-align: justify;">Pero no estaba dentro ni fuera, simplemente no estaba allí, ni en ninguna otra parte.</div>Nataliahttp://www.blogger.com/profile/11705646908896781809noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-21062094.post-10246642627858950362011-02-09T21:49:00.000-08:002011-02-09T21:57:39.730-08:00DDHA.S01E08.La.Aurora.odt<a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjGV4bTi0kUYnqNqaNCTeHoiCdovv3qiaaNcdPC20grKxqHnAgjYFbiJKg7R-Dkm2lcZSBRQ3GF6VMb7jnF2fcE2BuBUzcYfyDbv5NeLI6EbgLHWM1tif_GROq-oPNXAaRWgaSghA/s1600/265334762_dc0ec3cd90_b.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 400px; height: 346px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjGV4bTi0kUYnqNqaNCTeHoiCdovv3qiaaNcdPC20grKxqHnAgjYFbiJKg7R-Dkm2lcZSBRQ3GF6VMb7jnF2fcE2BuBUzcYfyDbv5NeLI6EbgLHWM1tif_GROq-oPNXAaRWgaSghA/s400/265334762_dc0ec3cd90_b.jpg" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5571935528378401090" /></a><div style="text-align: center;">Foto de <a href="http://www.flickr.com/photos/frischmilch/">Frischmilch</a> (<a href="http://creativecommons.org/licenses/by/2.0/deed.es">Creative Commons License</a>)</div><div style="text-align: justify;"><i><br /></i></div><div style="text-align: justify;"><i>La Aurora era como una vieja gorda que se deslizaba lenta y dolorosamente por el espacio. Sus tuberías, mil veces remendadas, temblaban dejando escapar tristes lamentos; aquí y allá saltaban tuercas, convertidas en peligrosos misiles; los motores carraspeaban y tosían, resistiéndose a menudo a ponerse en marcha para sacar a la gorda de paseo; la voz metálica a través de la cual se manifestaba la nave, lo que llamaban el ordenador de a bordo, indicaba fallos que no existían y olvidaba mencionar otros de vital importancia, como que el motor cinco estaba a punto de quedar inservible tras el último aterrizaje forzoso. Como si además de todos los problemas reumáticos, o el cáncer de pulmón que acababa de diagnosticarle el mecánico, la vieja estuviera aquejada de demencia senil. </i></div><div style="text-align: justify;"><i>Hacía ya tiempo que el capitán Castillo venía pidiendo que jubilaran a su nave y le proporcionaran una más joven. Sin embargo, la Compañía, que amenazaba constantemente con recortar el personal sobreexplotado, se resistía a renovar una flota repleta de viejas reliquias. Sí, viejas naves que en los casos más afortunados acabarían ocupando un hueco en algún museo de historia, pero que en su mayoría no se merecían otra cosa que el desguace, donde sin duda acabaría la propia Aurora.</i></div><div style="text-align: justify;"><i>De modo que la vieja nave, a la que habían dejado aparcada una vez más en el hángar, volvía a estar lista para el despegue previsto para las 08.56 hora estelar alfa. En aquella nueva misión debía dirigirse al cuadrante H08 para entregar una carga que consistía principalmente en repuestos de maquinaria industrial. Según los registros, la tripulación constaba de doce personas: el propio capitán Castillo, un mecánico, un electricista, dos pilotos, un médico, un cocinero, dos chapuzas, una señora de la limpieza, un informático y Juan, el encargado del sistema de hibernación y del bar. Sin embargo, no había que olvidar a un décimo tercer pasajero, que nadie había visto nunca, pero que ya era uno más de la familia: el polizón. Era una especie de fantasma que se movía a sus anchas por la nave mientras los demás hibernaban para no envejecer estúpidamente al recorrer aquellas enormes distancias espaciales. Sí, el mismo que les cambiaba las cosas de sitio; el que se leía sus libros y les dejaba notas en los márgenes; ese tipo aficionado a la música clásica y que debía de ser tan viejo como la propia nave. Algunos incluso se habían llegado a encariñar con él, dejándole a menudo regalos o cartas. Cuando acababa el período de hibernación al cabo de tres o cuatro meses, lo que para ellos apenas había sido un minuto, corrían a sus camarotes para ver qué les había respondido y generalmente se oían risas por doquier, pues si había algo indudable era que aquel fantasma, que firmaba como “Gustavo”, tenía un gran sentido del humor.</i></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">- Y hablando de fantasmas, - me comentó Luis haciendo una pausa en su dramatización de la serie. - Te has lucido bien con lo de tus paseítos nocturnos, ¿eh? ¡Vaya una bronca que nos han echado esta mañana!</div><div style="text-align: justify;">- Pero es que no duermo por las noches y me avurro... - le dije con voz quejumbrosa.</div><div style="text-align: justify;">- Bueno, pues ve la tele, haz cualquier cosa, pero quédate quietecita y no nos metas en más líos...</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><i>La Aurora, que se había resistido a despegar una vez más, aduciendo que los motores dos y tres no funcionaban, cosa que se pudo comprobar que no era cierta, abandonó la pista de despegue lanzando un bufido. Al cabo de dos horas, el capitán ordenó a los pilotos que pusieran el automático y todos se fueron al bar, donde se sirvieron una copa mientras Juan ponía a punto los cubículos donde permanecerían hibernados durante los próximos tres meses.</i></div><div style="text-align: justify;"><i>- Nunca he entendido, - le dijo un chapuzas al otro, - por qué el camarero es el encargado del sistema de hibernación. La mitad de las veces no está aquí para ponernos las copas...</i></div><div style="text-align: justify;"><i>- Y luego se mosquea porque no le dejamos propina... - comentó su compañero mientras se atusaba un enorme bigote negro del que estaba muy orgulloso.</i></div><div style="text-align: justify;"><i>A las 12.37 el capitán dio la orden de dirigirse a la sala de hibernación donde todo estaba listo para el proceso. Los miembros de la tripulación acabaron sus copas, sus cigarrillos, sus charlas aburridas... y se levantaron desganados para cumplir las órdenes. Se oyeron las típicas quejas sobre lo desagradables que eran los cincuenta segundos previos al sueño, mientras caminaban lentamente por los pasillos iluminados con pequeñas lámparas parpadeantes. La voz metálica de La Aurora repetía una y otra vez, como un viejo chocho, que les esperaban en la sala 12.</i></div><div style="text-align: justify;"><i>- Tampoco he entendido nunca, - dijo de nuevo el del bigote, que se llamaba Víctor, - por qué le habrán puesto a La Aurora voz de tío...</i></div><div style="text-align: justify;"><i>Y los dos chapuzas siguieron caminando en silencio mientras pensaban que los ingenieros serían muy listos, pero que no tenían ni puta idea de nada. Y que allí los únicos que trabajaban eran ellos y que todo por un sueldo de mierda. La señora de la limpieza, Mercedes, que caminaba tras ellos, sólo pensaba en qué cara pondría Víctor el día en que al despertarse después de la hibernación se encontrara con que le habían afeitado el bigote. Dios, cómo odiaba aquel bigote...</i></div><div style="text-align: justify;"><i>Uno a uno fueron desvistiéndose y entrando en aquellos cubículos que semejaban ataúdes. El último de ellos, perteneciente al capitán Castillo, se cerró a las 13.02. Los doce sonidos metálicos que siguieron indicaron el cierre hermético de las portezuelas de los doce cubículos, cuyas lucecillas verdes se tornaron amarillas y luego rojas. A continuación se oyeron unas toses un tanto desagradables y finalmente el ritmo acompasado de respiraciones y ronquidos más o menos sonoros. </i></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">- Y hablando de portezuelas, - dije interrumpiendo a Luis. - ¿Ké hay detrás de la puerta azul? </div><div style="text-align: justify;">Pero ni él ni sus compañeros habían entrado jamás en la habitación, ni sabían qué se escondía tras ella. </div><div style="text-align: justify;">- De hecho, no creo que ni el director lo sepa. Sólo sé que esa habitación se cierra herméticamente desde la llegada de tu abuelo y que sólo él y su secretaria tienen acceso a ella...</div><div style="text-align: justify;">Entonces miré a Luis y le dije:</div><div style="text-align: justify;">- Pues yo boy a entrar un día porque tengo que saber qué es lo que tienen allí dentro.</div><div style="text-align: justify;">Y recuerdo que él se encogió de hombros como si su sueldo pudiera justificar el hecho de que se limitara a hacer su trabajo sin hacer preguntas.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><i>Exactamente 76 horas más tarde en la sala de calderas se pudo oir un chasquido seguido de un "'¡ay, mi madre!"; diez segundos después en el extremo opuesto de la nave saltaba una alarma y en la sala de hibernación empezaba a oler a carne chamuscada. Las luces de los ataúdes se volvieron amarillas y luego verdes, tras lo cual se fueron abriendo uno a uno, al tiempo que sus ocupantes se desperezaban. El capitán Castillo, el primero en vestirse y correr al puente de mando, no tardó en percatarse de que algo no marchaba bien. No sólo acababa de perder a uno de sus pilotos, que se había quedado frito en su ataúd por un fallo en el sistema de hibernación, sino que al preguntarle a La Aurora por lo que había ocurrido, ésta parecía bastante confusa.</i></div><div style="text-align: justify;"><i>David, el informático, fue convocado de inmediato para determinar la gravedad del estado mental de la nave. Unos minutos más tarde confirmó las sospechas del capitán: más les valía sacar la brújula y ponerse a pedalear, pues el ordenador estaba casi tan frito como el piloto. Y tras soltar esto, David, al que no pagaban por resolver problemas fuera del ámbito de la informática, se apresuró a dirigirse al bar para tomarse una copa y fumarse un cigarrillo. En uno de los pasillos de luces parpadeantes se tropezó con un tipo viejo e increíblemente arrugado, de larga cabellera blanca y ojos claros, que iba cargado con un enorme martillo y una caja de herramientas. Tras examinarse mutuamente durante unos largos segundos, el viejo continuó caminando mientras silbaba alguna cancioncilla y el informático prosiguió hacia el bar mientras pensaba que todos iban a alucinar cuando les dijera que acababa de cruzarse con Gustavo.</i></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">- El capítulo cuatro lo vemos juntos si quieres, - me dijo Luis al tiempo que se levantaba para marcharse.</div><div style="text-align: justify;">- ¿Es que han necesitado tres capítulos para contarnos sólo esto? - le pregunté sin acabar de creérmelo.</div><div style="text-align: justify;">- ¡Vaya! - exclamó Luis mientras salía de mi habitación. - Creo que es la primera vez que consigues decir una frase entera sin cambiar ninguna letra...</div>Nataliahttp://www.blogger.com/profile/11705646908896781809noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-21062094.post-72212185547162093392011-02-02T21:28:00.000-08:002011-02-02T21:32:47.372-08:00DDHA.S01E07.Fantasmas.odt<a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi7oLCUxUAYiuiT_C4OHTWIPJN6XZERl3seQ0Nw13BSP1dP7wYPe4Xg6bIVynwDoAdXkZ3wpkUgbGlKYhz_JcvOx2Q9HCwBcWg9TJ9UiROPEjVJA9z8Cn16aerXDJK3k8eu9zghaQ/s1600/4323589823_c0f4157706_o.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 307px; height: 400px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi7oLCUxUAYiuiT_C4OHTWIPJN6XZERl3seQ0Nw13BSP1dP7wYPe4Xg6bIVynwDoAdXkZ3wpkUgbGlKYhz_JcvOx2Q9HCwBcWg9TJ9UiROPEjVJA9z8Cn16aerXDJK3k8eu9zghaQ/s400/4323589823_c0f4157706_o.jpg" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5569331654770776738" /></a><div style="text-align: center;">Foto por <a href="http://www.flickr.com/photos/face_it/">Gabriela Camerotti</a> (<a href="http://creativecommons.org/licenses/by-nc/2.0/deed.es">Creative Commons License</a>)</div><div><br /><div style="text-align: justify;">El doctor García, que siempre parecía estar igual de mal afeitado y sudoroso, venía a visitarme todas las mañanas al acabar su ronda matutina por las habitaciones de mis vecinos. Me lo imaginaba preguntándoles siempre las mismas preguntas aburridas: que qué tal habían dormido, que qué tal habían desayunado, que si se habían tomado todas las pastillas, que si les dolía algo, que si esperaban visita aquel día, etc. De hecho, esas eran precisamente las mismas preguntas aburridas que me formulaba todas las mañana como un autómata, sin prestar la más mínima atención a mis respuestas. Es decir, que podría haberle contado perfectamente que había pasado las últimas tres noches en vela, deambulando por los pasillos del geriátrico, que a aquellas alturas ya me conocía de memoria. Ni el comedor, ni la cocina, ni la sala de la televisión, ni el mismísimo despacho del director... encerraban ya ningún secreto para mí. De hecho, por puro aburrimiento había empezado a entrar en las habitaciones de los zombis para cotillearles un poco. Incluso me había tomado la libertad de tomar prestadas un par de cosillas, teniendo en cuenta que muchos de ellos ni siquiera las echarían en falta. Podría haberle contado todo aquello, o que la noche anterior había encontrado la puerta azul, la única herméticamente cerrada, tras la cual había un artefacto que producía un leve pero constante ruido metálico, algo así como un “click click cataclack” que no se me quitaba de la cabeza y que necesitaba saber lo que era. Sí, le podría haber contado todo aquello y el doctor García ni se habría inmutado. </div><div style="text-align: justify;">Sin embargo, aquella mañana del 2 de enero, nada más entrar en mi habitación, me di cuenta de que había algo distinto en él. Y no eran ni las enormes ojeras bajo sus ojos vidriosos, ni la mancha de café en su bata, ni el termómetro que tenía metido en la boca... sino la cara de un hombre que se estaba preguntando si todos sus pacientes se habían puesto de acuerdo para tomarle el pelo, o si estaban sufriendo una alucinación colectiva.</div><div style="text-align: justify;">- ¿También has visto algo extraño esta noche? - me preguntó.</div><div style="text-align: justify;">- ¿Algo estraño?</div><div style="text-align: justify;">- Como un fantasma rondando por tu habitación, - me comentó mientras se pasaba la mano por su escaso cabello canoso.</div><div style="text-align: justify;">- ¿Un fantazma?</div><div style="text-align: justify;">- ¿Has echado algo en falta? ¿Es posible que te hayan robado algo esta noche?</div><div style="text-align: justify;">Varios pacientes habían denunciado pequeños robos, mientras que otros incluso habían creído ver lo que era el fantasma de un hombre joven, vestido con camisón o vestido blanco (en eso no había connsenso),que caminaba despacio, arrastrando los pies, mientras tarareaba un villancico. </div><div style="text-align: justify;">- ¿Un billan ké?</div><div style="text-align: justify;">Me dije que tenía que dejarme el pelo largo para que no me siguieran confundiendo con un chico y que más me valía dejar de entrar en las habitaciones de mis vecinos, que evidentemente no eran tan tontos como se creía Luis. Después de todo, no valía la pena meterse en líos por un par de libros, unos pendientes de plástico y una dentadura postiza.</div><div style="text-align: justify;">- A todo esto, - me dijo el doctor García dándose la vuelta justo cuando estaba a punto de salir de mi habitación. - ¿No crees que ya va siendo hora de que salgas de esa cama?</div><div style="text-align: justify;">Le miré sorprendida y le pregunté:</div><div style="text-align: justify;">- ¿Salir de la kama?