PLAY. Quedé sumida en un profundo sueño y cuando volví a despertar sólo sabía que era la hora del té. A mi izquierda se sentaba una viejecilla de aspecto frágil, que se sirvió de un leve gesto para ofrecerme una infusión y unas galletas de aspecto insípido. Tenía ojos claros, una naricilla respingona y una boca muy grande cuyos labios estaban pintados de un rojo intenso. Su dentadura postiza me sonreía con dulzura y pensé que no me importaría que fuera mi abuela. A mi derecha se sentaba el viejo del bigote y gafas de la escena anterior. El periódico que su mano izquierda acababa de dejar caer al suelo estaba casi tan arrugado como su propia cara. El sonido de la lluvia que caía al otro lado de la ventana se mezclaba con el de la vieja tele, cuya pantalla nos traía anuncios de juguetes y perfumes pintados de color verde. Me dije que la Navidad debía de estar próxima y que el televisor no funcionaba bien.
- Hola Eva, ¿qué tal te encuentras hoy? - me preguntó el viejo, al que le crujieron todos y cada uno de sus huesos desgastados al agacharse para recoger el periódico. Aunque se apresurara a volver a esconderlo en la chaqueta raída que colgaba de su silla, los escasos segundos que el periódico necesitó para recorrer el trayecto entre el suelo y la chaqueta me bastaron para averiguar dos cosas: que era 16 de diciembre del año 2009 y que la NASA acababa de lanzar un telescopio espacial para realizar un mapa completo del cielo en el infrarrojo.
- ¿Eva? - insistió aquel señor clavando sus ojos en los míos.
Si hubiera podido leerme el pensamiento, habría sabido que me preocupaba el hecho de que la NASA contara con tan solo nueve meses para la misión porque ese era el tiempo en que tardaría en agotarse el refrigerante de los detectores del telescopio. De hecho, incluso llegué a abrir la boca para explicarle con todo lujo de detalle lo que deberían haber hecho para evitar el problema, pero, por suerte, mi sentido común intervino pulsando la tecla de la pausa, tras lo cual rebobiné hasta el momento en que me había formulado la pregunta y para cuando volví a darle al PLAY, fui capaz de improvisar un comentario más propio de una paciente postrada en la cama de un hospital.
- ¿Kién ez? - pregunté al viejecillo señalando a la señora de las galletas y el té. - ¿Mi havuela?
Y recuerdo que él se rió y que le faltaban dos dientes.
- No, no... Yo soy tu abuelo, - me aclaró. - Ella sólo es Sofía, mi secretaría, ¿no la recuerdas?
Sofía, que era demasiado vieja para poder ser la secretaria de nadie, nos sonrió sin decir palabra y se comió una de mis galletas. Yo me volví a dormir y en mis sueños les oí comentar algo acerca de un reajuste. Sí, eso era precisamente lo que necesitaba la tele. STOP.