Foto por Carol Esther (CC Some Rights Reserved)
El modelo TCI-0856 fue una auténtica cagada desde el principio. Ya nadie duda hoy día de que nunca debería haberse diseñado, de que el prototipo no tendría que haberse construído. Tampoco debió autorizarse su fabricación a gran escala y menos aún su salida al mercado, con la subsiguiente llegada a los hogares de los inocentes consumidores. Esta desdichada cadena de acontecimientos pronto se tradujo en el desastre de nefastas consecuencias que, por desgracia, todos conocemos. Aunque la retirada del producto fuera inmediata, el daño ya estaba hecho. De ahí nuestro empeño, queridos amigos, en la fiel documentación de los hechos para que las generaciones futuras aprendan de nuestros errores y eviten repetirlos.
Este robot de aspecto tan inofensivo fue obra de la mente retorcida del archifamoso Dr Gruber, borracho empedernido desde que casualmente descubriera la infidelidad de su esposa. Transcurridos unos meses tras el sonado divorcio, del que se hizo eco toda la prensa del corazón, el asunto pareció caer en el olvido. Pero ese no fue más que el comienzo de la tragedia. Una noche torrida de agosto, después de una cena copiosa que le produjo un terrible dolor de estómago, Gruber tuvo un breve momento de lucidez en el que se percató de que su casa era una auténtica pocilga. En lugar de ponerse a limpiar, como hubiese hecho cualquier venusiano con dos dedos de frente, este elemento, un auténtico vago por naturaleza, decidió crear una de sus aberraciones cibernéticas para evitar a toda costa el desempeño de las nobles tareas domésticas. Tras ingerir varios litros de vodka importado de Siberia, gran fuente de inspiración para todo científico que se precie, se dirigió a su laboratorio, donde permaneció varios días encerrado, tras los cuales su proyecto se materializó en un informe de 286 páginas llenas de detalles técnicos muy precisos para la construcción de un perfecto robot-criado. Ni corto ni perezoso, Gruber presentó este proyecto en la fábrica de juguetes de su pueblo, cuyo Jefe de Almacén, que sustituía al Director Técnico durante sus merecidas vacaciones en Marte, dió el visto bueno sin pensarlo dos veces. El pobre hombre no tenía ni idea de qué iba aquello, pero había quedado tan impresionado por los dibujillos de Gruber, que no tuvo duda alguna de que, fuera lo que fuese, tenía que ser bueno. En apenas dos días, el prototipo ya daba sus primeros pasitos por la cocina de Gruber, poco después su casa era un ejemplo de orden y limpieza (tardó varios días en asimilar que los azulejos del baño habían sido alguna vez amarillos). Cuando Sánchez, el Director Técnico, se incorporó al trabajo, el TCI-0856, que ya era una realidad, se estaba fabricando a gran escala sin haber pasado ningún tipo de control de calidad ni nada que se le pareciera. Evidentemente se llevó las manos a la cabeza y fue a pedir explicaciones al Director General, que estaba demasiado ocupado con su Torneo de Golf como para preocuparse de semejantes cuestiones. Además el Departamento Comercial ya se había gastado una auténtica pasta en una mega campaña que garantizaba el éxito del nuevo producto, fuera lo que fuese aquello. Dar marcha atrás ya era algo impensable.
Todo el mundo se compró un TCI-0856 sin plantearse siquiera si era necesaria su adquisición. Simplemente había que tenerlo. Sin embargo, el producto era una auténtica chapuza y las críticas no se hicieron esperar. Poco después llegó el aluvión de quejas de los usuarios: que si mi TCI no me sabe lavar la ropa, que si cocina fatal, que si se empeña en limpiar la moqueta con fregona... Y las cosas incluso empeoraron: que si se niega a quitar el polvo, que si se atreve a tutearme, que si me discute sobre la marca del detergente... Y ya el colmo: que si me insulta, que si duerme hasta tarde y me dice que limpie yo, que si no me deja ver el partido de fútbol porque hay una peli de vaqueros en otro canal, que si quiere dejar el mundo de la limpieza para convertirse en un famoso de la tele... A lo que evidentemente siguieron las devoluciones. Es decir, eso para los que se dejaron. Porque muchos de estos robots, que ya se estaban organizando en sindicatos, ya hablaban de "derechos" y se habían negado en rotundo a que les volvieran a empaquetar.