</div></div>Nataliahttp://www.blogger.com/profile/11705646908896781809noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-21062094.post-35359506275996037642011-01-26T22:27:00.000-08:002011-01-26T22:33:08.879-08:00DDHA.S01E06.Paseo.Espacial.odt<a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgBEIK7iqR3OW2rbMg9bwAH0aA6glB2ln5rTUL9AyIHqgn-v8eCVkXulz8a0e-wHcFry2D7ltQXVTRpWAC4T7c7IG2lDNa_xYH27NCingU9J4MRppl2lgvOfElhkvsNSotKBMoS4w/s1600/3510740766_5d1fbafd28_b.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 400px; height: 400px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgBEIK7iqR3OW2rbMg9bwAH0aA6glB2ln5rTUL9AyIHqgn-v8eCVkXulz8a0e-wHcFry2D7ltQXVTRpWAC4T7c7IG2lDNa_xYH27NCingU9J4MRppl2lgvOfElhkvsNSotKBMoS4w/s400/3510740766_5d1fbafd28_b.jpg" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5566749637479939266" /></a><div style="text-align: center;">Foto por <a href="http://www.flickr.com/photos/dahlstroms/">Hakan Dahlström</a> (<a href="http://creativecommons.org/licenses/by/2.0/deed.es">Creative Commons License</a>)</div><div><br /><div style="text-align: justify;">Toc, toc, toc... Toc, toc, toc.</div><div style="text-align: justify;">La primera vez que salí de mi habitación estaba tan nerviosa que incluso me temblaban las piernas. Por fin iba a comprobar con mis propios ojos que había un mundo más allá de las cuatro paredes de mi habitación, la tele y la ventana con vistas al jardín de atrás, a la que me había asomado decenas de veces con la esperanza de descubrir algo emocionante que me alejara de la rutina del geriátrico, pero que pronto se había revelado como otra gran decepción en mi vida. No había tardado mucho en descubrir que su programación era incluso más limitada que la de la tele, pues a través de ella sólo podía ver a los dos jardineros de monos verdes, que venían a trabajar por las mañanas; a los viejecillos que en horario de visita se arrastraban lentamente hasta la fuente, acompañados de sus familiares; a los dos gatos de Cándida, que pasaban largas horas jugueteando entre los arbustos; o al tipo raro del banco, que permanecía sentado allí todos los días de diez de la mañana a tres de la tarde sin hacer nada, salvo hojear las revistas que sacaba de un maletín de cuero apoyado en el suelo, o hacer dibujos sobre unas cartulinas negras que iba guardando en ese mismo maletín.</div><div style="text-align: justify;">- Es nuestro psicólogo, - me anunció Pilar un día mientras me tomaba la temperatura. - Ya le conocerás. </div><div style="text-align: justify;">- Y, ¿ké hace sentado ahí zolo tanto rato? - le pregunté. </div><div style="text-align: justify;">- Prefiere pasar consulta allí...</div><div style="text-align: justify;">- Pero si no ba nadie... </div><div style="text-align: justify;">- Sí, a veces mandamos a alguien, pero la verdad es que a mucha gente le da mal rollo porque está un poco mal de la cabeza... </div><div style="text-align: justify;">Toc, toc, toc... Toc, toc, toc.</div><div style="text-align: justify;">Eran las tres y media de la madrugada cuando oí los tres golpecitos en la puerta, seguidos de un silencio y otros tres golpecitos. Luis se había empeñado en que teníamos que tener una contraseña para aquella pequeña aventura. Respiré hondo antes de abrir la puerta y contuve la respiración, temiendo que al sacar mi cabeza de la habitación el mundo fuera a estallar en mil pedazos. Pronto pude comprobar que más allá de mi pequeño mundo cuadriculado, no había nada salvo un sinfín de puertas grises, idénticas, perfectamente alineadas a ambos lados de un pasillo débilmente iluminado que entonces me pareció larguísimo. En el geriátrico no se oía nada, salvo los ronquidos más o menos acompasados de los viejos zombis (o al menos así les llamaba Luis), interrumpidos de vez en cuando por el sonido de un violento ataque de tos. </div><div style="text-align: justify;">- ¿Izquierda o derecha? - me preguntó Luis al tiempo que me ofrecía su brazo para que me apoyara sobre él.</div><div style="text-align: justify;">Un pequeño paso bastó para que pasara de estar “dentro” a estar por primera vez “fuera”. Y aunque estar fuera de la habitación, no quería decir que dejara de estar dentro del geriátrico, por un momento me sentí como un astronauta pisando la luna por primera vez. Paso a paso, y evitando las mirada inquisidora de las cámaras, llegamos hasta el final del pasillo, que desembocaba en un hall cuyas escaleras conducían a la planta baja del geriátrico, a través de la cual se accedía al jardín al otro lado de mi ventana, encerrado entre los muros verdes de la residencia, más allá de los cuales había un mundo que ni siquiera llegaba a imaginar. </div><div style="text-align: justify;">- Por hoy es suficiente, - me dijo Luis tras comprobar en su reloj que ya eran casi las cuatro de la madrugada. Y recuerdo que cuando doce minutos después me dejaba junto a la puerta de mi habitación, me dijo algo así como:</div><div style="text-align: justify;">- Si te parece, la próxima vez caminaremos hacia la derecha.</div><div style="text-align: justify;">Pero para entonces yo ya sabía que con caminar hacia la derecha ya no me bastaría. Ni tampoco con llegar al comedor, ni al bar, ni a la zona de consultas, que se encontraban dos plantas más abajo... Ni siquiera me bastaría con salir al jardín que veía desde mi ventana. A esas alturas ya tenía claro que no pararía hasta encontrar un “afuera” que no estuviera metido dentro de ningún otro sitio.</div></div>Nataliahttp://www.blogger.com/profile/11705646908896781809noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-21062094.post-82691402072300373002011-01-19T23:01:00.000-08:002011-01-19T23:05:29.685-08:00DDHA.S01E05.Pastillas.de.Colores.odt<a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiFqHNW0ihi3Lx1-IjT4JL42bg8DYDpsDMrybdbU3UTsJgOg3r-YuwIR94h_pU3Ddvz7hAOjRGqMVbJZj2ECdomH_Yz85YmBymph6KtiYC39EcVQyjQfebsXsi_hIwQA0bZpxQAkQ/s1600/IMG_0876+copia.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 400px; height: 266px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiFqHNW0ihi3Lx1-IjT4JL42bg8DYDpsDMrybdbU3UTsJgOg3r-YuwIR94h_pU3Ddvz7hAOjRGqMVbJZj2ECdomH_Yz85YmBymph6KtiYC39EcVQyjQfebsXsi_hIwQA0bZpxQAkQ/s400/IMG_0876+copia.jpg" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5564159995533613906" /></a><div style="text-align: center;">Foto por <a href="http://www.flickr.com/photos/fotopamp/">Pamp</a> (<a href="http://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/2.0/deed.es">Creative Commons Licence</a>)</div><div><br /><div style="text-align: justify;">Las pastillas eran todo un misterio. Las había verdes, negras, azules, grises y amarillas. Me daban dos negras y una amarilla con el desayuno, una azul a la hora del almuerzo y dos grises y una verde antes de acostarme. Aunque lo preguntara repetidas veces, nadie quiso explicarme para qué eran todas aquellas pastillas, como tampoco habían querido explicarme otras muchas cosas. Como por qué debía permanecer postrada en cama si no parecía tener nada roto, o por qué no me visitaba nadie salvo mi abuelo y su secretaria. O más importante aún, ¿por qué a todos les parecía tan normal que me hubieran ingresado en un geriátrico tras mi accidente de tráfico?</div><div style="text-align: justify;">Los primeros días me tomaba todas las pastillas religiosamente, pero pronto dejé de hacerlo porque me di cuenta de que no me hacían ningún efecto. Además había personas que parecían necesitarlas más que yo.</div><div style="text-align: justify;">A Sofía le gustaban las azules. Cada vez que entraba en mi habitación para traerme la merienda, se las quedaba mirando fijamente, hasta que un día me sonrió ofreciéndome la palma de su mano. Al principio pensé que quería que se la leyera, pero ella negó con la cabeza e hizo uno de sus gestos para indicarme que esperaba otra cosa de mí: la pastilla. De modo que se la di sin decir nada y ella se apresuró a meterla en uno de los bolsillos de su chaqueta al tiempo que me guiñaba un ojo. Desde entonces se las llevaba todos los días tras cerciorarse de que nadie nos observaba. Nunca le pedí nada a cambio, pero en mi mesilla de noche empezaron a aparecer chocolatinas o revistas del corazón con sudokus mal resueltos. Incluso se molestó en ponerme un mini árbol de Navidad hortera sobre el alféizar de mi ventana con vistas al jardín de atrás.</div><div style="text-align: justify;">Las pastillas verdes se las daba a Pilar para que pudiera soñar con cosas agradables.</div><div style="text-align: justify;">- No sé, no debería... - me dijo la primera vez.</div><div style="text-align: justify;">Varias pastillas más tarde, me animó a que fuera al baño por mi propio pie, mientras ella vigilaba para cerciorarse de que ni el médico sudoroso, ni mi abuelo se enteraban de aquello.</div><div style="text-align: justify;">- ¿Eztás zegura? - le pregunté.</div><div style="text-align: justify;">Y tan seguro como que se llamaba Pilar, me fui tambaleando hasta el baño, donde tuve el placer de hacer mi primer número uno sin necesidad de aquella horrible cuña. Aquella fue la primera de muchas excursiones que realicé en mi habitación bajo la supervisión de la enfermera, que de momento se conformaba con soñar con príncipes gracias a mis pastillas verdes.</div><div style="text-align: justify;">La señora de la limpieza, una mujer menuda y muy enérgica que hablaba sin parar pero a la que apenas entendía por culpa de su acento extranjero, se quedaba con mis pastillas grises y amarillas. Me aclaró que no eran para ella, sino para su hijo, que se sacaba un dinerillo extra vendiéndoselas a sus compañeros del instituto. Cándida, que así se llamaba la mujer, se metía las pastillas en el bolsillo de su bata gris, asegurándome que algún día Dios me pagaría por aquello. Le dije que de momento me conformaba con un destornillador, el cual apareció una mañana entre mi taza de té y las tostadas.</div><div style="text-align: justify;">- ¿Y las pastillas negras? ¿Para qué las quieres? - me preguntó Candida un día con ojos avariciosos. </div><div style="text-align: justify;">No, las negras eran para Luis, el vigilante, un tipo mustio que desprendía olor a tabaco y que me había prometido dejar que me paseara por los pasillos del geriátrico cuando tuviera turno de noche. Había sido el primero en darse cuenta de que mi televisor se había recuperado milagrosamente del mal que le había estado aquejando. </div><div style="text-align: justify;">- ¡Vaya! ¡Pero si te lo han arreglado!</div><div style="text-align: justify;">Estábamos inmersos en una conversación bastante interesante sobre cómo solían fastidiarla en las películas al tocar el tema de los viajes en el tiempo, cuando al levantar la vista se había percatado de que la pantalla había recuperado todos sus colores. Empecé a explicarle que yo misma había sido la responsable del milagro, pero para entonces Luis ya no me estaba prestando la más mínima atención. Tras consultar su reloj de pulsera, cuyas agujas doradas marcaban las once y veinte de la noche, negó con la cabeza mientras me decía:</div><div style="text-align: justify;">- De haberlo sabido, podríamos haber visto juntos el segundo capítulo de “La Aurora”...</div><div style="text-align: justify;">Y sin más se fue porque con aquel disgusto le habían entrado unas ganas increíbles de fumarse uno de sus cigarrillos.</div><div style="text-align: justify;">- ¿La ké...? - le pregunté a la tele.</div></div>Nataliahttp://www.blogger.com/profile/11705646908896781809noreply@blogger.com5tag:blogger.com,1999:blog-21062094.post-10427488436893882022011-01-13T00:47:00.000-08:002011-01-17T21:51:43.123-08:00DDHA.S01E04.La.Otra.odt<a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh0Qanu9sFWdyD0FEZ6UmjPAw8hGviNsVa5Ay-qHaK-MXRp0NWqJMpszLvuzd6Pr-G0j3sfU61TJButFMemQ_t67dk_8lCvImvTLi5B4amvpt5mPu9WeAERFvxS2Lbb9Ad2TcRkNg/s1600/5360125732_90f1a1a93f_b.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 267px; height: 400px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh0Qanu9sFWdyD0FEZ6UmjPAw8hGviNsVa5Ay-qHaK-MXRp0NWqJMpszLvuzd6Pr-G0j3sfU61TJButFMemQ_t67dk_8lCvImvTLi5B4amvpt5mPu9WeAERFvxS2Lbb9Ad2TcRkNg/s400/5360125732_90f1a1a93f_b.jpg" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5562860671409939730" /></a><div style="text-align: center;">Foto por <a href="http://www.flickr.com/photos/fotopamp/5360125732/">Pamp</a> (<a href="http://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/2.0/deed.es">Creative Commons Licence</a>)</div><div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: left;"><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Trebuchet MS', Trebuchet, Verdana, sans-serif; "><a href="http://desdedentrohaciaafuera.blogspot.com/2010/02/ddhas01e01pilothdtvxvid-fqmodt.html" style="color: rgb(222, 112, 8); ">Capítulo 1</a></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Trebuchet MS', Trebuchet, Verdana, sans-serif; "><div style="text-align: justify; "><a href="http://desdedentrohaciaafuera.blogspot.com/2010/02/2-la-hora-del-te.html" style="color: rgb(222, 112, 8); ">Capítulo 2</a></div><div style="text-align: justify; "><a href="http://desdedentrohaciaafuera.blogspot.com/2011/01/ddhas01e03espejo-espejitoodt.html">Capítulo 3</a></div><div style="text-align: justify; ">Este es el capítulo 4</div></span></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Pronto me quedó muy claro que había habido un antes y un después del accidente, como si éste hubiera partido mi vida en dos. De hecho, me dijeron que a la primera Eva era posible que nunca la llegara a conocer. A mi abuelo le encantaba hablarme de ella, de mi otro yo, como si creyera que a base de repetirme las mismas historias pudiera conseguir que volviéramos a ser una. No se cansaba de decirme que la joven había seguido sus pasos, decantándose por la física cuando había iniciado sus estudios universitarios. Me comentó con orgullo que al acabar la carrera, se había puesto a trabajar como investigadora en un instituto de renombre. Habían vivido bajo el mismo techo hasta que el viejo fue demasiado mayor como para dejarle solo en casa, sin que todo el barrio corriera peligro de quedar arrasado a causa de alguno de los experimentos que se empeñaba en seguir realizando desde su laboratorio de andar por casa. Finalmente, pudo la fría lógica y la otra decidió dejarle aparcado en aquella residencia, a donde le iba a visitar todos los domingos. Fue precisamente en uno de esos días de visita cuando sufrió el accidente de camino al geriátrico. La carretera que discurría por el bosque de pinos era estrecha y había muchas curvas, la visibilidad era escasa debido a la niebla, conducía demasiado rápido y la dichosa física acabó estampando el coche contra un árbol. El vehículo había quedado totalmente destrozado y pensaron que Eva había muerto. Sin embargo, cuando la sacaron de allí apenas tenía algún rasguño. Sólo más tarde se percataron de que había sufrido una pérdida de memoria aparentemente irreversible. </div><div style="text-align: justify;">- Pero no te preocupes, - me dijo mi abuelo sonriendo. - Podrás volver al trabajo en cuanto salgas de aquí.</div><div style="text-align: justify;">Porque si bien había olvidado cada minuto de mi vida previa al accidente, pronto descubrí que seguía siendo capaz de discutir durante horas sobre cosas tan absurdas como la teoría de las cuerdas o la mecánica de fluídos, cuyos más nimios detalles permanecían misteriosamente intactos en mi cabeza. Hubiera renunciado a todos aquellos conocimientos, para mí del todo inútiles, por tan sólo un recuerdo de la vida personal de la otra Eva. Aunque evidentemente eso no se lo dije nunca a mi abuelo, al que parecía hacerle tanta ilusión que su nieta compartiera su pasión por aquella ciencia.