Ante todo mis disculpas a Magdalena, Sandra, Alex y David, esos cuatro fans que llevan casi un año reclamándome la continuación de esta historia. Gracias por vuestros ánimos y esa enorme paciencia.
Foto por Ro_Buk (CC Some Rights Reserved)
El despertador sonó a las cinco de la
mañana, anunciando que era el momento de fugarse. Aunque la palabra
“fuga” me viniera demasiado grande, pues, con las prisas, no
había tenido tiempo de trazar ningún plan. Simplemente sabía que
había llegado la hora de irse y que no podía quedarme en el
geriátrico ni un minuto más. Porque me lo pedía el cuerpo, o
simplemente porque me lo habían dicho Gustavo y Daniel.
Alargué la mano para encender la luz y
me faltó poco para pegar un grito, pues allí, junto a la cama, se
encontraba la mismísima Sofía, que llevaba puesto un camisón
celeste con enormes flores estampadas. Estaba perfectamente
maquillada y peinada, como si viniera del rodaje de una escena de una
comedia romántica, donde interpretaba el papel de la entrañable
abuela de la protagonista. Me sonrió llevándose el dedo a los
labios y me dio una bolso de cuero rojo que contenía ropa. Era un
detalle muy bonito, sobre todo si pasabas por alto el estilo y la
talla de las prendas. Le di un abrazo y cuando nos separamos descubrí
un par de lágrimas deslizándose por sus mejillas.
- ¡No, no, nooooooooooooo! - oía que
me decía Sebas desde el fondo de mi cabeza, pero su voz sonaba muy
apagada, de modo que era fácil ignorarle.
Parecía que mi huída no era ningún
secreto, pues, una vez en el pasillo, me tropecé con Pilar, que
debía de estar haciendo el turno de noche. Me dio un cuadernito
dorado en cuya contraportada había pegado aquella foto que descubrí
en su bolso al poco de conocerla, aquel retrato familiar donde
aparecía con su ex marido y los niños, sólo que él había
recuperado milagrosamente la cabeza. Pensé que prefería la primera
versión de la foto.
Pilar había rellenado las diez
primeras páginas del cuaderno con una larga lista de consejos bajo
el título “Cosas que deberías saber cuando estés allá afuera”.
- Ten mucho cuidado, - me dijo mientras
me propinaba un abrazo que me dejaba casi sin respiración. - No te
fíes de nadie... ¡y mucho menos de los hombres!
Cuando me encontré a Luis en el
vestíbulo principal, ya no me sorprendí. Parecía que mi ruta era
como un pequeño repaso a los últimos meses de mi vida.
- ¡Tenía tantas cosas que contarte! -
le reproché. - ¡Pero ya nunca tienes tiempo para mí!
Tras un escueto “lo siento”, que me
supo a poco, me dijo que me olvidara de las puertas azules para
centrarme en lo auténticamente importante, que era salir de allí
cuanto antes y no dejar de ver nunca “La Aurora”, donde la cosa
se estaba poniendo muy interesante. Estuve a punto de replicar
diciéndole que aquello se estaba convirtiendo en un soporífero
culebrón espacial, pero me callé porque era un momento demasiado
emotivo como para estropearlo con un comentario tan frívolo. Sobre
todo porque había tenido el detalle de traerme documentación, un
mapa señalándome dónde tenía que coger el autobús para ir a la
ciudad y el teléfono de un tipo al que podía llamar si tenía
problemas. No quiso especificar de qué tipo de problemas me hablaba.
Por último, se despidió dándome unas palmaditas en la espalda.
A Cándida me la encontré junto a la
fuente del jardín, donde jugaba con sus gatos: el blanco, el
negro... y uno pelirrojo al que debía de haber adoptado
recientemente.
- Hemos pensado que te haría falta
dinero, - me dijo alargándome un sobre gris. - No es mucho, pero te
servirá para empezar, querida.
Me dio dos besos y, mientras metía un
bocata de chorizo en el bolsillo de mi chaqueta, me dijo que fuera
hacia el banco, donde me esperaba Daniel.
- Hola, - me dijo el psicólogo al
verme. - ¿Preparada para la gran aventura?
Pero no respondí, pues Sebas intentaba
decirme algo desde un rincón muy distante. Estaba asustado, como yo.
No quería marcharse porque tenía miedo a ese mundo desconocido que
nos esperaba allá fuera y del que, según él, no se podía esperar
nada bueno.
- Te va a ir bien, Alicia, - me dijo
Daniel, con un ligerísimo temblor en la voz. - ¡No te preocupes!
Sacó tres sobres de colores de su
maletín, mientras me explicaba que dentro de cada uno había un
dibujo. El sobre turquesa debía abrirlo cuando necesitara que Sebas
se callara; el de color pistacho contenía un dibujo para combatir
las energías negativas; y, finalmente, estaba el sobre naranja, del
que debía hacer uso cuando empezara a confundir letras.
- Pero procura usarlos sólo cuando sea
realmente necesario, - añadió. - Porque cuanto más los mires,
menor será su efecto.
Luego me dio un cuarto sobre blanco que
contenía su dirección de mail. Insistió mucho en que debía
escribirle para contarle todo aquello que pasara por mi cabeza
durante ese viaje en el que estaba a punto de embarcarme.
Todo aquello me pareció un poco raro,
pero, teniendo en cuenta todas las cosas extrañas que me habían
pasado desde que desperté amnésica en un geriátrico, no pude hacer
otra cosa que coger los cuatro sobres y guardármelos sin hacer
preguntas.
Daniel me acompañó hasta el muro
exterior de la residencia, cubierto por una espesa capa de hiedra, y
camino a lo largo de él, con paso decidido, durante unos veinte
metros. Luego se detuvo y apartó unas ramas, dejando al descubierto
una puertecilla que yo nunca había visto antes. La abrió con una
llave que sacó de su bolsillo y se despidió dándome un fuerte
apretón de manos, del que tuve que liberarme tirando con fuerza.
Apenas dos pasos y, sin saber cómo, ya
estaba al fin fuera, donde el aire olía igual y no había más que
una calle desierta iluminada por la luz de dos tristes farolas.
Cinco pasos más y al volverme, el
psicólogo ya me parecía que era muy muy pequeño, mientras que el
nuevo mundo que se desplegaba ante mis pies era tan tan grande que
estuve a punto de tropezar y caer por causa del vértigo que me
producía.
Otros tres pasos y al mirar hacia atrás
Daniel y la puerta habían vuelto a desaparecer bajo el manto de
hiedra. Respiré hondo, ya no había vuelta atrás.
“Me llamo Eva y tengo veinticocho
años,” me dije.
El resto de la historia está por
escribir.
(Final de la temporada 1)