La empresa juguetera que lanzó el producto al mercado no pudo hacer frente a los gastos derivados de este fracaso, así que tuvo que declararse en suspensión de pagos. Cuando quisieron pedirle cuentas a Gruber, este ya había desaparecido sin dejar rastro. Hasta el Director General pareció verse afectado por la situación, perdiendo la concentración en su juego. Era incapaz de hacer ningún hoyo bajo par, e incluso en un día especialmente malo, su golpe salió tan desviado que su pelota fue directa al ojo del Ministro de Asuntos Interplanetarios, que tuvo que ser trasladado de inmediato al hospital más cercano, donde permaneció ingresado durante varios días. Entonces los hechos se precipitaron. El inepto que le sustituyó en el encuentro amistoso con altos mandatarios del Sistema Solar acabó enzarzándose en una pelea con su homológo plutoniano, que dió lugar a la ruptura unilateral de relaciones diplomáticas con este planeta. El Gobierno Venusiano lanzó entonces una campaña con el fin de borrar a Plutón del Sistema relegándole a la categoría de planeta menor. Evidentemente los plutonianos no podían dejar las cosas así, de modo que estalló una larga guerra que se ganó a costa de muchas bajas en ambos bandos. Pero el mayor número de bajas no se produjo en las batallas espaciales, sino en nuestro propio suelo. En ausencia de los jóvenes soldados, los TCI creyeron contar con la ventaja que necesitaban para hacerse con el control de nuestras ciudades. Ahí se inició la verdadera lucha por salvaguardar nuestros hogares, en la que los protagonistas fueron las mujeres, niños y ancianos que pensábamos que se encontraban a salvo lejos del campo de batalla. Los TCI, que habían demostrado tener tan pocas aptitudes para los trabajos domésticos, resultaron ser unos auténticos maestros en el arte de la guerra. Sólo la tenacidad del pueblo venusiano, constituído en guerrillas, logró evitar la victoria aplastante de los robots y resistir hasta que nuestro ejército diezmado regresara para salvarnos. En cuanto a los escasos TCI que sobrevivieron a este ataque, fueron reciclados convirtiéndose en tostadoras para coleccionistas.
Nuestras relaciones con Plutón nunca han sido las mismas desde entonces. Pero a quién le importa, si ya ni siquiera es un planeta.
Este robot de aspecto tan inofensivo fue obra de la mente retorcida del archifamoso Dr Gruber, borracho empedernido desde que casualmente descubriera la infidelidad de su esposa. Transcurridos unos meses tras el sonado divorcio, del que se hizo eco toda la prensa del corazón, el asunto pareció caer en el olvido. Pero ese no fue más que el comienzo de la tragedia. Una noche torrida de agosto, después de una cena copiosa que le produjo un terrible dolor de estómago, Gruber tuvo un breve momento de lucidez en el que se percató de que su casa era una auténtica pocilga. En lugar de ponerse a limpiar, como hubiese hecho cualquier venusiano con dos dedos de frente, este elemento, un auténtico vago por naturaleza, decidió crear una de sus aberraciones cibernéticas para evitar a toda costa el desempeño de las nobles tareas domésticas. Tras ingerir varios litros de vodka importado de Siberia, gran fuente de inspiración para todo científico que se precie, se dirigió a su laboratorio, donde permaneció varios días encerrado, tras los cuales su proyecto se materializó en un informe de 286 páginas llenas de detalles técnicos muy precisos para la construcción de un perfecto robot-criado. Ni corto ni perezoso, Gruber presentó este proyecto en la fábrica de juguetes de su pueblo, cuyo Jefe de Almacén, que sustituía al Director Técnico durante sus merecidas vacaciones en Marte, dió el visto bueno sin pensarlo dos veces. El pobre hombre no tenía ni idea de qué iba aquello, pero había quedado tan impresionado por los dibujillos de Gruber, que no tuvo duda alguna de que, fuera lo que fuese, tenía que ser bueno. En apenas dos días, el prototipo ya daba sus primeros pasitos por la cocina de Gruber, poco después su casa era un ejemplo de orden y limpieza (tardó varios días en asimilar que los azulejos del baño habían sido alguna vez amarillos). Cuando Sánchez, el Director Técnico, se incorporó al trabajo, el TCI-0856, que ya era una realidad, se estaba fabricando a gran escala sin haber pasado ningún tipo de control de calidad ni nada que se le pareciera. Evidentemente se llevó las manos a la cabeza y fue a pedir explicaciones al Director General, que estaba demasiado ocupado con su Torneo de Golf como para preocuparse de semejantes cuestiones. Además el Departamento Comercial ya se había gastado una auténtica pasta en una mega campaña que garantizaba el éxito del nuevo producto, fuera lo que fuese aquello. Dar marcha atrás ya era algo impensable.
