Imagen por _Teb (Creative Commons License)
- Hola. Soy Eva.
Y el tipo del banco, que no me había visto acercarme por detrás, se volvió sobresaltado y respondió:
- Sánchez, Daniel Sánchez.
Que pensé que sonaba igualito a:
- Bond, James Bond.
Salvo por el hecho de que aquel treintañero flacucho y pálido, que escondía sus ojos grises tras unas gafas de pasta, no tenía pinta de poder salvar al mundo de absolutamente nada.
- ¿Qué es lo que quieres? - me preguntó.- ¿Te manda tu abuelo?
Negué con la cabeza.
- Sólo venía a hablarte del duende...
- Noooooooooooooooooooooooo... - intervino Sebas desde algún rincón oscuro.
- ¿Un duende?
Y tras titubear añadí:
- Y también quería saber si podía ver tus dibujos.
- ¡Bieeeeeeeeeeeeeen!
- Bueno, - recuerdo que me dijo Daniel, al tiempo que escaneaba el jardín con su mirada. - La verdad es que hacía tiempo que quería hablar contigo...
- ¿Conmigo? ¿De qué?
Recuerdo que se hizo a un lado, para que me sentara junto a él en su banco. Miré hacia la ventana de mi habitación y me pregunté cómo se nos vería desde allí. Por un momento creí ver a Sofía, espiándonos desde el otro lado del cristal. Pero no, debía de haber sido sólo un efecto óptico, pues definitivamente no había nadie tras mi ventana.
- ¿Cómo te sientes? - me preguntó.
- Ni frío, ni calor, no tengo hambre, ni sed, ni ganas de ir al servicio, no estoy cansada...
- No, no, no... - me interrumpió. - Te he preguntado que cómo te sientes.
¿Sentir? Pero si acababa de...
- Y ¿qué es lo que quieres? ¿Te has parado a pensarlo?
- Supongo que quiero saber quién soy, - respondí automáticamente. - Quiero ver lo que hay fuera, vivir una vida normal, como la de la gente de la tele...
- Y, ¿qué te impide irte? - me preguntó entonces, pillándome totalmente desprevenida.
- No, no, nooooooooooooooooooooooooo... - me decía Sebas desde dentro.
- ¿Qué? - le pregunté sin llegar a comprender.
- No, no, nooooooooooooooooooooooooo... - era un sonido cada vez más agudo, e insoportable.
- ¿Por qué no te escapas de aquí, si eso es lo que quieres?
¿Es-ca-par-me? ¿Dónde había oído aquello antes? Pero, ¿y él por qué...?
- No, no, noooooooooooooooooooooooo...
Me llevé las manos a la cabeza, pero aunque me tapara los oídos, las voces venían desde dentro y no podía acallarlas. Daniel dejó de hablar, me miró a los ojos detenidamente y pasó su mano por mi nuca un instante, tras lo cual las voces enmudecieron de golpe, como si alguien hubiera pulsado el MUTE.
- ¿Ya no hay voces? - me preguntó. - Creo que tu amigo nos dejará tranquilos un rato.
Estaba claro que no era James Bond, pero ya no me cabía duda de que como psicólogo debía de ser buenísimo: Sebas había desaparecido como por arte de magia y pude volver a respirar tranquila. Mientras tanto Daniel se había puesto a rebuscar dentro de su maletín, de donde sacó tres cartulinas negras con dibujos de trazos blancos que me pidió que examinara detenidamente. Y eso es precisamente lo que me dispuse a hacer.