3 de enero de 2009

Pulsa el Botón


Recuerdo aquella noche como si fuera ayer. Mi padre irrumpió en mi habitación, donde mi hermana y yo dormíamos plácidamente, y, sin mediar palabra, me incorporó y empezó a hurgar en mi cabeza. Yo estaba aún dormida y no entendía nada. A esto que llegó mi madre y empezó a decirle que qué estaba haciendo con la niña (es decir, yo), que qué horas eran aquellas para entrar en nuestro cuarto a molestar. La voz estridente de mi madre acabó por despertarme del todo, pero yo seguía sin comprender. Tenía sólo 8 años.
- ¡Aquí está! - exclamó mi padre de repente.
Entonces mi madre se acercó a mí y al verlo pegó tal grito que consiguió que mi hermana pequeña se despertara también. Sí, aquella fue la noche en que encontraron mi botón, agazapado tras la oreja izquierda.
Si mi padre hubiese sido un poco más listo, se lo hubiera callado, pero le pudo el sentido del deber, el afán de popularidad, o yo qué sé. La cuestión es que apenas dos días después, se lo llevó la poli en un coche negro y grande como a Donald Sutherland en el vídeo de "Cloudbusting". Desde entonces yo siempre imaginaba que era como Kate Bush, lamentando la pérdida de su padre. Sólo que Sutherland había inventado una máquina para hacer lluvia y mi padre sólo había descubierto que algunos teníamos un estúpido botón en la cabeza.
- Mira, Gloria, - me dijo mi madre una mañana. - No sabemos lo que es, pero si se han llevado a tu padre, debe de ser peligroso. No lo toques, no hables con nadie de ello, olvida que existe.
De hecho, en las semanas que siguieron desaparecieron varios niños del colegio y aunque había explicaciones muy coherentes para cada una de sus sillas vacías, en mi fuero interno yo sabía que habían encontrado sus botones. El mío, sin embargo, permanecía escondido tras la oreja y yo hacía grandes esfuerzos por negar su maldita existencia. Me hacía diferente a los demás y yo no quería serlo. Quería reir como ellos, jugar, hablar de las tonterías habituales a mi edad... Pero por más que lo intentara, el dichoso botón seguía estando allí cada vez que me rascaba la oreja izquierda. Y por si aquello no fuera suficiente, tenía una hermanita a la que le encantaba meter el dedo en la llaga: había cogido la mala costumbre de cantar una cancioncilla de su propia cosecha, cuyo estribillo machacón repetía: "Gloria es un robot. Pulsa el botón, pulsa el botón."
Con mi adolescencia llegó esa etapa de rebeldía en la que comencé a hacerme preguntas: ¿Para qué era el botón? ¿Quién lo había puesto allí? ¿Por qué nos perseguían? ¿Había llegado el Hombre a la Luna? ¿Lograría Obama solucionar los problemas de su país? Tenía que saber. Y le pregunté a Google, que era como preguntarle a Dios, y Él no sólo me confirmó que había más como yo, sino que se juntaban en foros con nombres tan poco discretos como "Los Chicos del Botón" o "Púlsalo y verás". Tras intercambiar un par de mails con elllos, me animé a conocerlos personalmente.
Entonces descubrí tres cosas: 1/ que yo era la única pringada que no se había atrevido a pulsar su propio botón, 2/ que dependiendo del sujeto, el botón pulsado realizaba acciones muy distintas, 3/ que las acciones que resultaban de pulsarlo solían ser auténticas gilipolleces. Conocí a varias personas cuyos botones accionaban las lavadoras; otras usaban el botón como mando a distancia de la tele; un tercer grupo bastante numeroso tenía un botón que servía para reiniciar el ordenador.
- Pero entonces, - le pregunté a Saúl, un chico pelirrojo cuyo botón fundía las bombillas. - ¿Para qué tanto secretismo? ¿Por qué nos persiguen, si estos botones son tan inútiles como inofensivos?
- Hay varias teorías al respecto, - me dijo bajando el tono de su voz hasta que apenas fue audible. - Creemos que buscan El Botón con mayúsculas, uno que los acciona a todos y podría acabar con el mundo tal como lo conocemos. Algo así como el Anillo de Poder en “El Señor de los Anillos”... Imagínate por un momento que el botón pudiese acabar con las guerras en el mundo. ¿A qué Gobierno podría interesarle eso?
Así que cuando me preguntó para qué servía el mío, tuve que improvisar una mentira y le dije que quitaba el color de la tele. A Saúl le pareció muy gracioso, pero a mí no me hizo ni pizca de gracia: una vez más me encontraba con que era distinta a los demás y me sentí más sola que antes porque ni siquiera era como Saúl y los otros. ¿Y si mi botón era ese anillo del que hablaban? ¿Qué pasaría si un día lo accionaba sin querer? Y si me descubrían, ¿qué harían conmigo?
Fue más o menos por entonces cuando tuvimos noticias de mi padre, después de casi diez años. Fueran cuales fuesen los motivos por los que le habían condenado, consideraron que ya había cumplido su pena. Regresó a casa una noche lluviosa y me pareció más pequeño que la última vez que le habíamos visto. Mi madre le recibió con cierta frialdad, pero mi hermana y yo, que nos alegrábamos de recuperar a nuestro padre, corrimos a abrazarle y los tres lloramos de alegría.
Hasta el tercer día de su vuelta, no me atreví a sacar el tema del botón. Esperé a que nos quedáramos solos en casa y entonces le dije:
- Papá, he conocido a más gente con botón. Pero no hacen más que cosas inútiles... ¿Es cierto que hay uno especial y que el Gobierno lo busca para usarlo con fines maléficos?
Mi padre levantó la mirada del periódico que estaba leyendo y entonces supe que no tenía ni idea de lo que le estaba hablando. Simplemente no conservaba ningún recuerdo al respecto. Le habían lavado el cerebro o a saber qué. Se encogíó de hombros y siguió leyendo el periódico con la sonrisa estúpida que caracteriza a los ignorantes.
Esa misma noche quedé con Saúl y le conté todo, porque estaba harta de tantos años de secretos. Entonces los dos nos miramos en silencio y finalmente le dejé ver mi botón.
- ¿Estás segura? - me dijo acercando su mano temblorosa a mi oreja izquierda.
- Pulsa el botón y que sea lo que Google quiera.
De modo que lo pulsó y no pasó absolutamente nada. No hubo ni un terremoto, ni una bomba, ni siquiera un apagón... Nada de nada. Esperamos largo rato, pero sólo oímos a lo lejos los ecos de una tormenta que se aproximaba. Pero las tormentas eran algo habitual en aquella época del año. Cuando nos despedimos, me dio un beso en la mejilla, no sabía si porque le gustaba o para darme ánimos. Sin embargo, no había nada que pudiera consolarme. Mi padre había perdido la memoria, yo había vivido angustiada por nada y mi botón era una auténtica mierda.
Cinco días después de accionar el botón, empecé a pensar que estaba equivocada. No había dejado de llover desde que Saúl pulsara mi botón. Al sexto día fue él mismo quien me llamó.
- ¿Has probado a volver a pulsarlo a ver si deja de llover? Mañana queremos hacer una barbacoa y sería una pena tener que cancelarla.
Y, efectivamente, al volver a pulsar el botón, dejó de llover. La barbacoa de Saúl fue un exitazo.

