7 de febrero de 2008

Se busca se busca

Foto por Splorp (CC Some Rights Reserved)

La entrevista de trabajo me la hizo un tipo disfrazado de duende calvo. Tratándose del martes de carnaval, me pareció algo bastante ocurrente, pero no por eso dejaba de estar totalmente fuera de lugar. Tras sobreponerme a aquella primera impresión, dibujé una amplia sonrisa en mi rostro oculto bajo una gruesa capa de maquillaje. Después de todo, quién era yo para juzgarle: yo también llevaba disfraz. Era una abogada recién licenciada haciéndose pasar por la secretaria trilingüe del anuncio. No cumplía absolutamente ninguno de los requisitos del puesto, pero cuando algo se me metía en la cabeza, no había quién me detuviera. Era como un tren a toda marcha, dispuesto a todo con tal de llegar puntual al destino. Antes de salir de casa me había mirado un momento al espejo: estaba auténticamente arrolladora. Con sólo poner algo de dramatismo al guión, que yo misma había confeccionado, no cabía duda de que el papel sería mío.
La conversación tuvo lugar en una oficina cochambrosa de un barrio descolorido a las afueras. El edificio, que era una auténtica ruina, despedía un intenso olor a moho poco saludable. No tenía siquiera ascensor, por lo que tuve que subir las tres plantas a pie. Cuando el duende me abrió la puerta con el gesto torcido, yo aún no había recuperado el aliento. Se apresuró a aclararme que las oficinas estaban a punto de ser reformadas. "Descuide, señorita, somos conscientes de que nadie podría trabajar bajo estas condiciones". Me hizo pasar a una sala poco iluminada, donde había una mesa y dos sillas con cierto aire sueco. Una chica bajita, casi diminuta, que apareció de la nada, me preguntó si quería un café. Cuando le dije que no, simplemente se desvaneció. El tipejo empezó por hacerme los comentarios habituales para romper el hielo, tipo vaya tiempo de locos que hace o interesándose por saber si había tenido dificultades para encontrar la dirección. Mientras le contestaba tratando de ser cortés, él sacó de su bolsillo una bola de papel que resultó ser mi currículum. Le echó un rápido vistazo para saber con quién se las estaba viendo y atacó con el tema de los idiomas. "Porque todas me dicen que son trilingües, señorita, pero hasta ahora no he visto a ninguna con tres lenguas". Le miré con cara de póker y le respondí que iba a tener que arreglárselas sólo con una, pues las otras dos se habían unido a la huelga de guionistas de Hollywood. Tras dar ese tema por zanjado, saltó al capítulo de mi formación académica y experiencia laboral. Pero ahí tampoco me iba a pillar: me lucí de lo lindo adornando cada detalle de mi casi nula vida profesional que, con un poco de imaginación, resultaba hasta atractiva. A esas alturas ya casi le tenía en el bolsillo. Luego derivamos hacia temas filosóficos: que si eficacia o eficiencia, que si clientes o proveedores, que si PP o PSOE... Unos minutos después ya parecíamos conocernos de toda la vida.
Me explicó a grandes rasgos a qué se dedicaba la empresa y me invitó a que le preguntara sobre el puesto que ofrecían. Quise saber a qué se referían con "dispuesta a viajar", pues yo a lo único que estaba dispuesta era a viajar hasta la oficina todos los días. Esto pareció resultarle muy gracioso, pues le entró un ataque de risa al que sólo pudo sobreponerse tras unos largos minutos de carcajadas incontenidas. Cuando recuperó la serenidad, me dijo: "Lo importante es que esté disponible las 24 horas del día, nunca se sabe a qué hora puede entrarle a uno la inspiración para escribir un fax". Me explicó que tras los primeros meses de prueba, me harían una pequeña subida de sueldo. "Pero no se haga ilusiones, será poca cosa" me soltó. Y que nada de contratos: "Odio el papeleo. La burocracia es lo que ha hundido a este país". Antes de marcharme, me preguntó si me seguía interesando el puesto. "Sí, claro" le contesté con una sonrisa encantadora. Cualquier cosa con tal de incorporarme al mercado laboral, de convertirme en una mujer emancipada a base de sacar fotocopias, enviar faxes, preparar cafés, atender llamadas desde un teléfono naranja, hacer pequeños recados para grandes propósitos... Según iba bajando las escaleras, me fui despojando del disfraz de abogada en paro para descubrir, ante mi propia sorpresa, que estaba hecha una auténtica secretaria con tres lenguas y todo. "¡Eh, oiga!" me dijo una enana disfrazada de niña cuando ya había alcanzado la puerta de la calle. "¿No habrá visto a un duende calvo por aquí? Me había prometido un ocho en física, ¿sabe? Pero ni siquiera he conseguido un aprobado. ¡Ese me las va a pagar!" Sin dignarme a contestarle salí a la calle, donde me confundí entre la multitud hasta desvanecerme. Ya bastaba de carnaval por hoy.

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