Las instrucciones, escritas en un papelito morado, eran claras y concisas: ponerme la ropa cutre que había en la caja, dirigirme a un bareto retro de la pantalla 11 llamado "Tron", sentarme junto a la barra, pedir un whisky con cola, darle conversación al camarero hasta que apareciera la protagonista, soltarle la parrafada, esperar a que se fuera por la puerta verde, cobrar y largarme de allí echando leches. Parecía fácil y pagaban bien. Además necesitaba un cambio en mi vida: estaba harta de los jueguecitos de luchas en que todo se limitaba a zurrar a una pandilla de descerebrados, harta de llegar a casa con el cuerpo todo dolorido tras pasarme el día en manos de unos mocosos que no hacían más que mirarme el culo mientras yo hacía el trabajo sucio. Sí, necesitaba un curro en que hubiera que darle un poco a la lengua para que me valoraran por algo más que mi increíble físico. Así que allí estaba yo, delante del bareto cutre con letrero desvencijado. Respiré hondo y entré en él con el convencimiento de que al traspasar el umbral de aquella puerta lo que estaba haciendo en realidad era comenzar una nueva etapa de mi vida.
El interior del local era aún peor de lo que me había parecido por fuera: oscuro, sucio, decadente, con olor a fritanga. "La atmósfera está bien conseguida", pensé tratando de ser positiva. Por eso que podríamos llamar deformación profesional, de camino a la barra eché un rápido vistazo a mi alrededor para ver quiénes eran mis compañeros de juego: una mujer cuarentona con aspecto de puta estaba sentada al fondo, comiéndole el oído a un tipo canoso, vestido de traje, cuya mujer estaría esperándole en casa con la comida en el horno; un viejo sentado a la barra, se bebía una cerveza mientras seguía con la mirada a una mosca que revoloteaba a su alrededor; dos jóvenes jugaban al billar mientras charlaban en voz baja; y, finalmente, el camarero, rubio y alto, el típico musculitos con mucha fachada y azotea desamueblada, que sonrió al reconocerme desde el otro lado de la barra. “¡Vaya una mierda de pañuelo que es el mundo!” pensé mientras le dedicaba una sonrisa amplia y falsa.
"¿Tú, por aquí?" me dijo Karlos con incredulidad.
"Lo mismo podría decirte yo," repliqué mientras recordaba nuestro último encuentro, en el que tras derribarle con una doble patada, le había dejado tirado en aquel callejón oscuro lleno de zombis ansiosos por acabar mi trabajito.
“¿Es la primera vez que haces esto?” me preguntó entonces.
Asentí y mientras me servía el dichoso whisky con cola, me pregunté si realmente tendría que darle palique a Karlos porque todas las conversaciones con él desembocaban en el consabido parte metereólogico, que me sacaba tanto de quicio. Sobre todo porque aquí el tiempo no sigue los dictados de Dios, sino los del programador, que es Dios a todos los efectos, aunque ahora sea un puto informático con un título que no vale un duro. A veces hacíamos apuestas para ver cuánto tardaría Karlos en sacar el tema del tiempo, gran recurso para un tipo simple como él. Su récord estaba en ocho segundos.
Nueve, diez, once, doce, trece, catorce, quince...
“Me parece que esta noche va a nevar en Casablanca... Increíble, ¿no?”
“¡Dieciseis segundos!!” me dije mientras él seguía haciendo un repaso al pronóstico del tiempo para Marruecos en los próximos diez días. El viejo de la cerveza, sentado dos taburetes a mi izquierda, torció el gesto y sacó un periódico arrugado de uno de los bolsillos de su chaqueta. Tras demostrar su gran habilidad al transformar aquel amasijo de papel en una porra, se lió a golpes con la mosca, que insistía en tentar al destino realizando peligrosas maniobras de vuelo en torno a su verdugo. Más allá del viejo, de aquella estúpida mosca y de la barra, estaba la puerta verde, por la que la protagonista haría su mutis. Pero eso sería después de que entrara por la puerta de la calle, después de que le soltara mi dichosa parrafada para poder cobrar y perder de vista a Karlos, al que ya tenía ganas de darle una buena zurra. Pero no, nada de zurras. Aquello no era un juego violento, sino una pacífica e instructiva aventura gráfica.