Muchas veces me quedo mirando a mi padre en silencio mientras lee el periódico en la cocina y suelo pensar que al final se parecía mucho más a Sutherland de lo que yo jamás hubiese sospechado. Había llegado a tener una máquina de hacer lluvia en sus manos, pero entonces se lo llevaron en aquel coche negro y de algún modo nunca volvió a bajar de él. En lo que a mí se refiere, ya no estoy sola. Saúl y yo hemos montado un foro llamado “La Comunidad del Botón” y no cejamos en el empeño de encontrar ese botón especial que podría acabar con las guerras en el mundo. Y rogad vosotros, simples mortales “desbotonados”, por que demos con él antes que cualquier gobierno. Porque en ese caso, sólo cabría decir un triste “qué Google nos coja confesados”.


8 comentarios:

Alex dijo...

Yo quiero tocar tu botón!

Natalia dijo...

¡Ay!! ¡Qué chisposo!!!

Allek dijo...

feliz 2 mil 9..
mucha tinta.. y Paz-ciencia..

Natalia dijo...

Hola, ¿de dónde sales tú?? Feliz Año y bienvenido :)

Rose Kavalah dijo...

una vez más...
Si tuviera sombrero me lo quitaba.

En serio, que encanto.


p.d.: cuando puedas coméntame cómo va eso del cuento semanal, que en cuanto pase los examenes y tenga tiempo me daré un voltio a ver que tal.

un saludo

Natalia dijo...

Me alegra que te haya gustado. Intentaré mandarte un mail vía yolje en un ratín. Si no te llega, pues dame un toque cuando acabes los exámenes.

Jordim dijo...

Me uno al primer comentario. Sigo pasando por el blog; sigue en ello, cada vez mola más..

Natalia dijo...

Sí, vosotros pulsad botones... A mí que me muerda el vampiro Bill :) Me alegra que pases por aquí, Jordi. Un saludo.