6 de enero de 2011

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Este es el capítulo 3

Recuerdo la primera vez que me miré al espejo. La enfermera González, que me pidió que la llamara Pilar, me había prestado uno que escondía en su enorme bolso rojo, de donde también había sacado una foto de familia que me tendió para que viera. Allí lucía una falda negra, una blusa rosa y una amplia sonrisa que le daban un aspecto más joven y algo más atractivo. Posaba delante de una casa de ladrillos rojos junto a tres niños rechonchos y un marido con un agujero por cabeza. Me explicó que se la había recortado el día en el que él le había pedido el divorcio porque había conocido a otra. Me confesó que desde entonces dedicaba la mitad de su tiempo libre a pensar en cómo fastidiarle. Ya le había quitado la casa, la custodia de los hijos... y ahora andaba detrás del apartamento en la playa. La otra mitad del tiempo la invertía en buscar a alguien que se conformara con ella.
- Porque a esta edad y con este cuerpo, no puedes aspirar a otra cosa... - me dijo al tiempo que espachurraba los michelines a la altura de su cintura para dar más énfasis a su afirmación.
Y sin más preámbulos se lió a describirme con todo lujo de detalles su experiencia con una página de contactos gracias a la cual ya había tenido varias citas, pero para entonces mi atención ya se había desviado hacia el estudio de mi propio rostro en el espejito que sostenían mis manos temblorosas. Recuerdo que estuve a punto de dejarlo caer al suelo. No sólo porque tenía que enfrentarme al hecho de que mi propia cara no me sonaba de nada, sino también porque por un momento dudé de si me encontraba ante un chico afeminado o una chica muy poco femenina. Incluso tuve que mirar debajo de mi camisón para cerciorarme de que no me habían llamado "Eva" para gastarme una broma pesada.
- ¿Qué te pasa? - dijo Pilar interrumpiendo su parloteo al percatarse de que no la estaba escuchando.
- ¿Zienpe e zido azín? - le pregunté sin poder decidir si me gustaba mi propia cara o no.
- Sí, claro, - me contestó ella desprendiendo un aliento a café y chicle de fresa. - Aquí todavía no hacemos la cirugía estética, guapa.
Tenía una cara alargada y pálida salpicada de pecas, ojos verdes escoltando a una nariz afilada y cabello muy corto de color castaño. Mi boca, ni muy grande ni muy pequeña, escondía una dentadura casi perfecta. La abrí para preguntarle algo más a la enfermera, pero ésta ya se había marchado dejándonos solas en la habitación. A mí y a la tele desajustada, que seguía con su eterno parloteo y su mundo de color verde.
- ¿Kién zoi?
Pero la chica flaca del espejo no sabía la respuesta. Y yo tampoco. Me quedé dormida con otro "cataclak".

3 comentarios:

Alex dijo...

Joooooo! que corto! Me sabe a poco. Estoy todo intrigado sobre como ha ido a parar ahí ;-)
Gracias escritora!

Natalia dijo...

Gracias, Alex. No me parece que sea para tanto, pero se agradece el entusiasmo ;-)

dabid dijo...

Lo de mirar debajo del camisón es un toque genial, me ha encantado.