"Está tardando demasiado..." comentó el viejo refiriéndose a Monika, la protagonista de aquella historia en la que no éramos más que los típicos personajes de relleno. A continuación se volvió hacia a mí, obsequiándome con una enorme sonrisa desdentada, al tiempo que me enseñaba el cadáver de la mosca estampado contra las noticias de deporte.
"No sé," dijo Karlos sirviéndole otra cerveza. "Quizás se haya liado con el rompecabezas de la pantalla 8..."
Sí, lo admito. Me había enrollado una vez con Karlos. Pero solamente una. Fue esa vez en la que nos metimos en uno de esos juegos "online" donde te movías a tus anchas por un mundo entre lo fantástico y lo medieval. Una auténtica pasada de sitio en que podías ir cumpliendo tus misioncillas o participar en batallas encarnizadas que enfrentaban a dos grandes bandos enemistados. Lamentablemente Karlos y yo nos habíamos unido al de los Buenos, que eran muy numerosos pero estaban super desorganizados. Aquel día nos dieron una paliza de muerte. No hacían más que mandarnos al cementerio convertidos en semimuertos, luego venía el rollo de la resucitación y el largo camino de vuelta al campo de batalla para seguir luchando. Aburridos de tanto paseo, decidimos enrollarnos en el cementerio para hacer tiempo, con la esperanza de que nuestros colegas no nos echaran de menos. En fin, fue un rollo de una noche. Ni yo era su tipo, ni él daba la talla. Aquello nos distanció un poco, la verdad. De hecho, cuando días más tarde le dejé en aquel callejón con los zombis pensé que no volveríamos a vernos. Y, sin embargo, allí estábamos los dos de nuevo. ¡Vaya suerte la mía!
"Pues espero que no tarde mucho," comentó uno de los jóvenes del billar, que se había acercado a la barra para pedir un vaso de limonada. "Porque yo tengo partido de baloncesto dentro de dos horas."
"Si te vas, ya sabes..." intervino la puta desde su rincón. Porque aquí cobraba sólo el que se quedaba hasta el final, ya sea porque el jugador consiguiera traer a Monika hasta nuestra pantalla, ya sea porque dejara el juego y nos dieran vía libre para largarnos de allí. La mujer acercó su enorme culo hasta la barra y le pidió a Karlos dos tónicas de malas maneras. De modo que el camarero, harto de tanta tontería, le dijo que se las sirviera ella misma, que a él no le pagaban para servir a imbéciles. Con lo que el tipo del traje, bastante alterado, se acercó para enterarse de por qué le hablaban en ese tono a su chica. Los ánimos empezaban a caldearse en aquel antro y pensé que como provocaran a Karlos, éste era capaz de armar una buena. Cuando apareciera la prota se encontraría en medio de una batalla campal y aquello ya no parecería ninguna de esas insulsas aventuras gráficas aptas para todos los públicos. A Dios se le caería el pelo...
Cuando miraba a mi alrededor buscando algún objeto contundente con que aporrear a aquel estúpido que estaba a punto de agredir a Karlos, la puerta de la entrada se abrió de par en par dejando paso a Monika, una joven esbelta de pelo largo y castaño. Se produjo un breve momento de pánico en el que todos nos apresuramos a ocupar nuestros puestos: la puta y el otro volvieron a su rincón, los chicos al billar, el viejo a la cerveza, la mosca y el periódico a la basura, Karlos y yo de vuelta a nuestra conversación insípida.
Monika, vestida con una camiseta roja muy chula y una minifalda gris, se sentó entre el viejo y yo. Pidió a Karlos un tercio de cerveza y, sin más, se puso a coquetear con él... Vamos, que no sólo pasaba olímpicamente de mí y de mi parrafada, sino que se lo estaba ligando ante mis narices. Animado por el interés que despertaba en la chica, Karlos se lió a hacer chistes sobre el Calentamiento Global o el nuevo satélite metereólogico europeo. Ella reía sus gracias y yo pensé que no estaría entendiendo nada, pero la cuestión era ligárselo a toda costa.