</div><div style="text-align: justify;">- Se está alterando... - le dijo mi abuelo a Sofía, que se apresuró a meterme una pastilla verde en la boca.</div><div style="text-align: justify;">Pilar decía que las pastillas verdes te hacían soñar con cosas agradables. Me hubiese gustado soñar que cumplía veintisiete años y que organizaba una gran fiesta a la que acudían montones de niños gordos acompañados por padres sin cabeza, pero no tuve esa suerte. Click.</div></div>Nataliahttp://www.blogger.com/profile/11705646908896781809noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-21062094.post-44691490583934994122011-01-06T00:30:00.001-08:002011-01-06T00:30:34.977-08:00DDHA.S01E03.Espejo, Espejito.odt<a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj57Mt1dF7KzFlRKmffI3h31NLvxaFpbn55zXfNfM2rc5CVg7jYpw7c5w2eapvrrzV8oVayvy_Zb7wbMUn6QwpmWrPFZdq5VQF7g53cCfESokDYiODPQActuQljy0qFmuF46ROd3Q/s1600/3870988403_c9e025951c_b.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 400px; height: 297px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj57Mt1dF7KzFlRKmffI3h31NLvxaFpbn55zXfNfM2rc5CVg7jYpw7c5w2eapvrrzV8oVayvy_Zb7wbMUn6QwpmWrPFZdq5VQF7g53cCfESokDYiODPQActuQljy0qFmuF46ROd3Q/s400/3870988403_c9e025951c_b.jpg" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5558984222064557490" /></a><div style="text-align: center;">Foto por <a href="http://www.flickr.com/photos/ngmmemuda/">Juliana Coutinho</a> (<a href="http://creativecommons.org/licenses/by/2.0/deed.es">Creative Commons</a>)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><a href="http://desdedentrohaciaafuera.blogspot.com/2010/02/ddhas01e01pilothdtvxvid-fqmodt.html">Capítulo 1</a></div><div style="text-align: justify;"><a href="http://desdedentrohaciaafuera.blogspot.com/2010/02/2-la-hora-del-te.html">Capítulo 2</a></div><div style="text-align: justify;">Este es el capítulo 3</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Recuerdo la primera vez que me miré al espejo. La enfermera González, que me pidió que la llamara Pilar, me había prestado uno que escondía en su enorme bolso rojo, de donde también había sacado una foto de familia que me tendió para que viera. Allí lucía una falda negra, una blusa rosa y una amplia sonrisa que le daban un aspecto más joven y algo más atractivo. Posaba delante de una casa de ladrillos rojos junto a tres niños rechonchos y un marido con un agujero por cabeza. Me explicó que se la había recortado el día en el que él le había pedido el divorcio porque había conocido a otra. Me confesó que desde entonces dedicaba la mitad de su tiempo libre a pensar en cómo fastidiarle. Ya le había quitado la casa, la custodia de los hijos... y ahora andaba detrás del apartamento en la playa. La otra mitad del tiempo la invertía en buscar a alguien que se conformara con ella.<br />- Porque a esta edad y con este cuerpo, no puedes aspirar a otra cosa... - me dijo al tiempo que espachurraba los michelines a la altura de su cintura para dar más énfasis a su afirmación.<br />Y sin más preámbulos se lió a describirme con todo lujo de detalles su experiencia con una página de contactos gracias a la cual ya había tenido varias citas, pero para entonces mi atención ya se había desviado hacia el estudio de mi propio rostro en el espejito que sostenían mis manos temblorosas. Recuerdo que estuve a punto de dejarlo caer al suelo. No sólo porque tenía que enfrentarme al hecho de que mi propia cara no me sonaba de nada, sino también porque por un momento dudé de si me encontraba ante un chico afeminado o una chica muy poco femenina. Incluso tuve que mirar debajo de mi camisón para cerciorarme de que no me habían llamado "Eva" para gastarme una broma pesada.<br />- ¿Qué te pasa? - dijo Pilar interrumpiendo su parloteo al percatarse de que no la estaba escuchando.<br />- ¿Zienpe e zido azín? - le pregunté sin poder decidir si me gustaba mi propia cara o no.<br />- Sí, claro, - me contestó ella desprendiendo un aliento a café y chicle de fresa. - Aquí todavía no hacemos la cirugía estética, guapa.<br />Tenía una cara alargada y pálida salpicada de pecas, ojos verdes escoltando a una nariz afilada y cabello muy corto de color castaño. Mi boca, ni muy grande ni muy pequeña, escondía una dentadura casi perfecta. La abrí para preguntarle algo más a la enfermera, pero ésta ya se había marchado dejándonos solas en la habitación. A mí y a la tele desajustada, que seguía con su eterno parloteo y su mundo de color verde.<br />- ¿Kién zoi?<br />Pero la chica flaca del espejo no sabía la respuesta. Y yo tampoco. Me quedé dormida con otro "cataclak".<br /></div>Nataliahttp://www.blogger.com/profile/11705646908896781809noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-21062094.post-41691063448924123892010-12-30T00:01:00.000-08:002010-12-30T00:50:56.057-08:00DDHA.S01E02.Play.Pause.Rewind.Play.Stop.odt<a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgg58_3NR859TDk495X78yzpXIC9efc3arx4GrHhuap7XWLquhZXISKaXgAyZqOzjusyGJ04pcqHNudDUnoe0DB5Ne0NjPSrGqPNhECOvrDNhEJEWAEgU3F7DctSRWOC5B266mSBQ/s1600/4768274493_e81fe29a46_b.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 277px; height: 400px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgg58_3NR859TDk495X78yzpXIC9efc3arx4GrHhuap7XWLquhZXISKaXgAyZqOzjusyGJ04pcqHNudDUnoe0DB5Ne0NjPSrGqPNhECOvrDNhEJEWAEgU3F7DctSRWOC5B266mSBQ/s400/4768274493_e81fe29a46_b.jpg" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5508665921365032274" /></a><div style="text-align: center;">Foto por <a href="http://www.flickr.com/photos/krawcowicz/">cacophony76</a> (<a href="http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.0/deed.es">Creative Commons Licence</a>)<br /></div><div style="text-align: justify;"><br />PLAY. Quedé sumida en un profundo sueño y cuando volví a despertar sólo sabía que era la hora del té. A mi izquierda se sentaba una viejecilla de aspecto frágil, que se sirvió de un leve gesto para ofrecerme una infusión y unas galletas de aspecto insípido. Tenía ojos claros, una naricilla respingona y una boca muy grande cuyos labios estaban pintados de un rojo intenso. Su dentadura postiza me sonreía con dulzura y pensé que no me importaría que fuera mi abuela. A mi derecha se sentaba el viejo del bigote y gafas de la escena anterior. El periódico que su mano izquierda acababa de dejar caer al suelo estaba casi tan arrugado como su propia cara. El sonido de la lluvia que caía al otro lado de la ventana se mezclaba con el de la vieja tele, cuya pantalla nos traía anuncios de juguetes y perfumes pintados de color verde. Me dije que la Navidad debía de estar próxima y que el televisor no funcionaba bien.<br />- Hola Eva, ¿qué tal te encuentras hoy? - me preguntó el viejo, al que le crujieron todos y cada uno de sus huesos desgastados al agacharse para recoger el periódico. Aunque se apresurara a volver a esconderlo en la chaqueta raída que colgaba de su silla, los escasos segundos que el periódico necesitó para recorrer el trayecto entre el suelo y la chaqueta me bastaron para averiguar dos cosas: que era 16 de diciembre del año 2009 y que la NASA acababa de lanzar un telescopio espacial para realizar un mapa completo del cielo en el infrarrojo.<br />- ¿Eva? - insistió aquel señor clavando sus ojos en los míos.<br />Si hubiera podido leerme el pensamiento, habría sabido que me preocupaba el hecho de que la NASA contara con tan solo nueve meses para la misión porque ese era el tiempo en que tardaría en agotarse el refrigerante de los detectores del telescopio. De hecho, incluso llegué a abrir la boca para explicarle con todo lujo de detalle lo que deberían haber hecho para evitar el problema, pero, por suerte, mi sentido común intervino pulsando la tecla de la pausa, tras lo cual rebobiné hasta el momento en que me había formulado la pregunta y para cuando volví a darle al PLAY, fui capaz de improvisar un comentario más propio de una paciente postrada en la cama de un hospital.<br />- ¿Kién ez? - pregunté al viejecillo señalando a la señora de las galletas y el té. - ¿Mi havuela?<br />Y recuerdo que él se rió y que le faltaban dos dientes.<br />- No, no... Yo soy tu abuelo, - me aclaró. - Ella sólo es Sofía, mi secretaría, ¿no la recuerdas?<br />Sofía, que era demasiado vieja para poder ser la secretaria de nadie, nos sonrió sin decir palabra y se comió una de mis galletas. Yo me volví a dormir y en mis sueños les oí comentar algo acerca de un reajuste. Sí, eso era precisamente lo que necesitaba la tele. STOP.<br /></div><style type="text/css"> <!-- @page { margin: 2cm } P { margin-bottom: 0.21cm } --> </style>Nataliahttp://www.blogger.com/profile/11705646908896781809noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-21062094.post-77462859805227287922010-12-23T02:22:00.000-08:002010-12-23T00:18:39.604-08:00DDHA.S01E01.Pilot.hdtv.xvid-fqm.odt<div style="text-align: justify;"><i>Bueno, esto va a ser como tirarse a una piscina sin saber si hay agua en ella... Hace como siglos que empecé a escribir una historia larga que está aún sin acabar. La idea es ir poniendo un capítulo por semana a partir de hoy mismo. Me encantaría pensar que este es el piloto de "Dexter", pero me conformo con que no sea "Perdidos", que no hizo más que degenerar, o "Invasión", una serie muy chula que nos las dejaron a medias...</i></div><div><br /></div><img src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgu0S4QpSF1kA2BG1BN3W7CTT7_HKo9L25suHfzH0OlMnHaFVjcYJZovd8bEnxjR-k6okft9KmSy7qVEyotpzb6_Wz31Qh0WDj0q4-3cpY7QisvDDPiVezoLEXEaBvxuf8kdEnMbA/s400/DSCN1454b.jpg" style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 400px; height: 280px;" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5553788561909296386" /><div style="text-align: center;">Foto cedida por <a href="http://www.flickr.com/photos/fefegg/">Fefegg</a> (copyright)</div><div><br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhROoj8WoLOBm6MeFpuDhNhQyztS4tUfIo5bhDz2wCyyPoeRzp02ABKa1eGwRGu9OBUrP-FvdR9Fo2iAF_RHT-zZLjZ4JxlmB6WUXqiFS_EfdloAeN3lRTqV-Vhhes88In6N9-aSw/s1600-h/84892084_e1fdfa9793_b.jpg"></a><div><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhROoj8WoLOBm6MeFpuDhNhQyztS4tUfIo5bhDz2wCyyPoeRzp02ABKa1eGwRGu9OBUrP-FvdR9Fo2iAF_RHT-zZLjZ4JxlmB6WUXqiFS_EfdloAeN3lRTqV-Vhhes88In6N9-aSw/s1600-h/84892084_e1fdfa9793_b.jpg"><img style="text-align: left;margin-top: 0px; margin-right: auto; margin-bottom: 10px; margin-left: auto; display: block; cursor: pointer; width: 400px; height: 266px; " src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhROoj8WoLOBm6MeFpuDhNhQyztS4tUfIo5bhDz2wCyyPoeRzp02ABKa1eGwRGu9OBUrP-FvdR9Fo2iAF_RHT-zZLjZ4JxlmB6WUXqiFS_EfdloAeN3lRTqV-Vhhes88In6N9-aSw/s400/84892084_e1fdfa9793_b.jpg" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5440640750588957650" border="0" /></a><div style="text-align: center;">Foto por <a href="http://www.flickr.com/photos/toniblay/84892084/">Toni Blay</a> (<a href="http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.0/deed.es">Creative Commons</a>)</div><div style="text-align: justify;"><br />Lo primero que recuerdo es un pitido seguido de un pantallazo en blanco y una especie de "cataclak". A continuación un silencio sepulcral, un escalofrío recorriendo mi espalda, una sensación de vértigo que me hizo perder el equilibrio y precipitarme al vacío, sin nada a lo que aferrarme para volver a cualquiera que fuese mi realidad. Presa del pánico, desesperé tratando de recordar quién era o cómo había llegado hasta allí, pero mi cabeza estaba tan hueca como aquel pozo por el que caía a velocidad vertiginosa. Mi instinto, o lo poco que quedaba de él, me gritó que me preparara para el fuerte impacto que precedería a ese pantallazo en negro llamado "muerte". Sin embargo, los segundos y minutos fueron amontonándose sin que pasara nada. Cuando ya empezaba a dudar de que aquella caída fuera a tener un final, creí distinguir a lo lejos unas sombras grises, que al principio apenas podían diferenciarse del blanco imperante, pero que, poco a poco, fueron adquiriendo forma hasta dibujar claramente el contorno de tres figuras que se inclinaban sobre mí balbuceando. Sus voces distorsionadas me llegaban como ecos lejanos provenientes de una emisora de radio mal sintonizada. De modo que alargué mis manos buscando la rueda y cuando por fin la encontré la giré hasta lograr que esas voces se volvieran inteligibles.<br />- Hola, ¿sabes dónde estás? - me preguntó un cincuentón mal afeitado y algo sudoroso, embutido en una bata blanca.<br />Aquello era la habitación de un hospital, aquel tenía que ser un médico y yo debía de ser una de sus pacientes, postrada en cama por motivos que desconocía. Intenté incorporarme, pero ninguno de mis músculos obedeció aquella orden aparentemente tan sencilla.<br />- ¿Recuerdas algo del accidente? - me preguntó un viejo diminuto con gafas de cristales muy gruesos y enorme bigote blanco. No llevaba bata, ¿quién piiiiiiiiiii era?<br />- ¿Ké? - logré decir al tiempo que me sorprendía descubriendo el sonido de mi propia voz.<br />- Está confundida... - dijo entonces la mujer grandota disfrazada de enfermera que les acompañaba. - Quizás sea mejor que volvamos más tarde.<br />De modo que aquellos tres desconocidos, que luego supe que eran el doctor García, mi abuelo y la enfermera González se marcharon, dejándome sola en aquella habitación de un geriátrico en la que volví a nacer a la edad de veintiocho años. Me llamaba Eva y había sobrevivido milagrosamente a un accidente de tráfico que había reseteado mi cabeza. Pip.</div></div></div>Nataliahttp://www.blogger.com/profile/11705646908896781809noreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-21062094.post-79426857253452342832009-09-07T06:04:00.000-07:002009-09-07T06:11:04.079-07:00EL AMANECER DE LOS CERDOS<a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiOVM99j1ujUab96npczRHGGZ2Fg7wEnnvWYOugFWHRhICH_406hyeUpzgm6o33HDejFFhrZ6AsMPxQscgV-6kV7JADdXGBLyxfY5NdTbEKeCvIlz9iiVMzGs4XTqfJhidAHGW75g/s1600-h/2009.09.07_MG_1659b.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 311px; height: 400px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiOVM99j1ujUab96npczRHGGZ2Fg7wEnnvWYOugFWHRhICH_406hyeUpzgm6o33HDejFFhrZ6AsMPxQscgV-6kV7JADdXGBLyxfY5NdTbEKeCvIlz9iiVMzGs4XTqfJhidAHGW75g/s400/2009.09.07_MG_1659b.jpg" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5378711823872030738" /></a><div style="text-align: center;">Foto por <a href="http://www.flickr.com/photos/fefegg/">Fefegg</a> (Copyright) para este blog.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Aquella noche había tenido una sueño en el que viajaba en el viejo autobús del colegio, sólo que junto a mí no iba sentada mi vecinita, sino Eva, con sus treinta y pico y esa cara de póquer que no se quitaba ni para dormir. Yo hablaba sin parar como venía haciendo desde el momento en el que había aprendido a hablar, hacía ya más de tres décadas. Y en esto que, sin venir a cuento, Eva, que no había escuchado ninguna palabra de lo que decía, iba y me soltaba que lo dejaba conmigo. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">- Ni siquiera sé si soy lesbiana... - me decía al tiempo que se levantaba y se alejaba por el pasillo. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Intenté agarrarla del brazo pero se escurrió de entre mis dedos; tampoco pude ir tras ella porque estaba como pegada a mi asiento; al intentar retenerla con mis palabras, sólo fui capaz de emitir un patético aullido lastimero, como el que profería el perro de mi madre cada vez que le daba un pisotón. Los pasajeros del bus, que ya no eran niños, sino viejos desdentados, empezaron a reirse a carcajadas mientras yo, embargada por una angustia que me arrastraba al fondo de un pozo, veía cómo Eva se apeaba del autobús y se alejaba sin mirar atrás. Le pedí al conductor que me dejara bajarme, pero ya no era el conductor, sino que era Edu, mi ex-novio, que se negaba a volver a abrir las puertas del vehículo pese a mis ruegos. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">- Ya te había dicho que lo vuestro no tenía ningún sentido, - me dijo sonriendo. - Anda, vuelve a tu asiento y quédate calladita. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Y cuando se disponía a acelerar para alejarnos de ella, sonó el despertador anunciándome que eran las seis y media de la mañana. Tuve la extraña sensación de que aquel no era un buen día para salir de la cama. Sin embargo, me levanté como una autómata, me hice el café, me puse el disfraz de secretaria eficiente o eficaz (nunca he sabido la diferencia y tampoco me importa dado que nunca seré ni una cosa ni la otra), me pintarrajeé la cara y me fui a la oficina como todas las mañanas. Nueve horas más tarde salía de allí agotada, pero feliz: era jueves, mi sueño había quedado enterrado entre montones de faxes absurdos y me esperaba una tarde de cine y cena con mi novia. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Habíamos quedado a las siete delante del cine. Como era habitual, Eva había dejado que yo eligiera la peli. No porque yo destacara por mi buen gusto, sino porque a ella nunca le importaba lo suficiente. Elegí una más o menos al azar, simplemente porque la había relacionado mentalmente con la "Rebelión en la Granja" de Orwell, pero que a Eva, que había torcido el gesto al oir el título, le había hecho pensar en una de zombis. Y es que a ella no le gustaban las pelis de zombis, ni las de acción, ni las comedias, ni los dramas. En realidad no le gustaba ni el cine, ni el teatro, ni la tele, ni leía, ni hacía deporte... ni tenía ninguna afición que yo supiera. De hecho, mis amigas decían que era un tostón de tía y que nunca habían llegado a entender por qué habría dejado a Edu, aquel tío tan super bueno, por aquella mujer tan carente de todo. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">En todo caso, no íbamos a ver "El Amanecer de los Muertos" sino "el de los cerdos". Además, al comprar las entradas pudimos comprobar que el cerdito malhumorado del cartel tenía un aspecto bastante saludable. Había que ver la película en versión original, en uno de esos cines en plan antro, donde pagabas una pasta para acabar sentado en un asiento estrecho, viendo la peli en una pantalla minúscula y con un sonido de mierda. Pero eso sí, sabiendo que estabas rodeado de gente muy guay que iba a teatros, viajaba al extranjero y entraba en los museos de vez en cuando, cosa que yo no hacía desde el instituto (y no me daba vergüenza admitirlo). </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">A las siete y veinte ya me había dado cuenta de que algo no marchaba bien. Es decir, éramos las dos personas de siempre, tomándonos las bebidas de costumbre en el bar junto al cine, donde hacíamos tiempo hasta que empezara la película. Sin embargo, aquella tarde Eva me miraba de otra forma, como si fuera la primera y la última vez. Es más, incluso parecía que por una vez me estaba escuchando. Por eso creo que bebí más de la cuenta, porque ahora que no estaba absorta en sus pensamientos, o en la falta de ellos, que me prestaba atención por una vez en su vida, se daría cuenta de lo rematadamente tonta que era yo. Y entonces quizás decidiera bajarse del autobús, como en mi sueño. Cuando le puse la mano en la rodilla, la apartó y sentí como un escalofrío recorría toda mi espalda. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Entramos en la sala pronto porque no teníamos asientos asignados y a ella le molestaba tener que ver la película desde muy atrás, o desde muy delante, o desde muy al costado. Mientras yo no dejaba de hablar me preguntaba por qué no podría ser tan guay como la pareja de delante, que discutía los detalles de un viaje a Italia programado para el otoño; o los chicos de atrás que acababan de volver de no sé qué festival de jazz en el extranjero; o las chicas a mi derecha, que discutían sobre si era posible distinguir físicamente a chinos de coreanos o japoneses porque ellas habían estado en China, o estudiaban chino, o algo por el estilo. Pero no, yo era yo y Eva me escuchaba hablar del tipo que se comía escorpiones como si nada, o de mi compañero de trabajo, o de Edu, o de la manía que le tenía al perro de mi madre... hasta que los nervios me jugaron una mala pasada originando el temido silencio incómodo, que sólo se vio interrumpido con los anuncios y más tarde con el inicio de la propia película, "El Amanecer de los Cerdos". </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Por el módico precio de 7 euros, los espectadores nos vimos trasladados a la Praga actual, con su río, sus puentes, su joven democracia... y muchos checos hablando checo subtitulado en español. Uno de ellos, un señor gordo y mustio, de esos que iban por la vida como auténticos zombis, sufría un ataque de tos al salir de una tienda de marionetas junto al Puente de Carlos IV. De hecho, ahí mismo se derrumbaba, víctima de una extraña enfermedad. A continuación una ambulancia checa se lo llevaba a un hospital, donde le atendían dos médicos con aspecto aburrido. En la escena siguiente, y sin venir a cuento, aquellos dos mismo médicos se montaban en un coche y se iban al campo en mitad de la noche sin quitarse las batas ni nada. Sin embargo, pronto supimos por qué no se las habían quitado: no viajaban por placer, sino que iban a una granja a examinar a unos cerdos engripados que parecían estar transmitiéndonos una versión mejorada de la gripe común, que amenazaba con convertirse en pandemia. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">- ¡Qué ridículo! - le oímos decir a uno de los fanáticos del jazz. - ¿Unos cerdos pegándonos el qué?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Algunos espectadores, que debieron de pensar que les estaban tomando el pelo, se levantaron sin más y salieron de la sala refunfuñando. Otros tosieron y se revolvieron en sus asientos, preguntándose por qué estarían perdiendo el tiempo con aquella película sin pies ni cabeza. Y yo, tierra trágame, Eva me va a matar. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">- Esto fijo que es una conspiración de las farmacéuticas, - comentaba una de las chinas a sus compañeras. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Poco después la granja se llenaba de tipos con batas blancas que sostenían probetas y examinaban a cerdos sanos y enfermos en una lucha contrarreloj para tratar de encontrar una cura. Mientras tanto, en Praga, una ciudad sitiada donde empezaba a cundir el pánico entre la población, los hospitales no daban a basto y las farmacias hacían su agosto vendiendo antigripales o lo que se terciara. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Una mañana, al llevarle el desayuno al tipo de la tienda de marionetas, la enfermera se encontró con la sorpresa de que la cama estaba vacía. El paciente había desaparecido sin dejar rastro pese a su evidente debilidad. En ese preciso instante un cerdo enorme se paseaba tranquilamente por las calles de Praga, parándose delante de los escaparates y desapareciendo tras una esquina. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Como a aquella extraña desaparición le sucedieron otras, la policía decidió tomar cartas en el asunto poniendo vigilancia junto a los cuartos de los enfermos. Entonces es cuando nos enteramos de que aquella enfermedad no te mataba, sino que te acababa convirtiendo en cerdo. De modo, que aquello era una auténtica conspiración de los cerdos, que lo habían planeado todo (inspirados o no por Orwell) para dominar el mundo convirtiéndonos en sus semejantes. Nada que ver con las farmacéuticas. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Fue justo entonces, cuando la peli estaba en lo más interesante, cuando Eva se levantó de un salto y me dijo: </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">- Oye, mira, que lo dejo contigo... Ni siquiera sé si soy lesbiana. Arregla las cosas con Edu y olvídame... </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Y yo, que ya no sabía si estábamos en el autobús o en el cine, me quedé ahí como petrificada y sólo fui capaz de emitir una especie de "oink, oink" que produjo una carcajada general dentro de la sala. Aunque estábamos a oscuras, supe que me había puesto roja como un tomate y me hundí en mi asiento, deseando que al acabar la película a todos se les hubiera olvidado aquel pequeño incidente tan bochornoso. Mientras tanto Eva ya había desaparecido y pensé que era como si me dejara por segunda vez. Mi autobús se había puesto en marcha y la vi alejarse sin hacer nada. Quizás porque estaba harta de que no me escuchara, o porque Edu tenía razón y no era lesbiana, o, porque por una vez había elegido una buena peli y quería ver cómo acababa. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Yo, sinceramente, esperaba que los cerdos consiguieran dominar el mundo. Después de todo, estaba claro que era difícil que lo hicieran peor que nosotros. Sin embargo, los tipos de las batas, que habían logrado dar con el antídoto gracias a la ayuda del cerdito malhumorado del cartel, pronto consiguieron vaciar los hospitales checos gracias a un nuevo medicamento, que se vendía en las farmacias como churros. La duda estaba en si podrían revertir el proceso con los pacientes ya convertidos en cerdos, que aún correteaban libremente por las calles de la ciudad, cagando en cualquier lado y resistiéndose a ser capturados. Quizás porque ahora que eran cerdos, no querían volver a ser unos estúpidos humanos. Sin embargo, consiguieron cazar al primero de ellos, es decir, al tipo de la tienda de marionetas... que, pese a oponer resistencia (la perspectiva de volver a casa con su mujer y sus hijos no le atraía mucho), acabó recibiendo su inyección y al cabo de unas horas volvía a ser el zombi del principio de la peli. Mientras los médicos protagonistas eran recompensados con premios que reconocían su gran labor, el ejército se encargaba de liquidar a todos los cerdos engripados de la región. Pero en una última escena, de esas que nadie se espera, el cerdito malhumorado del cartel, horrorizado ante las consecuencias de la traición a los suyos, desaparecía bajo un puente con una sonrisa bastante sospechosa que te hacía pensar que iba a haber una segunda parte que se llamaría "La venganza del cerdito" o algo por el estilo. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Mientras salían los títulos de crédito, la luz volvió a hacerse en la sala, pero no de golpe, sino precedida por un breve parpadeo durante el cual los espectadores debimos de sufrir una especie de alucinación colectiva, pues durante unos instantes tuvimos la sensación de que todos nosotros nos habíamos convertido también en unos auténticos cerdos. Miré mis pezuñas horrorizada y sólo se me ocurrió pensar que si salía a la calle con aquel aspecto, el perro de mi madre se pondría a la cabeza de la jauría que me perseguiría hasta darme muerte. Pero apenas un segundo después, el parpadeo cesó y todos volvimos a ser humanos a la luz de las lámparas de la sala. Creo que más de uno suspiró aliviado, otros aplaudieron. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">- ¡Qué peliculón! - le dijo la italiana a su pareja.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Eva tenía el móvil apagado, así que me acerqué a su estudio, que ya no tenía ascensor y estaba cinco pisos más arriba de lo que recordaba. Cuando me encontré ante su puerta, saqué las llaves, pero no encajaban en la cerradura. Así que toqué el timbre una vez, dos veces. Golpée la puerta, la llamé por su nombre... y finalmente Edu apareció ante mí y los dos nos miramos desconcertados. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">- Sabía que volverías tarde o temprano, - me dijo. - Ya te había dicho que lo vuestro no tenía ningún sentido... ¿o no?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">De modo que me volví a subir al autobús, que se puso en marcha sin esperar a que sus puertas se cerraran detrás mía, como si Edu tuviera miedo de que cambiara de idea y decidiera correr tras Eva. Una vez sentada en mi asiento, me puse a mirar por la ventanilla y sólo veía cerdos por doquier. El mundo estaba lleno de ellos y no hacía falta una gripe para convertirnos en unos auténticos marranos. A todos menos a Eva, a la que veía alejarse más y más hasta que apenas era un punto y luego ni siquiera eso. Y en esto que Edu, que ya no tenía entre sus manos el volante del autobús, sino dos botes de cerveza fríos que traía de la cocina, me miró y me ofreció uno soltando un: </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">- Oink, oink. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Y yo le sonreí y pensé que todo volvía a estar en su sitio.</div>Nataliahttp://www.blogger.com/profile/11705646908896781809noreply@blogger.com5tag:blogger.com,1999:blog-21062094.post-67894164496472722152009-05-22T09:12:00.000-07:002009-05-22T12:21:36.639-07:00Desde Dentro Hacia Afuera - Volumen 1<a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjjlO6_dBDldhZm_tLc4TwVNjq4DZKCtVtarZGaje4zdUD_E8Se5qZJo2pUB8SA2IWnei2hmaPGZJIFZWnlXRj3haGeLasSyArtYgpvM5p-aZ2H1NGrjegEjKIbWztbs_hKFBkYQw/s1600-h/portadasencilla.png"><img style="margin: 0px auto 10px; display: block; text-align: center; cursor: pointer; width: 272px; height: 400px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjjlO6_dBDldhZm_tLc4TwVNjq4DZKCtVtarZGaje4zdUD_E8Se5qZJo2pUB8SA2IWnei2hmaPGZJIFZWnlXRj3haGeLasSyArtYgpvM5p-aZ2H1NGrjegEjKIbWztbs_hKFBkYQw/s400/portadasencilla.png" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5338730428127545506" border="0" /></a>¡Hola a Todos! Hace tiempo que tenía la idea de autoeditar un libro con mis cuentos. Más que todo porque hay un porrón de gente que se resiste a leerlos desde la pantalla de su ordenador. De modo que Alex y yo nos pusimos manos a la obra y después de varios meses, aquí está por fin el primer recopilatorio de cuentos. No hemos hecho una selección de historias, sino que hemos puesto todas aquellas publicadas entre diciembre de 2007 y septiembre de 2008.<br /><div style="text-align: justify;">De momento, podéis <a href="http://www.nataliagurtner.com/descargas/DDHA.zip">descargarlo</a> (gratis) o encargarme una copia que costaría unos diez euros (si no estáis en Madrid, os lo mandaría por correo). En cuanto al precio, ya sé que es caro, pero pensad que el coste es de casi nueve euros por unidad. Es lo que tiene autoeditarse ;-)<br />Más adelante pondremos el link a bubok para el que quiera pillarse el libro por su cuenta. Toda la información al respecto estará en mi página web recién estrenada.