1 de julio de 2012

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Ante todo mis disculpas a Magdalena, Sandra, Alex y David, esos cuatro fans que llevan casi un año reclamándome la continuación de esta historia. Gracias por vuestros ánimos y esa enorme paciencia.



El despertador sonó a las cinco de la mañana, anunciando que era el momento de fugarse. Aunque la palabra “fuga” me viniera demasiado grande, pues, con las prisas, no había tenido tiempo de trazar ningún plan. Simplemente sabía que había llegado la hora de irse y que no podía quedarme en el geriátrico ni un minuto más. Porque me lo pedía el cuerpo, o simplemente porque me lo habían dicho Gustavo y Daniel.

Alargué la mano para encender la luz y me faltó poco para pegar un grito, pues allí, junto a la cama, se encontraba la mismísima Sofía, que llevaba puesto un camisón celeste con enormes flores estampadas. Estaba perfectamente maquillada y peinada, como si viniera del rodaje de una escena de una comedia romántica, donde interpretaba el papel de la entrañable abuela de la protagonista. Me sonrió llevándose el dedo a los labios y me dio una bolso de cuero rojo que contenía ropa. Era un detalle muy bonito, sobre todo si pasabas por alto el estilo y la talla de las prendas. Le di un abrazo y cuando nos separamos descubrí un par de lágrimas deslizándose por sus mejillas.

- ¡No, no, nooooooooooooo! - oía que me decía Sebas desde el fondo de mi cabeza, pero su voz sonaba muy apagada, de modo que era fácil ignorarle.

Parecía que mi huída no era ningún secreto, pues, una vez en el pasillo, me tropecé con Pilar, que debía de estar haciendo el turno de noche. Me dio un cuadernito dorado en cuya contraportada había pegado aquella foto que descubrí en su bolso al poco de conocerla, aquel retrato familiar donde aparecía con su ex marido y los niños, sólo que él había recuperado milagrosamente la cabeza. Pensé que prefería la primera versión de la foto.

Pilar había rellenado las diez primeras páginas del cuaderno con una larga lista de consejos bajo el título “Cosas que deberías saber cuando estés allá afuera”.

- Ten mucho cuidado, - me dijo mientras me propinaba un abrazo que me dejaba casi sin respiración. - No te fíes de nadie... ¡y mucho menos de los hombres!

Cuando me encontré a Luis en el vestíbulo principal, ya no me sorprendí. Parecía que mi ruta era como un pequeño repaso a los últimos meses de mi vida.

- ¡Tenía tantas cosas que contarte! - le reproché. - ¡Pero ya nunca tienes tiempo para mí!

Tras un escueto “lo siento”, que me supo a poco, me dijo que me olvidara de las puertas azules para centrarme en lo auténticamente importante, que era salir de allí cuanto antes y no dejar de ver nunca “La Aurora”, donde la cosa se estaba poniendo muy interesante. Estuve a punto de replicar diciéndole que aquello se estaba convirtiendo en un soporífero culebrón espacial, pero me callé porque era un momento demasiado emotivo como para estropearlo con un comentario tan frívolo. Sobre todo porque había tenido el detalle de traerme documentación, un mapa señalándome dónde tenía que coger el autobús para ir a la ciudad y el teléfono de un tipo al que podía llamar si tenía problemas. No quiso especificar de qué tipo de problemas me hablaba. Por último, se despidió dándome unas palmaditas en la espalda.

A Cándida me la encontré junto a la fuente del jardín, donde jugaba con sus gatos: el blanco, el negro... y uno pelirrojo al que debía de haber adoptado recientemente.

- Hemos pensado que te haría falta dinero, - me dijo alargándome un sobre gris. - No es mucho, pero te servirá para empezar, querida.

Me dio dos besos y, mientras metía un bocata de chorizo en el bolsillo de mi chaqueta, me dijo que fuera hacia el banco, donde me esperaba Daniel.

- Hola, - me dijo el psicólogo al verme. - ¿Preparada para la gran aventura?

Pero no respondí, pues Sebas intentaba decirme algo desde un rincón muy distante. Estaba asustado, como yo. No quería marcharse porque tenía miedo a ese mundo desconocido que nos esperaba allá fuera y del que, según él, no se podía esperar nada bueno.

- Te va a ir bien, Alicia, - me dijo Daniel, con un ligerísimo temblor en la voz. - ¡No te preocupes!

Sacó tres sobres de colores de su maletín, mientras me explicaba que dentro de cada uno había un dibujo. El sobre turquesa debía abrirlo cuando necesitara que Sebas se callara; el de color pistacho contenía un dibujo para combatir las energías negativas; y, finalmente, estaba el sobre naranja, del que debía hacer uso cuando empezara a confundir letras.

- Pero procura usarlos sólo cuando sea realmente necesario, - añadió. - Porque cuanto más los mires, menor será su efecto.

Luego me dio un cuarto sobre blanco que contenía su dirección de mail. Insistió mucho en que debía escribirle para contarle todo aquello que pasara por mi cabeza durante ese viaje en el que estaba a punto de embarcarme.

Todo aquello me pareció un poco raro, pero, teniendo en cuenta todas las cosas extrañas que me habían pasado desde que desperté amnésica en un geriátrico, no pude hacer otra cosa que coger los cuatro sobres y guardármelos sin hacer preguntas.

Daniel me acompañó hasta el muro exterior de la residencia, cubierto por una espesa capa de hiedra, y camino a lo largo de él, con paso decidido, durante unos veinte metros. Luego se detuvo y apartó unas ramas, dejando al descubierto una puertecilla que yo nunca había visto antes. La abrió con una llave que sacó de su bolsillo y se despidió dándome un fuerte apretón de manos, del que tuve que liberarme tirando con fuerza.

Apenas dos pasos y, sin saber cómo, ya estaba al fin fuera, donde el aire olía igual y no había más que una calle desierta iluminada por la luz de dos tristes farolas.

Cinco pasos más y al volverme, el psicólogo ya me parecía que era muy muy pequeño, mientras que el nuevo mundo que se desplegaba ante mis pies era tan tan grande que estuve a punto de tropezar y caer por causa del vértigo que me producía.

Otros tres pasos y al mirar hacia atrás Daniel y la puerta habían vuelto a desaparecer bajo el manto de hiedra. Respiré hondo, ya no había vuelta atrás.

“Me llamo Eva y tengo veinticocho años,” me dije.

El resto de la historia está por escribir.


(Final de la temporada 1)

6 comentarios:

Alex dijo...

Aplausos!!!

Y como todos los fines de temporada nos deja con ganas de mas!!!

Espero que la escritora no se ponga en huelga o que los productores contraten a algún becario desorientado.

Gracias Nati por compartir tus mundos ;-)

Magda dijo...

¿para cuándo la temporada 2? y ... ¿la página de spoilers? Muuaakks

Dabid dijo...

¿Qué? ¿Como? ¿Por qué?
¡Después de un año, vienes así como si nada y nos dejas este final de temporada, que por cierto es cojonudo, y te vas!
¡¡¡NOOOOOOOooooooooo....

Magda dijo...

...ejem...ha pasado otro año...

Alex dijo...

Hola!

ya han pasado 2 años desde la finalización de la temporada uno.
Estoy completamente indignado. Estas producciones que te ponen la miel en los labios y luego cancelan la serie en la primera temporada. Los fieles seguidores nos merecemos una segunda temporada al menos.
Estoy pensando en acampar en el blog hasta que la escritora retome la publicación!!!

¡¡¡Por la segunda temporada DDHA!!!

Alex dijo...

Algunos no perdemos la esperanza!

¡¡¡Por la segunda temporada DDHA!!!
¡¡¡Por la segunda temporada DDHA!!!
¡¡¡Por la segunda temporada DDHA!!!