Sí, para qué seguir negándolo, yo estaba locamente enamorada de Karlos, desde mucho antes de lo del cementerio. Me dolió que aquello no significara nada para él y por eso le di aquella paliza en el callejón de los zombis. Cuando le dejé ahí, medio muerto, desee que sufriera con cada mordisco que le dieran. Porque eso no dolería ni la mitad de lo que me dolía su indiferencia. Después supe que tras aquella paliza, había decidido pasarse a las aventuras gráficas y vine tras él. Me daba igual que fuera un auténtico gilipollas o que como luchador fuera pésimo... Simplemente era el único capaz de llenar mi barrita de amor. Y como ésa siguiera tonteando con él, iban tener que reconstruirla entera.
"Perdone, señorita," dijo el viejo interrumpiendo a Karlos. "¿Qué hace Ud aquí? ¿Dónde está el jugador?" Tras lo cual el tiempo pareció detenerse en aquel sitio, pues todos nos volvimos hacia ella, comprendiendo que algo no nos cuadraba en aquella historia.
"¡Ah, ése!" dijo ella. "Le he dejado en la pantalla 8, tratando de resolver el dichoso rompecabezas. Me he aburrido de esperar, ¿sabeis? Le sugerí que buscara alguna ayuda en internet, pero estaba empeñado en resolverlo el solito. ¡Qué le den!"
Así que venía a darnos la paliza porque se aburría. Sin importarle lo que pasaría cuando el jugador resolviera el problema y se encontrara con que su personaje estrella se había largado de la pantalla dejándole solo allí. Todos empezamos a hablar al unísono, sorprendidos por aquella falta de profesionalidad, aquella ligereza con la que se tomaba su trabajo y el de los demás. Insistimos en que volviera a su pantalla, pero ella dale que no.
"Bueno," dijo poco después, como recapacitando. "Volvería si el camarero me acompañara."
Aquello ya fue el no va más. Simplemente perdí el control. Me ensañé con ella como no lo había hecho antes: patada triple, puñetazo largo, doble mortal, tirabuzón, llave inglesa... Al final no sabías donde acababa el rojo de la camiseta y donde empezaba el de su sangre. Mi transformación en aquella máquina de matar había sido tan rápida que nadie había tenido tiempo de reaccionar. Cuando quisieron darse cuenta, la víctima yacía inmóvil en el suelo, su barrita de salud hecha añicos. Pensé que si el jugador acertaba a pasar por el local, que parecía haber sido arrasado por un tornado, ni siquiera podría reconocer a Monika, cuyos restos se amontonaban junto al viejo, el único empeñado en quedarse para cobrar. Los del billar me pidieron un autógrafo y se fueron con la puta al juego del baloncesto; el tipo del traje volvió a su casa, donde le esperaban su mujer y la cena... Karlos, extrañamente silencioso mientras veía alejarse a todos calle abajo, tenía esa típica cara estreñida que ponía cuando su cabecita trataba de encadenar varias ideas. Cuando por fin pareció iluminársele alguna lucecita, me miró de reojo y haciendo acopio de valor me preguntó:
"¿Qué te pasó allí dentro? ¿Eso fue un ataque de celos o qué?"
¿Pero sería imbecil? ¿Celosa yo por qué? ¿Acaso se creía que por darme un poco de conversación ya me tenía en el bote? Pero, ¿por quién me tomaba? Si yo sólo me había pasado al rollo de las aventuras gráficas para perderle de vista... "¡Anda ya!" terminé diciéndole mientras le daba una palmadita en el hombro para quitarle la tontería de la cabeza. Entonces sonrió más tranquilo y sugirió que volviéramos a aquella especie de "Tierra Media" para enrolarnos en alguno de aquellos ejércitos en guerra permanente. Sí, ¿por qué no? Pero sólo si nos uníamos al bando de los Buenos, que igual una cosa llevaba a la otra y terminábamos repitiendo la escena del cementerio.
"Creo que va a haber tormenta," me dijo Karlos mientras acelerábamos el paso para salir de allí.
Y aquella vez tenía razón, porque no había duda de que cuando Dios se enterara de la que acabábamos de armar en la pantalla 11, iban a caer rayos y truenos sobre aquel barrio que no conocía el mal tiempo. Pero no íbamos a estar allí para verlo, pues pronto dejamos atrás el insulso mundo de las aventuras gráficas y nos internamos en uno menos instructivo y pacífico, pero mucho más acorde a nuestro diseño. Mi barrita de amor volvía a subir al ritmo de los latidos de mi corazón.