<br /><a href="http://www.nataliagurtner.com/">www.nataliagurtner.com</a><br /></div>Nataliahttp://www.blogger.com/profile/11705646908896781809noreply@blogger.com10tag:blogger.com,1999:blog-21062094.post-31904726572069318992009-05-17T02:37:00.000-07:002009-05-17T09:39:48.282-07:00La Séptima<div style="text-align: center;"><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhYycm29weRvCmHcxaPk-UzCrUzQxe4eBG6U-ag9PE2XDWlh9vVqLyJNhK9JEK4FgUpQUnfnyQie4dk4x8VQXTsnKV04vc_DwmIz1zaB9h0YNvfaHjQNkq5wGyvg2fnps4GhkCTZw/s1600-h/_MG_2025.jpg"><img style="margin: 0px auto 10px; display: block; text-align: center; cursor: pointer; width: 294px; height: 400px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhYycm29weRvCmHcxaPk-UzCrUzQxe4eBG6U-ag9PE2XDWlh9vVqLyJNhK9JEK4FgUpQUnfnyQie4dk4x8VQXTsnKV04vc_DwmIz1zaB9h0YNvfaHjQNkq5wGyvg2fnps4GhkCTZw/s400/_MG_2025.jpg" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5336736207704789698" border="0" /></a>Foto por <a href="http://www.flickr.com/photos/fefegg/">Fefegg</a> (Copyright) para este blog.<br /></div><div style="text-align: justify;"><br />Hugo era una especie de “okupa” imaginario que se había instalado en mi cabeza en esas fatídicas Navidades en que Papá Noel había metido la pata con mi regalo. Por entonces yo era una niña de ocho años y aunque mi madre trató de explicarme que aquel invierno el gordo andaba corto de presupuesto, yo no atendía a razones. Monté tal escándalo delante de toda la familia, que a mis padres no les quedó otro remedio que castigarme sin cena. Aún recuerdo el árbol de Navidad junto a la tele, el juego de mesa hecho trizas, el olor a cordero asado, la mirada reprobatoria de mis abuelos al pasar junto a ellos de camino a mi cuarto... y al entrar en él, la sorpresa al descubrir mi auténtico regalo junto a la cama. Nada menos que Hugo, un niño regordete y pecoso, de pelo negro y ojos celestes, vestido con un pijama rojo. Nunca olvidaré las primeras palabras que salieron de su boca:<br /><br />- Hola Carla, ¿me dejas entrar?<br /><br />Y vaya que si entró. Al principio estuvo bien. Lo de tener mi propio amigo imaginario, mi secreto. Siempre dispuesto a escucharme, a reírme las gracias, a espiar a mis amigas o a soplarme las respuestas de los exámenes. Hasta que un buen día se hartó de mi juego y tuvo la desfachatez de decirme que estudiara para aprobar. Entonces dejó de parecerme divertido y le pedí de buenas maneras que se fuera, pero se negó en rotundo aduciendo que era la voz de mi conciencia, que sin él yo sería capaz de cualquier cosa. De cosas terribles. Y de repente fue como tener a mi madre metida en la cabeza las veinticuatro horas del día. Que no viera la tele hasta tan tarde, que hiciera los deberes, que no le diera de comer eso al gato que le iba a matar, que dejara recogido el cuarto... Vamos, un auténtico coñazo.<br /><br />Con el paso del tiempo nuestra relación no hizo más que empeorar, pues él seguía siendo el mismo niño del pijama rojo de la primera noche, mientras que yo, que ya había tirado todas mis muñecas a la basura, crecía convirtiéndome en una jovencita con inquietudes que iban más allá de su comprensión. Recuerdo como si fuera ayer esa tarde en que invité a un chico a jugar a los médicos en mi cuarto, pero no por el chico en sí, cuya cara hace tiempo que he olvidado, sino por Hugo, testigo involuntario de nuestro experimento:<br /><br />- Pero, ¿se puede saber qué estáis haciendo? ¿Por qué te quitas la camiseta? Y ése, ¿pero has visto dónde acaba de meterte la mano? Pero y tú... ¡Mira que eres guarra!<br /><br />Estuvo sin hablarme varios días, tras los cuales volvió a la carga con su interminable lista de reproches. Que a qué venía tanta fiesta, que si ese chico no me convenía, que hiciera el favor de estudiar más, que dejara de fumar de una vez, que no le tirara piedras al perro del vecino...<br /><br />- ¡Cállate ya!<br /><br />Pronto dejamos atrás mi adolescencia, mi paso por la universidad, mi primer empleo... y sin saber cómo acabé trabajando como contable para un imbécil que apenas me pagaba lo suficiente como para cubrir los gastos del alquiler de un piso compartido. Desgraciadamente mis compañeras no solían durar mucho. No sólo porque fuera desordenada y terriblemente maniática, sino porque era más fácil pensar que estaba loca que aceptar el hecho de que tuviera un amigo imaginario con el que discutía a todas horas. Pero, claro, ellas qué iban a saber: conocían a un chico, se enamoraban, salían con él, se divertían, discutían, lloraban, se separaban y vuelta a empezar. Sin embargo, yo no tenía vida, no tenía nada. Sólo tenía a Hugo y hubiera dado cualquier cosa por oirle preguntar si le dejaba salir. Porque yo también tenía derecho a disfrutar de una vida deliciosamente insulsa, simplemente normal.<br /><br />- ¿Una vida normal? ¿No me hagas reír?<br /><br />Y vuelta a discutir, otra compañera que se iba y no volvía. Ya iban seis en apenas un año. Y entonces, cuando empezaba a perder las esperanzas, cuando pensaba que estaba condenada a compartir mi vida con Hugo hasta que la muerte nos separara, apareció Ruth, mi compañera de piso número siete. Era una joven gordita y pelirroja, muy simpática, pero algo tonta, que durante la entrevista nos había dicho que trabajaba como secretaria en un bufete de abogados. Aunque la profesora de gimnasia prometía más, Hugo insistió en que pilláramos a Ruth. Por nada en especial, porque sí. Normalmente aquello hubiese desembocado en otra de nuestras discusiones habituales, pero algo me decía que debía explorar aquella nueva faceta de Hugo, menos cerebral.<br /><br />- Bueno, se queda.<br /><br />Fue llegar Ruth y dejar de discutir. De golpe y porrazo, mi amigo dejó de echarme la bronca por comprar comida precocinada, por gastar demasiado dinero en ropa, por rayar los coches de los vecinos con la llave del portal, por dejar encerrado al auditor durante un fin de semana en el cuarto de baño de la oficina... Yo, ese monstruo del que mi amigo se había autoproclamado guardián, era como una vieja bestia ensombrecida bajo el encanto de la bella Ruth. Que si la manera de hacer globos con los chicles de fresa, que si los ruiditos que hacía al sonarse la nariz, que si su acento andaluz, que si la manera en que sorbía el cacao del desayuno...<br /><br />- ¡Basta ya!<br /><br />Aunque Ruth fuera algo tonta, pronto se dio cuenta de que yo tenía la costumbre de hablar con el hombre invisible. Pero a diferencia de las otras, no pareció darle importancia a este hecho, como si estuviera dispuesta a aceptar que debía de haber una explicación lógica para aquello, sólo que ella no la entendía. Una mañana me decidí a contarle lo de Hugo mientras desayunábamos en la cocina.<br /><br />- ¿Un amigo imaginario de los de verdad? - me preguntó ella abriendo los ojos como platos. - Pero, ¿existen entonces? Y, ¿cómo es?<br /><br />Y yo, ¿qué queréis que os diga? Le eché un poco de imaginación. Le dije que se parecía a uno de esos actores que nos gustaban a las chicas, ya sabéis, tipo Takeshi Kaneshiro o Tony Leung. ¿Porque a qué chica podía interesarle un amigo imaginario como Hugo, regordete y con su pijama rojo? Ni siquiera a Ruth. Pero a Tsuyoshi Kusanagi no había quien le dijera que no, ni aunque fuera una deshonra para su país después de que le encontraran desnudo y borracho en un parque. Y de eso se trataba, de que Hugo se mudara de cabeza y yo pudiera retomar las riendas de mi vida.<br /><br />- Y, ¿qué hace mientras duermes? ¿Tiene familia? ¿Le gusta el café sólo o con leche?<br /><br />Durante las semanas siguientes los tres fuimos inseparables. Ellos dos y yo, la intérprete y confidente, siempre en medio, asediada por sus preguntas y respuestas, por esas tonterías de enamorados. Si hubiera sido una buena persona, les hubiera recordado que aquella era una relación abocada al fracaso, pero no hice más que echar leña al fuego. Mucha leña. Para asegurarme de que Ruth no se nos escapara porque iba a ser difícil encontrar a otra tan tonta.<br />Una tarde de martes quedamos con las amigas de Ruth y sin saber cómo acabamos metidos en la Sala Moby Dick, donde había un directo de La Habitación Roja. Sólo que en lugar de tocar sus temas habituales, tocaron los del “Unknown Pleasures” de Joy Division. Y recuerdo que a todas les pareció una auténtica cagada porque se empeñaban en que les cantaran “Un Día Perfecto” o “La Edad de Oro”, mientras que Hugo y yo estábamos encantados de poder escuchar un directo de Joy Division en pleno siglo XXI. De hecho, estábamos tan absortos siguiendo el desarrollo de la actuación, que, cuando quisimos darnos cuenta, Ruth había desaparecido. Ante la insistencia de Hugo, me puse a buscarla en los bises mientras maldecía a aquellos dos tórtolos por no dejar que disfrutara del “Love will tear us apart”. Cuando por fin la encontré, estaba de pie junto a la barra del fondo, charlando con un pijo que le debía de estar contando chistes de esos que ella entendía.<br /><br />- ¡Pero haz algo! - me dijo Hugo angustiado.<br /><br />Y recuerdo que le mire, en la medida en que se puede mirar a un amigo imaginario, y le sonreí sin decir nada.<br /><br />- ¿No vas a hacer nada?<br /><br />En aquellos veinte años de convivencia era la primera vez que le veía inseguro, asustado, dispuesto a escuchar a su corazón antes que a su cabeza, que le decía que todo aquello era una locura, que nosotras pertenecíamos a un mundo distinto al suyo y que lo de Ruth no podría durar ni aunque consiguiera meterse en su cabeza. Tarde o temprano se hartaría de él y le pediría de buenas maneras que se largara, entonces él inventaría una excusa para quedarse y ella se la tendría guardada durante los veinte años siguientes... Hasta que encontrara a otra pringada que se lo llevara.<br /><br />El tiempo apremiaba. El pijo seguía con sus maniobras de aproximación y Ruth se dejaba. Los de la Habitación Roja se despedían mientras nos animaban a ver la película “Control”, que estrenaban con un año de retraso y que todo el mundo se había descargado hacía siglos. El pijo pagaba las cervezas, Ruth se iba al guardarropa a recoger su chaqueta. Se iban, se iban...<br /><br />- ¡Carla, déjame salir! - le oí decir a Hugo por fin.<br /><br />Y sí, salió. No fue la salida apoteósica que me había imaginado, simplemente supe que había dejado de estar allí y me sentí más ligera. Libre al fin. Ruth saliendo del local, el pijo tras ella y yo agarrándole del brazo con fuerza para impedir que les siguiera.<br /><br />- ¿Qué haces, idiota? - me preguntó tratando de zafarse.<br /><br />Les alcancé antes de que llegaran al piso. Era cerca de medianoche. Ruth caminaba por una calle solitaria, ténuemente iluminada por una farolas enclenques. Pasaba junto a contenedores de basura rebosantes, junto a tiendas de alimentación con las persianas echadas, junto a bancos vacíos y buzones silenciosos. Se cruzó con un indigente que se acomodaba en la entrada de un banco para pasar allí la noche y que se volvió al verla pasar, tras lo cual movió la cabeza como se mueve cuando ves a una pobre loca hablando sola, gesticulando como si mantuviera una conversación con un amigo imaginario. Sólo que los amigos imaginarios no existían. Poco después creyó percibir una sombra que pasaba cual torbellino junto a él, pero al incorporarse para identificarla, no logró ver nada y se dijo que la cena le había sentado mal, o que había bebido demasiado vino barato, o vaya una a saber qué.<br /><br />- Luego oí ese grito extraño, - le explicó a la policía unas horas más tarde.<br /><br />Había encontrado a Ruth en un callejón, degollada.<br /><br />Al día siguiente en la tele contaron que se habían producido dos extrañas muertes en el mismo barrio, sospechándose que su autor era el mismo. Que primero había muerto un joven en los aseos de la Sala Moby Dick, víctima del ataque de algo o de alguien. Sólo que nadie había visto nada raro. Le habían oído gritar pidiendo auxilio, pero para cuando le encontraron, yacía inconsciente sobre un charco de sangre. Al llegar la ambulancia ya sólo era un cadáver enfriándose rápidamente. Dijeron que había muerto a causa de unas heridas profundas, como las que podrían haber producido las garras de un animal enorme, el mismo que se había abalanzado minutos después sobre Ruth en el callejón y que de un zarpazo se había llevado por delante su vida y la de su amigo imaginario. Claro que al pobre Hugo no le mencionaron en las noticias.<br />Cuando al cabo de unos quince o veinte asesinatos, con los que alcancé el nivel de celebridades como el Asesino del Hielo o el Carnicero de la Bahía, lograron dar conmigo y encerrarme, trataron de encontrar una explicación coherente para aquellas atrocidades. Culparon a los vídeojuegos, a mis padres, al sistema educativo, a internet, a la televisión... Pero qué iban a saber aquellos periodistas y medicuchos de poca monta: nacían, crecían, iban al cole, hacían amigos, se echaban novias, se casaban, tenían hijos, envejecían y morían siendo reemplazados por otra generación igual de mediocre.<br /><br />- Todo fue culpa de Papá Noel, - me oían repetir.<br /><br />Sí, aquel gordo inútil que había decidido ahorrarse una pasta regalándome un juego de mesa y un amigo imaginario en lugar de esa simple bicicleta que le había pedido. Os aseguro que con ella esta que os habla habría pedaleado en una dirección muy distinta, convirtiéndose en la chica insulsa e inofensiva con la que habría soñado cualquier padre. O lo que es lo mismo, en una perfecta candidata para engrosar la lista de mis víctimas.<br /><br />Cuando ahora me ven caminando en círculos por el patio de la prisión, con una cara estúpidamente feliz, muchos me reconocen y se me quedan mirando mientras piensan algo así como: “Pobre loca, perdió la razón, lo perdió todo”. Pero están equivocados, ¿sabéis? Estos enormes muros no pueden impedir que por primera vez me sienta realmente libre. Me han preguntado ya muchas veces si me arrepiento de lo que hice y yo no me canso de repetirles que no, ¿cómo podría? Lo volvería a hacer una y mil veces. Ellos no lo entienden, no conocen mi historia. Pero, ¿y vosotros? ¿Acaso tengo que recordaros que la voz de mi conciencia se hallaba entre mis tres primeras víctimas?<br /></div>Nataliahttp://www.blogger.com/profile/11705646908896781809noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-21062094.post-84404065007006571882009-03-31T10:08:00.000-07:002009-04-01T06:30:48.516-07:00No todos eran perfectos<div style="TEXT-ALIGN: center"><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiez43aL7Vrr_Zl6l-AgfhGYna8Rildq6R75_jbuHVg19sEggAt1OOAXoytMuC1-clnar1M-6xpBQXtL9MNTfy7BIPtk9ZkAtkqedGBtMl7hjDBTntYrMaKY3hyHqm78FPl1b_JHA/s1600-h/_MG_1806d_1.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5318850742256119330" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 400px; CURSOR: pointer; HEIGHT: 266px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiez43aL7Vrr_Zl6l-AgfhGYna8Rildq6R75_jbuHVg19sEggAt1OOAXoytMuC1-clnar1M-6xpBQXtL9MNTfy7BIPtk9ZkAtkqedGBtMl7hjDBTntYrMaKY3hyHqm78FPl1b_JHA/s400/_MG_1806d_1.jpg" border="0" /></a>Foto por <a href="http://www.flickr.com/photos/fefegg/">Fefegg</a> (Copyright) para este blog<br /></div><div style="TEXT-ALIGN: justify"><br />Cuentan que un buen día un tipo muy listo, o muy tonto, pero indudablemente muy importante, decidió que todos teníamos que ser rubios y tener ojos azules. La genética, que ya permitía tener hijos a la carta, se encargó del resto. De modo que apenas unas décadas después todos, o casi todos, éramos rubios y teníamos ojos azules tal como aquel honorable personaje había imaginado. Es decir, había mucha gente que incluso hubiera jurado y perjurado que todos, absolutamente todos, éramos rubios y teníamos ojos azules. Sin embargo, yo sabía que no era cierto porque en mi casa teníamos una clara prueba de lo contrario.<br />Mi hermano Pedro nació cuando yo tenía cuatro años. Al recogerle en el hospital nos había parecido normal: un enano calvo que berreaba igual que los demás. No obstante, a las pocas semanas de traerlo a casa nos percatamos de que sus ojos celestes se iban tornando sospechosamente verdes. Ni que decir tiene que esto fue motivo de intensos debates entre mis padres, que parecía como si estuvieran tratando de aclarar de una vez por todas si el color turquesa era azul o verde. Para colmo de males, la cabeza de mi hermano empezó a ser invadida lenta pero irremisiblemente por una espesa mata de cabello negro azabache que ya no dejó lugar a dudas: nuestro Pedro era un niño moreno y de ojos verdes, un ejemplar defectuoso cuya mera existencia era un atentado contra los rígidos cánones de belleza impuestos por nuestra sociedad.<br />Una familia al uso habría ido derechita al hospital a poner una queja. Es más, hubiera montado tal pollo que no sólo habría conseguido canjear al hijo malo por otro en buen estado, sino que además habría cobrado una pasta por las molestias ocasionadas. Pero no, mis padres no. Aquellos tres meses de convivencia con Pedro habían bastado para que se encariñaran con él pese a sus defectillos. Así que decidieron quedárselo convirtiendo a la pequeña Paula, es decir, a mí, en cómplice involuntaria de aquella locura. Me obligaron a jurar que guardaría aquel terrible secreto y en adelante me esforcé por tratar a mi hermano como a un igual pese a su evidente anormalidad.<br />Durante los primeros años de su vida, Pedro permaneció siempre escondido en casa, a salvo de las miradas indiscretas de nuestros vecinos. Aún así, su infancia se podría haber calificado de feliz gracias al cariño desmedido que le profesaban mis padres y a la inestimable compañía de su única compañera de juegos, es decir, yo. Aunque aprendí a quererle como el que más, he de confesar que a menudo tenía pesadillas en las que algún vecino descubría el pastel y nos denunciaba a las autoridades. Tras un juicio fulminante solían condenarnos a muerte por romper con la uniformidad imperante en nuestra sociedad, tan sabiamente establecida por el tipo listo del primer párrafo. Sí, el mismo que había caído en la cuenta de que la felicidad consistía en que todos fuéramos rubios, tuviéramos ojos azules, lleváramos el mismo mono gris y fuéramos por la vida con esa estúpida sonrisa de anuncio estampada en la cara.<br />Era imposible negar que la llegada de Pedro cambió muchas cosas en casa. Mis padres debieron de llegar a la sabia conclusión de que siendo como éramos autores de un crimen que merecía la pena capital, ¿en qué medida podría afectarnos la atribución de otros delitos menores? Es decir, ¿acaso podía agravarse la condena a la silla eléctrica inyectándonos simultáneamente un veneno letal? ¿Es que la perspectiva de morir ahorcado en una cámara de gas podía empeorar las cosas?<br />Mi madre empezó a saltarse las normas cosiendo vestidos de colores con viejos retales. A menudo nos los poníamos mi hermano, ella y yo en su dormitorio y nos echábamos unas risas bailando al ritmo machacón de unos cds que habíamos rescatado del fondo de un armario. A Pedro le gustaba decir que aquello era música satánica, pero mi madre no se cansaba de repetirnos que sólo se trataba de "chunda chunda". Estas juergecillas se solían acabar con la llegada del aguafiestas de mi padre, que apagaba la música pese a nuestras protestas y nos obligaba a ponernos de nuevo nuestros aburridos monos grises. Pero él tampoco era un santo. De hecho, pronto empezó a contarnos historias sobre un mundo en que la gente se gastaba una pasta en ropa de marca, se pintaba las caras y el pelo, se iba a la playa a achicharrarse al sol, comía comida basura, fumaba, bebía alcohol... y se hacía vieja con el paso del tiempo. Nunca nos cansábamos de preguntarle qué era eso de hacerse viejo, a lo que siempre respondía diciendo que básicamente consistía en que el pelo se te ponía blanco o se te caía y la cara se te arrugaba como una pasa de uva. No es que en nuestro mundo no hubiera gente que llegara a los noventa o cien años, pero a partir de cierta edad te ibas regularmente a esas clínicas en que te hacían esos arreglillos que, según mi padre, acababan convirtiendo a todas las mujeres en clones de una tal Meg Ryan y a los hombres en primos hermanos de Robert Redford. Cuando le preguntábamos quiénes eran aquellos sujetos, él nos explicaba que eran personas importantes en los tiempos del tipo listo, que probablemente había pensado que era mejor parecerse a ellos que envejecer.<br />Cuando mi hermano cumplió los cuatro años, mis padres recibieron una carta de las autoridades notificándoles que había llegado el temido momento de su escolarización. Con mis ocho años recién cumplidos yo era un auténtico flan aquella primera mañana en que Pedro se subió al autobús conmigo. Estaba convencida de que nuestros compañeros nos descubrirían de inmediato y nos mandarían a todos derechitos a la cárcel, o a donde mandaran a gente de nuestra calaña. Sorprendentemente nadie pareció reparar en él, aunque para mí fuera más que evidente que llevaba una peluca rubia mal puesta y unas horribles lentillas azules ocultando sus hermosos ojos de color verde. Aquella mañana mi mejor amiga, Marisa, se sentó junto a nosotros y tras mirar a Pedro durantes unos instantes que me parecieron eternos, acercó sus labios a mi oído y me susurró:<br />- Es raro tu hermano... Pero me gusta.<br />Y sólo recuerdo que no me gustó que le gustara.<br />Pedro, que iba con la lección bien aprendida, supo adaptarse y pasar desapercibido en la jungla que era el colegio. Consiguió hacerse un hueco entre sus compañeros sonrientes y a veces incluso llegué a olvidar que no era rubio ni tenía ojos azules.<br />Durante años llevamos una doble vida: éramos como los demás de puertas afuera, pero nos transformábamos en auténticos delincuentes nada más traspasar la puerta de nuestra casa donde todo, o casi todo, parecía estar permitido. Las mentiras y los secretos que rodeaban nuestras vidas me llegaron a parecer tan naturales como la tabla de multiplicar, el tofu o el hilo dental. Llegué a creer que las cosas siempre podrían seguir igual. Y, de hecho, todo fue sobre ruedas hasta que Pedro cumplió los trece. Fue entonces, cuando de la noche a la mañana mis padres y yo le notamos distante, mustio, pensativo... Y los demás, impotentes, intercambiábamos miradas llenas de preocupación, temiéndonos que su adolescencia recién adquirida fuera a jugarnos una mala pasada.<br />"¡Por Dios, Pedro!" me decía cuando me lo cruzaba por los pasillos del instituto. "Cómete el tarro todo lo que quieras, pero no dejes de sonreir nunca..."<br />Una mañana y sin previo aviso, mi hermano se presentó en el instituto tal como era, desprovisto de peluca y lentillas. Su pelo negro, revuelto, ondeando al viento, desafiante; sus ojos verdes mirando al frente, con orgullo; su mono gris transformado hábilmente en pantalón y uno de los vestidos de mi madre a modo de camisa. Por un instante dudé de si aquello estaba ocurriendo de veras o de si era tan sólo otra de mis pesadillas. Luego me invadió el pánico, que durante unos segundos me dejó paralizada al tiempo que todo tipo de pensamientos oscuros se atropellaban en mi mente. Cuando por fin volví a la realidad, me encontré con que el mundo parecía haberse detenido, todas las miradas de profesores y estudiantes fijas en mi hermano, como hipnotizadas. No se oía nada, salvo el latir acelerado de mi propio corazón y los pasos decididos de Pedro, que caminaba hacia la puerta principal, sin detenerse, sin dudar, sin mirar atrás, sin pensar en las consecuencias, en mis padres, en mí. Para cuando el mundo volvió a ponerse en marcha, mi personaje ya había desaparecido de la escena dejando un hueco incómodo junto a la figura de Marisa.<br />Aquella noche mis padres y yo permanecimos sentados en la cocina, en silencio, esperando a que la policía llegara en cualquier momento para arrestarnos. Pero no vino nadie, ni siquiera mencionaron el incidente en la televisión local. Y, ¿qué era una revolución, o lo que fuera que estuviera tramando mi hermano, si no tenías a los medios de tu parte? Era como dar el espectáculo currándote una carnicería y que nadie hablara de ello: un total sinsentido. Para nada, salvo para fastidiarnos a nosotros que le habíamos tratado como a un igual, pasando por alto todos sus defectos.<br />Pedro llegó a casa tarde, nos dio las buenas noches como si no hubiera pasado nada y subió a su cuarto como una exhalación. Cuando estaba a punto de ir tras él para matarle, mi madre nos llamó la atención sobre algo que había visto afuera. Al otro lado de la verja de nuestro jardín se distinguía a un pequeño grupo de jóvenes rubios ténuemente iluminados por la luz de las farolas. Inmóviles como estatuas, observaban nuestra casa en silencio. Debían de haber seguido a Pedro hasta allí. Pero, ¿por qué? En todo caso, no tardaron en dispersarse y desaparecer bajo el manto de la oscuridad. Si aquella noche no tuve pesadillas fue únicamente porque no pude pegar ojo.<br />Cuando me levanté al día siguiente, Pedro ya se había vuelto a marchar. Mis padres me sugirieron que no fuera a clase por lo que pudiera pasarme, a lo cual respondí malhumorada que yo no tenía por qué esconderme, que era rubia, tenía ojos azules y no había hecho nada malo. Me fui dando un portazo. Al otro lado de la puerta era un día soleado de otoño. Cambié la cara de cabreo por una sonriente, respiré hondo y me dispusé a disfrutar de otro día perfecto. Pero me bastó dar unos pasos para darme cuenta de que algo descuadraba: junto a la verja de nuestra casa había varias pelucas rubias desparramadas por el suelo. Sin pararme a pensar en lo que aquello podía significar, las aparté de un puntapié mientras pensaba que eso mismo le habría hecho al capullo de Pedro si le hubiera tenido delante: darle una patada donde más le doliera.<br />De camino al instituto me crucé con varias chicas de larga cabellera castaña, un chico rubio con una camiseta roja, un tipo moreno con pantalones verdes, varias viejas con vestidos de flores... Me pareció que la gente hablaba con voz más fuerte de lo habitual, reía a carcajadas, discutía acaloradamente, lloraba, contaba chistes... y todos, o casi todos, me miraban raro. Paula, rubia, ojos azules, mono gris, sonrisa radiante. Todo era correcto, ¿cuál era el problema?<br />Al llegar al instituto, donde parecía que estaban en plenos carnavales, me dije que Pedro lo había vuelto a hacer: había empezado revolucionando mi casa y ahora tenía que cambiar el mundo entero. Cuando al entrar en clase me senté junto a la versión pelirroja de Marisa, ésta me propinó un codazo y me animó a que me quitara también la peluca.<br />- ¡Vamos, Paula! No te cortes, que somos amigas... Seguro que te sentirás mejor.<br />- ¿Qué me quite el qué? - le dije yo llorando.<br />Y fue mirar a mi alrededor y comprender que el universo gris, azul y blanco al que estábamos habituados ya era historia. El tipo listo hubiese estado orgulloso de mí: debía de ser la única rubia auténtica con ojos azules de aquella clase, la única que seguía con su mono gris, llorando a moco tendido pero sin dejar de sonreir ni por un instante. Sí, los había rubios, pero con ojos verdes, grises, marrones; o los había con ojos azules, pero de pelo castaño, negro, pelirrojo... y en todo caso, nadie conservaba el absurdo mono gris, ni la sonrisa de dentífrico. Era probable que yo fuera la única chica perfecta de todo el instituto, del barrio, de la ciudad... Pero, ¿de qué me servía ser perfecta si Pedro acababa de cambiar todos los cánones de belleza? Ahora todos querían ser como él. A mí me miraban raro. Sí, todos me miraban raro. Me hubiera arrancado la peluca si la hubiera tenido, me hubiese puesto unas lentillas, pero ya era tarde, porque me tenían rodeada y venían a por mí, como en mis pesadillas. Sólo que no habría ni juicio siquiera, acabarían conmigo ahí mismo, entre los libros de matemáticas y de historia. Todos aquellos personajes desparejos, absurdos, que me hubieran admirado un día antes, me veían como a un símbolo de represión con el que había que acabar de una vez por todas. Y, de hecho, aquel hubiera sido mi fin, si una mano amiga no hubiera surgido de entre la multitud para rescatarme.<br />- ¡Vamos, Paula! - me dijo mi hermano mientras tiraba de mí con fuerza.<br />De camino a casa, escondida bajo una gorra verde, Pedro me dijo que él me seguiría queriendo aunque fuera rubia, tuviera ojos azules, me empeñara en seguir llevando el ridículo mono gris y sonriera como una estúpida. Nunca habría pensado que llegaría el día en que mi hermano pronunciaría aquellas palabras.<br />“¡Despierta, despierta!” me dije tratando de escapar de aquella nueva pesadilla.<br />Entonces comprendí que no estaba en una de mis pesadillas, sino en el sueño de Pedro, que por fin se había hecho realidad. Un sueño en que todos podíamos delinquir tanto dentro como fuera de casa, en que era tal el número de transgresores que el mundo entero se había convertido en nuestra cárcel. Algunos lo llamaban libertad de expresión, pero yo sólo veía a gente malhumorada que competía por hacerse un hueco en la sociedad, demostrando quién era más guapo, más listo, más ocurrente, más cabrón, o lo que fuera. El tipo listo se habría tirado de los pelos. Pero, claro, ese ya no era su mundo y ya nadie, o casi nadie, tenía la más mínima intención de parecerse a Meg Ryan ni a Robert Redford, fueran quienes fuesen aquellas dos venerables personalidades. </div>Nataliahttp://www.blogger.com/profile/11705646908896781809noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-21062094.post-6523024282136986482009-03-17T12:41:00.000-07:002009-05-22T23:04:47.648-07:00Amores Catódicos<div style="text-align: center;"><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjWqbBSbrr-an93SIxvej3hTQ9bkoyuQUUyo7bZ9pv7kQs0fdcU1l7x4GdKw3UJz5_0dHsR-qPCkoDMRVXwaJ-wpyVIuFAXlnQy8FBJIS0N2d7SqqG1pFAJUlUurfy2vWM8AWBCJA/s1600-h/IMG_8581ret.jpg"><img style="margin: 0px auto 10px; display: block; text-align: center; cursor: pointer; width: 400px; height: 275px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjWqbBSbrr-an93SIxvej3hTQ9bkoyuQUUyo7bZ9pv7kQs0fdcU1l7x4GdKw3UJz5_0dHsR-qPCkoDMRVXwaJ-wpyVIuFAXlnQy8FBJIS0N2d7SqqG1pFAJUlUurfy2vWM8AWBCJA/s400/IMG_8581ret.jpg" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5314245336557399122" border="0" /></a>Foto por <a href="http://www.flickr.com/photos/fotopamp/3362802503/">Pamp</a> (<a href="http://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/2.0/deed.es">CC Some Rights Reserved</a>) para este blog<br /></div><br /><div style="text-align: justify;">Tener treinta y tres años, llamarse Amanda y estar enamorada de <a href="http://images.google.es/images?hl=es&q=brian+kinney&btnG=Buscar+im%C3%A1genes&gbv=2" target="_blank">Brian Kinney</a> es muy duro. Sobre todo si se trata de un personaje de ficción que vive en Pittsburgh y encima es "gay". Sabes que si existiera nunca se fijaría en ti, pero en el fondo sigues albergando la vana esperanza de que se pase a la otra acera sólo para conocerte. Una simple conversación con él valdría más que una vida entera con cualquiera de esos patéticos heterosexuales de vidas insulsas que pasan junto a ti como fantasmas.<br />Hace tiempo que sabes que en el mundo hay sólo dos tipos de tíos: los que admiten que son fans de Brian Kinney y darían cualquier cosa por tirárselo y los que lo niegan, pero que en el fondo estarían encantados de que les diera por culo. Cada noche sueñas con ser un hombre del tipo uno en los brazos de tu ídolo, pero al despertarte por la mañana la dura realidad te golpea una y otra vez: ése que ronca a tu lado no es más que un triste ejemplar del tipo dos.<br />Tu novio se llama Sebas y no se parece en nada a Brian Kinney, pero haces esfuerzos ímprobos por que se le parezca cada vez que practicais eso a lo que se llama sexo. Vuestra relación hace tiempo que agoniza y ahora apenas compartís otra cosa que la hipoteca de un piso sobrevalorado. Claro que has pensado en dejarle, al igual que has pensado muchas veces en dejar tu trabajo, que básicamente consiste en aguantar a un carcamal que encuentra inspiración para dictarte sus faxes cinco minutos antes de tu hora de salida. Le odias porque él solito ha conseguido convertir a tu empresa en un barco a la deriva, que cualquier día se hunde arrastrándote al fondo con él. Porque de una cosa sí estás segura: no sabes nadar y si te quedas sin trabajo, morirás ahogada. De modo que ahí estás, Amanda, atrapada en esa vida que no te satisface, incapaz de enfrentarte a ninguna entrevista de trabajo porque no sabes venderte, incapaz de cambiar a tu novio por otro tan sólo porque te da pereza iniciar uno de esos tediosos rituales de apareamiento a los que llaman flirteo. Francamente, hay que ser imbécil para pensar que a Brian Kinney se le pudiera pasar por la cabeza la idea de cruzar la calle por ti.<br /><br />Tener treinta y cinco años, llamarse Sebas y tener una novia que no te quiere pero que sigue contigo por pura inercia es frustrante, sobre todo si la sigues queriendo y sabes que está enamorada de un "marica" que ni siquiera existe.<br />Si la vida fuera una piscina, Amanda sería de esas que la vería desde el borde sin atreverse a meter ni un dedo en el agua. Observa a los nadadores con envidia, se lamenta de no saber nadar, pero no hace nada por aprender. Los hay que nadan con una rapidez y un estilo pasmosos, tipos como el propio Brian Kinney, que van pisando fuerte sin importarles a quién puedan llevarse por delante, que te doblan una y otra vez, haciéndote tragar agua a su paso; y esos otros que como tú, que más que nadar se pelean con el agua y se conforman con llegar al otro lado de una pieza. Al levantar la cabeza para coger aire entre brazada y brazada, ves a Amanda allá a lo lejos, evitando mirarte porque siente vergüenza ajena, deseando que fueras cualquiera de esos bomberos de cuerpo escultural, a los que nunca te vas a parecer por más que nades las 24 horas del día.<br />Hace un par de meses que la engañas con el fantasma de <a href="http://images.google.es/images?gbv=2&hl=es&q=melinda+gordon&btnG=Buscar+im%C3%A1genes" target="_blank">Melinda Gordon</a>, que se te aparece noche tras noche en tus sueños. Siempre os encontrais en la misma playa, donde la ves a lo lejos y adivinas una sonrisa en su rostro mientras te hace un ligero gesto para que te acerques. Luego os perdeis entre las palmeras donde haceis cosas a las que todavía no se les ha puesto nombre. A veces también sueñas con dejar tu trabajo en la fábrica y hacer algo más creativo, pero la hipoteca del piso es como una enorme piedra con una larga cadena atada a tu cuello durante los próximos treinta años. Te dan escalofríos al pensar qué será de ti para cuando termines de pagar el dichoso piso. Que Amanda y tú sigais juntos para entonces parece tan imposible como que Brian se enamore de Melinda y formen una familia.<br /><br />No hay nada peor que llamarte Amanda, levantarte una mañana con la pata izquierda, creerte que eres un marinero trabajando en un barco, amotinarte ante tu capitán pensando que lo haces en nombre de todos tus compañeros y encontrarte con que tu jefe ni es un capitán, ni tu un marinero, ni nadie respalda ese motín que has encabezado no se sabe a santo de qué. Para cuando te das cuenta ya te han tirado por la borda y comienza tu lucha desesperada por mantenerte a flote, pero te hundes como una hipoteca y empiezas a tragar agua mientras sigues agitando los brazos estúpidamente. Cuando piensas que todo está perdido, un brazo musculoso te agarra y te saca a flote. Uno de esos tipos de cuerpo escultural tira de ti, mientras pide que dejes de revolverte como una loca porque os vais a hundir los dos. Avanzais lentamente en dirección a la orilla, hasta que tu salvador cree distinguir a lo lejos una figura masculina tomando el sol sobre la cubierta de un yate. Sin mediar palabra, te suelta y empieza a nadar como un loco hacia el otro. Claro, ¿quién iba a resisistirse a los encantos de Brian Kinney, que te mira impasible mientras vuelves a hundirte y a tragar agua como una idiota?<br /><br />No hay nada más patético que un mal nadador tratando de hacerse el héroe. Pero al ver como el bombero se aleja hacia el yate dejando a tu novia a merced del mar, no dudas en lanzarte al agua y tratar de salvarla a costa de lo que sea. Cuando al fin la alcanzas, tiras de ella con todas tus fuerzas y sin saber cómo, conseguís llegar a la orilla de lo que parece una isla. Cuando despiertas horas después, os encontrais en una hermosa playa en la que muchos turistas matarían por pasar sus vacaciones. Amanda está tendida a unos metros de ti y respira acompasadamente. Cuando por fin abre los ojos, no está segura de si aquello es un sueño o de si simplemente estais muertos y os habeis merecido el paraíso. El sol acaricia vuestra piel mientras una suave brisa cálida os trae el sonido de las olas al besar la orilla. La ayudas a levantarse y empezais a caminar a lo largo de la playa con la extraña sensación de que el hotel tiene que estar detrás de algún grupo de palmeras. Al cabo del rato, Amanda se vuelve y te dice:<br />- Creo que debemos de estar muertos. Nos está siguiendo una mujer que se parece mucho a Melinda Gordon...<br />Y, efectivamente, al mirar hacia atrás, la ves allá a lo lejos como en ese sueño que se repite noche tras noche, sólo que esta vez Amanda también está en él. Vuelves a adivinar una sonrisa en el rostro de Melinda y ese gesto con el que te invita a seguirla. Durante unos segundos tu mirada se pasea entre la hermosa joven y la amargada de tu novia, que ni siquiera te ha dado las gracias por salvarle su vida. Finalmente le dices a Amanda:<br />- Espérame aquí, ahora vuelvo…<br />Y sin dejar que ella te responda, echas a correr hacia Melinda y deseas con todas tus fuerzas que sea tan real como Amanda y tú.<br /><br />Tener treinta y tres años, llamarse Amanda y que tu marido se fugue con otra, dejándote tirada en una isla desierta es muy duro. Sobre todo si Brian Kinney y el musculitos, que te observan desde el yate, se meten en la cabina haciendo caso omiso de tus señales de socorro.<br /></div>Nataliahttp://www.blogger.com/profile/11705646908896781809noreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-21062094.post-69848397091374618232009-03-01T06:04:00.000-08:002009-03-02T05:47:40.236-08:00Máscaras<div align="center"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiCviw8HrZ0WaWy92k6nTtEenrHcdvMxLk1L3GbERcBqBidTqnKhr6MZqDpdnV2HK14eL97YpiCmFeEqRtIPA2U-I8rCta-mGKyv8-EY0-ih3oCG5huUzKK965uZd5Cjo4WXyrESA/s1600-h/_MG_1654.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5308582179328870210" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 400px; CURSOR: hand; HEIGHT: 269px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiCviw8HrZ0WaWy92k6nTtEenrHcdvMxLk1L3GbERcBqBidTqnKhr6MZqDpdnV2HK14eL97YpiCmFeEqRtIPA2U-I8rCta-mGKyv8-EY0-ih3oCG5huUzKK965uZd5Cjo4WXyrESA/s400/_MG_1654.jpg" border="0" /></a>Foto por <a href="http://www.flickr.com/photos/fefegg/">Fefegg</a> (Copyright) para este blog</div><br /><br /><div style="TEXT-ALIGN: justify">Digamos que en mi mundo era carnaval todos los días y que no nos quitábamos la máscara ni para dormir; que, de hecho, lo hacíamos únicamente en esas contadas ocasiones en que conocíamos a ese alguien especial que nos hiciera "tilín”. Recordábamos la primera vez que nos desenmascarábamos como vosotros el primer beso, una experiencia mágica con la que martirizar a nuestros nietos en los años venideros.<br />Recuerdo como si fuera ayer el día en que me quité la máscara por primera vez. Yo era una jovencita de 52 años y él se llamaba Gorrlaus. Era un profesor de historia de mi facultad, que me había invitado a su casa para discutir no sé qué trabajo que a mí me importaba un bledo, pero que era la excusa perfecta para desenmascararnos. Mentalmente ya anticipaba mi conversación del día siguiente con mi amiga Tuuli, su sana envidia, la palmadita en la espalda de mi madre al enterarse de que su hija ya era toda una "mujer"… Sin embargo, las cosas no fueron como esperaba: ni bien me quité la dichosa máscara, Gorrlaus lanzó tal carcajada que mi alma se vino literalmente al suelo. Muerta de vergüenza, me precipité al espejo más próximo para descubrir el motivo de aquel ataque de risa imparable.<br />Es difícil describir con palabras el horror que sentí al descubrir mi propio reflejo: me encontraba ante un cuerpo deforme, desprovisto de escamas y con apenas unos penachos de pelo mal dispuestos; un tronco endeble del que salían cuatro tentáculos acabados en unas ridículas pezuñas; y una horrible pelota por cabeza, con una boca minúscula, un único par de ojos y esos horripilantes pabellones auditivos que competían en fealdad con una trompa reducida a la mínima expresión… Eso no tenía nombre y ESO era yo.<br />¿Qué dios de mente retorcida podría haber creado aquella aberración de la naturaleza y seguir viviendo tras la magnitud de su fracaso? ¿Cómo explicárselo a mis amigas, a mi familia...? Y aún peor, ¿cómo volver a desenmascararme ante nadie?<br />Sin dejar de reir, Gorrlaus me prometió entre lágrimas que no se lo diría a nadie y me sugirió que hablara con mi madre, que alguna explicación tendría para aquel estropicio.<br />De mi madre una se podía esperar cualquier cosa. A saber ante quién se habría quitado la máscara en uno de aquellos largos y tediosos viajes estelares, para que dos meses después saliera yo del cascarón, aquel auténtico monstruo al que se habría apresurado a poner la máscara, sin importarle el trauma que pudiera causarme a mí, su propia hija, al desenmascararme 52 años más tarde ante mi primer “alguien especial”.<br />La encontré en la terminal de autobuses espaciales, sacando brillo a su cacharro, al que mimaba más que a cualquiera de sus hijas. Aunque nuestra relación no pudiera calificarse de estrecha, no hizo falta que dijera nada para que ella supiera de inmediato por qué había ido a verla.<br />- ¡Oh, vaya! - me dijo dejando caer su trapo. - Imagino que te quitaste la máscara...<br />De modo que fuimos a su casa y volví a quitármela delante de ella. Al igual que había sucedido con Gorrlaus, produje en ella un ataque incontrolado de risa acompañado de enormes lagrimones que se deslizaban por su vieja máscara blanca. Media hora después, sin dejar de reírse, consiguió decirme que mi padre vivía en un basurero enorme que había en un cuadrante poco frecuentado por la flota. Se ofreció a llevarme hasta allí, como si aquello pudiera compensar todos el sufrimiento que me estaba causando.<br />- No creo que encontremos a tu padre, - añadió, - pero, al menos, estarás más a gusto viviendo entre tus semejantes.<br />Partimos apenas unas horas después en su autobús amarillo. Tuuli, a la que había puesto al corriente de mi desgracia, pero que era demasiado sensible como para atreverse a verme sin máscara, vino a despedirse acompañada por sus dos novios. Vi cómo empequeñecían a medida que nuestro vehículo se alejaba rumbo al espacio exterior y entristecí al comprender que nunca volveríamos a vernos.<br />Unas horas después llegamos a mi nuevo hogar, un pequeño sistema solar compuesto por una triste estrella y varios planetas enanos que giraban estúpidamente en torno a ella. Al aproximarnos a la atmósfera del planeta de mi padre, tuvimos la mala suerte de chocar contra una especie de sartén espacial, lo que provocó una avería en nuestro autobús y el subsiguiente aterrizaje forzoso que acabó con la trágica muerte de mi madre. Aunque salí ilesa del accidente, perdí el conocimiento y cuando horas más tarde volvió a hacerse la luz, fue sólo de forma gradual. Lo primero que recuerdo fue la presencia de dos sombras moviéndose torpemente entre lo restos de nuestra nave. Vi cómo se aproximaban al cuerpo inerte de mi madre, al que le retiraron la máscara con ayuda de un palo.<br />- ¿Has visto eso? – escupió uno de aquellas criaturas en un idioma muy primitivo.<br />- ¡Es asqueroso! – le contestó el otro. - ¡Eh! ¡Aquí hay otro!<br />Y al notar que esos dos seres borrosos se me acercaban, quise apartarme, pero mi cuerpo, que no respondía a las órdenes del cerebro, permaneció allí inmóvil, convirtiéndome en presa fácil para los dos nativos.<br />- ¡Quítale la coraza! – sugirió el que estaba más lejos.<br />Y entonces me pregunté qué habría hecho yo para merecer aquello, pues en aquellos momentos lo último que necesitaba era que se rieran de mí por tercera vez.<br />- ¡Joder! – dijo el del palo al verme. - ¡Pero si está buenísima! Es clavadita a Scarlett Johansson…<br />- Pero, ¿qué dices? Querrás decir a Keira Knightley… - le discutió el otro.<br />Y mientras aquellos dos monstruos trataban de determinar a qué estrella del firmamento cinematográfico me parecía más, fui recuperando la capacidad de enfoque hasta poder verles y constatar que sí, que aquellos dos horribles engendros se parecían mucho a mí y encima eran imbéciles, pero que tendría que acostumbrarme a vivir entre ellos por culpa de aquel desliz de mi madre.<br />- Y, ¿de dónde habrá salido esta chica? – oí que decía uno mientras me sacaban de allí a rastras.<br />- ¡Yo qué sé! - comentó el otro. - La habrá abducido la cosa esa que estaba junto a ella…<br />Y al alejarnos de allí en su vehículo primitivo, rogué a todos los dioses por que en aquel basurero, al que llamaban Tierra, hubiera alguna persona con dos dedos de frente con la que poder mantener una conversación razonable de vez en cuando.<br />Digamos que esta es mi historia y que así se la cuento a mis nietos. Digamos que unos años después de mi llegada a este planeta pude encontrar a ese alguien especial que me hizo “tilín” y ante el cual pude desnudarme sin causarle un ataque de risa; que acabamos formando una familia en este mundo en que no hace falta llevar máscara más que un día al año, aunque sé de muchos que insisten en llevarla puesta los otros 364 también.</div>Nataliahttp://www.blogger.com/profile/11705646908896781809noreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-21062094.post-59266892580093369032009-02-19T06:07:00.000-08:002009-02-20T12:33:53.709-08:00Estación Intermedia<div align="center"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEihzaZTfdZHYEYLLAeyP75LpOTOcpUawYDvoNRE1EybRpBna9ZC0GP-_97H8Y9CCQ3V1bW-4ttiU8wvvAwrbga3kFr6WhYjdbWwqfI_AQDa243HsbkRjNOpV1qGBwuavd8VcwNmkA/s1600-h/_MG_1545d.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5304510303189392626" style="margin: 0px auto 10px; display: block; width: 400px; height: 291px; text-align: center;" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEihzaZTfdZHYEYLLAeyP75LpOTOcpUawYDvoNRE1EybRpBna9ZC0GP-_97H8Y9CCQ3V1bW-4ttiU8wvvAwrbga3kFr6WhYjdbWwqfI_AQDa243HsbkRjNOpV1qGBwuavd8VcwNmkA/s400/_MG_1545d.jpg" border="0" /></a> Foto por <a href="http://www.flickr.com/photos/fefegg/">Fefegg</a> (Copyright) para este blog<br /><br /><div align="center"></div><div style="text-align: justify;">Nadie podía estar seguro de las circunstancias de mi muerte, porque cuando se produjo yo estaba completamente sola. Tras una investigación rutinaria, la policía concluyó que me había suicidado, pues todas las pruebas apuntaban claramente en ese sentido. En el informe me describieron como una joven de 35 años, de estatura mediana, delgada, pelo oscuro, ojos grises, sin antecedentes médicos de interés. De profesión, administrativa. Soltera. Hija única de un matrimonio separado. Los vecinos decían que era algo tímida, pero que les saludaba al cruzarnos por el pasillo. Nunca hacía ruido y les daba sal si me la pedían. Mis compañeras de trabajo contaron que era muy despistada y solía hacer estupideces como meterme sin querer en el servicio de caballeros, o traspapelar las facturas de los proveedores. Nunca contaba nada de mi vida personal, de hecho, hubiesen jurado que no la tenía. Alguna incluso se atrevió a decir “que con una vida tan insulsa como la mía, ¿quién no podía tener ganas de suicidarse?”<br />Me encontraron en la bañera, donde mi sangre había teñido el agua de rojo. Me había cortado las venas a conciencia y tras crear el ambiente adecuado poniendo un disco de los tejanos I Love You But I've Chosen Darkness, dejé que el resto lo hiciera la naturaleza a la luz de unas velas que apestaban a fresa. Había escrito una nota a mi padre, diciéndole que "no se preocupara, pero que estaba realmente harta y quería acabar de una vez por todas". Le pedía que esparciera mis cenizas por una playa a la que solíamos ir de veraneo cuando era niña y que le llevara mis plantas a la tía porque no merecían compartir mi triste destino. Aquella nota escrita con manos temblorosas fue la que sentenció el caso, en el que me declararon culpable de mi propio asesinato. Sentenciada a morir desangrada en una bañera.<br />Me di cuenta de que era un fantasma cuando asistí a mi propio entierro. Desde mi fallecimiento había permanecido en mi piso, primero junto a mi propio cadáver, al que observaba como atontada sin entender muy bien el por qué de aquel desdoblamiento de personalidad; luego observando las idas y venidas de los agentes de la ley, apresurándose por cumplir con su trabajo, sin importarles si estropeaban mi tarima flotante con sus zapatos llenos de arena. Finalmente apareció mi padre, más pequeño que nunca, al que seguí hasta casa de mi tía cuando le llevó las plantas. Las dos figuras de negro fueron juntas hasta la iglesia en que se celebró una misa en mi memoria, donde nos contaron la vida de una chica que no se me parecía en nada, pero a la que todos echarían de menos. Más tarde la comitiva se dirigió hacia el hoyo en el que enterraron mi cadáver.<br />“¡Mierda!” me dije entonces. “¡Pero si les había dicho que me incineraran!”<br />Fue al bajar la vista, contrariada ante la evidencia de que mi familia pasaba de mí incluso después de muerta, cuando descubrí que por más que lo intentara no conseguía verme a mí misma. Entonces tuve que preguntarme qué demonios era yo y qué estaba haciendo allí, si nunca había aspirado a que la vida se prolongara después de la muerte, a la que sólo había abrazado buscando el punto final.<br />- ¡Papá! - le grité a mi padre. - Estoy aquí, ¿no me ves?<br />Pero nadie me oía, ni me veía, ni siquiera me sentían cuando pasaba a través suya como una exhalación. Me hubiese asustado, si no hubiese sido por un intenso dolor de cabeza que me impedía recordar mi propio nombre. No se me ocurrió otra cosa que volver a casa, a dónde accedí fácilmente tras atravesar la puerta, para proseguir con mi estúpida rutina diaria como si nada hubiera ocurrido.<br />Pasaba las noches en vela, mirando mi cama vacía. A las siete sonaba puntual el despertador sin que nadie lo apagara porque, por más que lo intenté concentrándome a tope, era incapaz de bajar la dichosa palanquita usando mis poderes mentales. Imaginaba que me vestía y desayunaba mientras el despertador seguía reclamando atención desde el dormitorio. Salía de casa a las ocho e intentaba coger el metro. Sólo que cada mañana me daba cuenta de que una extraña fuerza me impedía entrar en ninguno de sus vagones, de modo que desandaba el camino y me acercaba a la oficina en lo que me parecía un suspiro. En mi mesa habían sentado a otra chica, una joven pelirroja y bastante mona a la que llamaban Ana. Sin saber por qué, empecé a seguirla a todas partes. A la fotocopiadora, al fax, al comedor, a la terraza cuando salía a fumar... e incluso la seguía hasta el portal de su casa después del trabajo.<br />Exactamente dos semanas después de que Ana ocupara mi puesto, nos lo encontramos en la terraza, donde se estaba fumando un cigarrillo mientras leía un libro para hacerse el interesante. Ni siquiera levantó la vista para saludarnos, es decir, para saludarla. En ese momento cientos de recuerdos me asaltaron como fogonazos: el día en que le conocí en esa misma terraza, aquella sarta de mentiras con las que me había seducido, nuestros encuentros furtivos en la sala de reuniones, los paseos por el parque, su casa, el sexo, sus amigos, las fiestas, el silencio repentino, su forma de esquivarme, mi desesperación, la otra, las otras, la última bronca, su despecho, la bañera, las venas, la sangre roja, las velas... y repetirme una y otra vez que “le quería pero había tenido que elegir la oscuridad” mientras se iban apagando todas las luces de mi existencia miserable.<br />Aquella avalancha de sentimientos descontrolados me hizo resplandecer cual rayo durante una milésima de segundo, lo suficiente como para que los dos fumadores se creyeran testigos de un hecho paranormal.<br />- ¿Has visto? - le dijo Ana al desconocido sin dar crédito a lo que acababa de ver.<br />- ¿Qué habrá sido eso? - dijo el otro cerrando el libro.<br />Tras calibrarse durante un instante, se apresuraron a encenderse otro cigarrillo.<br />- Soy Damián, - le dijo mientras le ofrecía fuego con mi encendedor.<br />- Gracias, - le contestó ella sin poder dejar de mirarle a los ojos. - Soy Ana. ¿Trabajas aquí? ¿Cómo es que no te había visto antes?<br />Si hubiese podido, hubiese tirado de ella para sacarla de allí. O mejor, le habría dado un buen empujón a aquel bastardo para que su cara de cretino se estampara contra el asfalto, veinte pisos más abajo.<br />- Ni siquiera fuiste a mi funeral... - le reproché.<br />Pero enfrascado en el desempeño de su papel de galán de tres al cuarto, no me escuchaba. Repetía frase por frase la misma conversación que había mantenido conmigo seis meses atrás. Ni siquiera se molestaba en improvisar un poco para dar algo de vidilla a su personaje. Cuando a los diez minutos se despidieron con un “hasta mañana”, Ana volvió a su oficina gris con la cara iluminada por una amplia sonrisa. Seguí a Damián hasta su despacho y más tarde hasta su piso, donde todavía quedaban indicios de mi paso por su vida: el cojín azul sobre el sofá, la lámpara de papel en la mesa del rincón, los discos de The Cranes esparcidos por el suelo... Tras poner algo de orden, puso su famoso pollo en el horno, mientras ultimababa los detalles de una velada empalagosamente romántica con la que impresionar a alguno de sus ligues. A las nueve y media apareció una mujer algo estirada a la que saludó efusivamente. Traté de estropearles la cena simulando un terremoto, pero después de varios intentos fallidos tuve que admitir mi completo fracaso como fantasma. Salí del piso mientras la pareja se tomaba el postre en el dormitorio.<br />Una vez en la calle caí en la cuenta de que no sabía cómo volver a casa. Había estado en aquel barrio decenas de veces, pero inexplicablemente estaba desorientada. Al doblar una esquina descubrí una boca de metro y me precipité hacia su interior como un autómata, pese a lo inútil del esfuerzo. Tras mirar embobada el revoltijo de líneas de colores en un mapa, me decidí por una estación cuyo nombre me resultaba familiar y por enésima vez me encontré con que el acceso a los vagones me estaba vedado. Fue entonces cuando creí oir una voz a mis espaldas que me hizo dar un respingo, pues era la primera vez que alguien se dirigía a mí desde mi muerte.<br />- ¿Se puede saber qué haces? - me pareció oir.<br />Pero allí no había nadie, salvo un par de jóvenes a unas decenas de metros, que evidentemente no trataban de entablar conversación conmigo.<br />- Estoy aquí... - insistió la voz. - Entorna los ojos y me verás.<br />Y, efectivamente, al entornar lo que debían de ser mis ojos, situados en algún punto de mi cabeza dolorida, creí distinguir una figura humana semitransparente: una nube de color rosa suspendida en el aire muy cerca de mí. Es más, al bajar la vista me sorprendí gratamente al descubrirme a mí misma, por primera vez, en un ligero tono lila. Sí, todo parecía estar en su sitio. Y un poco más allá de nosotros, creí ver a varias nubes azules a punto de subirse a uno de los trenes.<br />- ¿Cómo es que ellos pueden pillarlo y yo no? - le pregunté al tipo de rosa.<br />- ¡Ah! Porque eres nueva y no has tenido tiempo de resolver tu asuntillo pendiente, ¿entiendes? - me explicó. - Cuando lo hagas, se te abrirán las puertas del metro una única vez y te podrás ir, como ellos.<br />- ¿En metro? - le pregunté sin llegar a créermelo. - ¿Y a dónde me va a llevar?<br />- Al Cielo, al Infierno, quién sabe... - me dijo. - Nadie ha vuelto nunca para contarlo.<br />Mi amigo de rosa se llamaba Bruno y venía al metro todos los días para ver cómo otros emprendían un viaje que él nunca podría realizar. Había tardado tanto tiempo en averiguar cómo se abrían las puertas del metro que para cuando lo supo ya había perdido todo recuerdo de su vida pasada, incluyendo el dichoso asunto pendiente que le retenía entre los vivos. De modo que estaba condenado a deambular eternamente entre ellos.<br />- Te puedo ayudar, - se ofreció Bruno. - Si todavía sabes cuál es tu misión...<br />Sí, no recordaba mi nombre, ni mi dirección, e incluso empezaba a tener dudas con respecto a mi procedencia, pero tenía perfectamente claro qué tenía que hacer para pillar el metro con destino al mismísimo Infierno.<br />Apenas tres semanas después, Ana hizo la siguiente declaración ante un agente de policía:<br />“Tengo 28 años y llevo trabajando aquí dos meses. No conocía mucho a Damián, pues hemos salido juntos tan sólo un par de veces. En la primera cita me había parecido un tipo super enrollado... Pero para cuando volvimos a quedar en una cafetería, apenas dos días después, estaba ya muy cambiado y había empezado a desvariar. Para empezar, había retirado la mejilla cuando le había querido dar dos besos para saludarle y cuando por fin pude aprovechar un descuido para estamparle los labios en su cara, saltó tal chispazo que por poco me deja ahí tiesa. Luego empezó a contarme una historia la mar de rara sobre unos fantasmas que se habían colado en su piso haciéndole la vida imposible. Afirmaba que asustaban a sus amistades provocando temblores y risas esperpénticas, habían roto varios objetos de gran valor sentimental, no le dejaban pegar ojo... y para colmo lo de los calambrazos, que no había quien se le acercara. Me lo contaba porque yo también había sido testigo del incidente de la terraza y creía que le entendería. Sin embargo, sólo podía pensar en su aspecto descuidado y en que probablemente había salido de casa sin ducharse. En la oficina decían que hablaba solo y que ya no era capaz de cerrar ni un sólo pedido. Por eso tuvieron que despedirle. Ese día armó tal escándalo, que todos dimos por sentado que se había vuelto majara. Y hoy lunes al llegar a la oficina nos hemos encontrado con esto…”<br />Según la policía, Damián se había tirado por un puente, muriendo en el acto. Al igual que yo había dejado una nota. En ella decía que “cuando se enterara de quién le había hecho aquello, se aseguraría de que lo pagara bien caro.” Culpable. Sentenciado a tirarse desde un puente.<br />Apenas unos días después, Bruno me acompañó al metro para despedirse. Me dijo que se lo había pasado muy bien conmigo y que me echaría de menos.<br />- De todos modos, - puntualizó, – sigo pensando que se nos fue un poco la mano con tu amigo Damián, querida. No era tan rematadamente malo, sólo era humano. ¿Te sientes mejor ahora? ¿Realmente quieres hacer este viaje?<br />Dejé de prestarle atención justo cuando vi aparecer al espectro de Damián, en tono rojizo, que estúpidamente se había acercado hasta allí obedeciendo a quién sabe qué instinto primitivo que nos atraía a todos hacia los ándenes del metro para observar cómo los trenes iban y venían sin abrirle las puertas más que a unos pocos afortunados. Dos fantasmas grises, despidieron a uno verde que se marchaba. Y Damián, que en su vida se había dignado a desplazarse en medio de transporte público, tan sólo era un muerto más envidiando a la nubecilla verde que se alejaba rápidamente por el túnel.<br />El siguiente tren era el mío. Ahí estaba ya, deteniéndose ante nosotros, abriendo sus puertas sólo para mí. Me acerqué decidida, sin temer a lo que pudiera depararme el destino. Sin embargo, aun teniendo vía libre, una extraña energía, distinta a la que me había impedido el acceso a los vagones hasta entonces, tiraba de mí hacia atrás con tal fuerza que me era imposible entrar en el tren que no esperaba.<br />- ¡Sube! - oí que Damián le decía a Bruno. - Ella se queda aquí. Puedes ocupar su lugar.<br />No podía verle, pues se hallaba justo detrás mío, tirando con aquella fuerza inhumana, pero sí veía a Bruno, que tras titubear unos instantes, se decidió a entrar, inseguro, sin despegar la vista de nosotros, sin saber si estaba haciendo lo correcto.<br />- ¿Qué haces, imbécil? - le dije a Damián mientras intentaba zafarme.<br />- ¿Sabes? – me dijo sin soltarme. - Antes de tirarme por el puente ya sabía que mi única misión era averiguar quién eras para asegurarme de que nunca cogieras este tren.<br />En ese instante las puertas se cerraron y el tren arrancó tras lanzar un bufido, llevándose a Bruno quién sabe a dónde, dejándome tirada en aquella estación intermedia entre el mundo de los vivos y los muertos. Si hubiese podido llorar, hubiese llorado ahí mismo; si hubiese podido matar a Damián, le habría vuelto a matar. Pero se marchó en el tren siguiente, dejándome sola en aquel andén desangelado. No intenté retenerle, pero antes de que se cerraran las puertas y le perdiera de vista para siempre, le pedí que me dijera una última cosa que necesitaba saber. Y Damián, que en el fondo seguía siendo humano, me lo dijo y le vi desaparecer con una sonrisa en mi rostro desdibujado.<br />Desde ese día vago por las calles como alma en pena, entre los vivos y los no tan vivos, deambulando sin rumbo fijo mientras me repito una y otra vez esta misma historia con la esperanza de no olvidarla completamente. Pero esta ya es la versión de la versión de la versión y hay cosas de las que ya no puedo estar segura. Empiezo a dudar de que mis padres se separaran o de si realmente era administrativa. Sin embargo, hay una cosa que nunca volveré a olvidar:<br />- Alicia, te llamabas Alicia, - me había dicho Damián.<br />Y eso es lo único que me impulsa a seguir caminando en este mundo de sombras que yo misma elegí por culpa de un amor no correspondido.<br /></div></div><br /><object width="425" height="344"><param name="movie" value="http://www.youtube.com/v/CD6VgRUE1y0&hl=en&fs=1"><param name="allowFullScreen" value="true"><param name="allowscriptaccess" value="always"><embed src="http://www.youtube.com/v/CD6VgRUE1y0&hl=en&fs=1" type="application/x-shockwave-flash" allowscriptaccess="always" allowfullscreen="true" width="425" height="344"></embed></object>Nataliahttp://www.blogger.com/profile/11705646908896781809noreply@blogger.com5