2 de febrero de 2011

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El doctor García, que siempre parecía estar igual de mal afeitado y sudoroso, venía a visitarme todas las mañanas al acabar su ronda matutina por las habitaciones de mis vecinos. Me lo imaginaba preguntándoles siempre las mismas preguntas aburridas: que qué tal habían dormido, que qué tal habían desayunado, que si se habían tomado todas las pastillas, que si les dolía algo, que si esperaban visita aquel día, etc. De hecho, esas eran precisamente las mismas preguntas aburridas que me formulaba todas las mañana como un autómata, sin prestar la más mínima atención a mis respuestas. Es decir, que podría haberle contado perfectamente que había pasado las últimas tres noches en vela, deambulando por los pasillos del geriátrico, que a aquellas alturas ya me conocía de memoria. Ni el comedor, ni la cocina, ni la sala de la televisión, ni el mismísimo despacho del director... encerraban ya ningún secreto para mí. De hecho, por puro aburrimiento había empezado a entrar en las habitaciones de los zombis para cotillearles un poco. Incluso me había tomado la libertad de tomar prestadas un par de cosillas, teniendo en cuenta que muchos de ellos ni siquiera las echarían en falta. Podría haberle contado todo aquello, o que la noche anterior había encontrado la puerta azul, la única herméticamente cerrada, tras la cual había un artefacto que producía un leve pero constante ruido metálico, algo así como un “click click cataclack” que no se me quitaba de la cabeza y que necesitaba saber lo que era. Sí, le podría haber contado todo aquello y el doctor García ni se habría inmutado.
Sin embargo, aquella mañana del 2 de enero, nada más entrar en mi habitación, me di cuenta de que había algo distinto en él. Y no eran ni las enormes ojeras bajo sus ojos vidriosos, ni la mancha de café en su bata, ni el termómetro que tenía metido en la boca... sino la cara de un hombre que se estaba preguntando si todos sus pacientes se habían puesto de acuerdo para tomarle el pelo, o si estaban sufriendo una alucinación colectiva.
- ¿También has visto algo extraño esta noche? - me preguntó.
- ¿Algo estraño?
- Como un fantasma rondando por tu habitación, - me comentó mientras se pasaba la mano por su escaso cabello canoso.
- ¿Un fantazma?
- ¿Has echado algo en falta? ¿Es posible que te hayan robado algo esta noche?
Varios pacientes habían denunciado pequeños robos, mientras que otros incluso habían creído ver lo que era el fantasma de un hombre joven, vestido con camisón o vestido blanco (en eso no había connsenso),que caminaba despacio, arrastrando los pies, mientras tarareaba un villancico.
- ¿Un billan ké?
Me dije que tenía que dejarme el pelo largo para que no me siguieran confundiendo con un chico y que más me valía dejar de entrar en las habitaciones de mis vecinos, que evidentemente no eran tan tontos como se creía Luis. Después de todo, no valía la pena meterse en líos por un par de libros, unos pendientes de plástico y una dentadura postiza.
- A todo esto, - me dijo el doctor García dándose la vuelta justo cuando estaba a punto de salir de mi habitación. - ¿No crees que ya va siendo hora de que salgas de esa cama?
Le miré sorprendida y le pregunté:
- ¿Salir de la kama?

4 comentarios:

San dijo...

Querida Eva,
que piensas hacer con 2 libros, unos pendientes de plastico y una dentadura postiza?
Quizas tienes un estrafalario plan de escape? Jajaja..

Natalia dijo...

Gracias por tu comentario, Sandra ;-) En fin, sí que es rarita nuestra Eva... ja, ja, ja.

dabid dijo...

Hay que ser mala para quitarle la dentadura postiza a una persona, por mucho menos condenan a las almas a vagar por el limbo.
Me ha gustado mucho, pero no sé si podré aguantar tanta tensión ¿como lo haces?

Natalia dijo...

Jo, tío, ni que fuera una profesional... Es una serie, ¿qué te esperabasssss? Ja, ja, ja.