Todo el mundo se compró un TCI-0856 sin plantearse siquiera si era necesaria su adquisición. Simplemente había que tenerlo. Sin embargo, el producto era una auténtica chapuza y las críticas no se hicieron esperar. Poco después llegó el aluvión de quejas de los usuarios: que si mi TCI no me sabe lavar la ropa, que si cocina fatal, que si se empeña en limpiar la moqueta con fregona... Y las cosas incluso empeoraron: que si se niega a quitar el polvo, que si se atreve a tutearme, que si me discute sobre la marca del detergente... Y ya el colmo: que si me insulta, que si duerme hasta tarde y me dice que limpie yo, que si no me deja ver el partido de fútbol porque hay una peli de vaqueros en otro canal, que si quiere dejar el mundo de la limpieza para convertirse en un famoso de la tele... A lo que evidentemente siguieron las devoluciones. Es decir, eso para los que se dejaron. Porque muchos de estos robots, que ya se estaban organizando en sindicatos, ya hablaban de "derechos" y se habían negado en rotundo a que les volvieran a empaquetar.
La empresa juguetera que lanzó el producto al mercado no pudo hacer frente a los gastos derivados de este fracaso, así que tuvo que declararse en suspensión de pagos. Cuando quisieron pedirle cuentas a Gruber, este ya había desaparecido sin dejar rastro. Hasta el Director General pareció verse afectado por la situación, perdiendo la concentración en su juego. Era incapaz de hacer ningún hoyo bajo par, e incluso en un día especialmente malo, su golpe salió tan desviado que su pelota fue directa al ojo del Ministro de Asuntos Interplanetarios, que tuvo que ser trasladado de inmediato al hospital más cercano, donde permaneció ingresado durante varios días. Entonces los hechos se precipitaron. El inepto que le sustituyó en el encuentro amistoso con altos mandatarios del Sistema Solar acabó enzarzándose en una pelea con su homológo plutoniano, que dió lugar a la ruptura unilateral de relaciones diplomáticas con este planeta. El Gobierno Venusiano lanzó entonces una campaña con el fin de borrar a Plutón del Sistema relegándole a la categoría de planeta menor. Evidentemente los plutonianos no podían dejar las cosas así, de modo que estalló una larga guerra que se ganó a costa de muchas bajas en ambos bandos. Pero el mayor número de bajas no se produjo en las batallas espaciales, sino en nuestro propio suelo. En ausencia de los jóvenes soldados, los TCI creyeron contar con la ventaja que necesitaban para hacerse con el control de nuestras ciudades. Ahí se inició la verdadera lucha por salvaguardar nuestros hogares, en la que los protagonistas fueron las mujeres, niños y ancianos que pensábamos que se encontraban a salvo lejos del campo de batalla. Los TCI, que habían demostrado tener tan pocas aptitudes para los trabajos domésticos, resultaron ser unos auténticos maestros en el arte de la guerra. Sólo la tenacidad del pueblo venusiano, constituído en guerrillas, logró evitar la victoria aplastante de los robots y resistir hasta que nuestro ejército diezmado regresara para salvarnos. En cuanto a los escasos TCI que sobrevivieron a este ataque, fueron reciclados convirtiéndose en tostadoras para coleccionistas.
Nuestras relaciones con Plutón nunca han sido las mismas desde entonces. Pero a quién le importa, si ya ni siquiera es un planeta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario