4 de marzo de 2008

Esa borrachera


He aquí una instantánea del novio tomada a las 19:02 por un inocente turista irlandés que se paseaba por los barrios bajos de la ciudad con su flamante cámara japonesa. Tras sacar esta foto, el artista se acercó al sujeto en cuestión para asegurarse de que no se trataba de un cadáver. Comprobó que el joven dormía plácidamente, lo que restaba algo de interés a la foto, pero que le iba a ahorrar el engorro de llamar a una ambulancia en aquel país cuya lengua no dominaba ni por asomo. Como tampoco tuvo valor para despertar al joven trajeado (en su guía de bolsillo no venía nada al respecto), se alejó de allí a paso rápido, pensando en cómo sacar el mayor partido a aquella anécdota curiosa que contaría a sus allegados cuando volviera a su Dublín natal.
En ese mismo momento, 156 invitados y una novia vestida de blanco esperaban impacientes en la iglesia al joven de la foto, que se llamaba Leo y trabajaba como cajero en una tienda de ultracongelados. A las 19:30 la novia dejó de ser una joven radiante, digna de admiración y objeto de la envidia malsana de las solteronas allí presentes, para convertirse en un alma desconsolada cuyo maquillaje había sido literalmente arrasado por un torrente de lágrimas amargas. "Esto es intolerable" le dijo a la novia su madre, mientras la suegra, roja de vergüenza, intentaba localizar a Leo con ese invento tan antipático sin el que ya no se puede vivir.
A las 19:46 un tema a lo Ricky Martin sonó en un callejón de mala muerte a unos 15 kms de la iglesia. El novio, inmerso en un hermoso sueño en el que corría por una playa perseguido por 15 jóvenes hawaianas con ganas de fiesta, sonreía sin escuchar su móvil. Un niño de unos doce años que pasaba casualmente por allí en bicicleta (llegaba tarde para cenar, su madre le iba a matar), paró en seco al oir la llamada. Tras comprobar con un palo que el novio dormía como un tronco, se atrevió a cogerle el móvil, que estaba en uno de los bolsillos de su chaqueta. "¿Hola?" contestó el niño al tiempo que hacia cálculos sobre cuánto podría sacarle al móvil si se lo vendía a algún pringado. "¿Leo?" preguntó la madre del novio desconcertada por la voz infantil. El niño de la bicicleta le explicó a la señora que se llamaba Sergio, aunque en realidad se llamara Jorge. Añadió que el hombre trajeado estaba bien, que sólo era víctima de una tremenda borrachera. La mujer, que parecía muy nerviosa, le instó a que llamara a la policía para que se ocuparan del tema. "No, no... Que la bici es robada y me va a meter Ud en un buen lío." En ese momento un señor gruñón, el padre de Leo, exigió a Jorge que les dijera dónde se encontraba el joven durmiente porque parecía dispuesto a agarrar un coche e ir a buscarle de inmediato. Jorge pensó que el tal Leo debía de estar metido en un buen lío y que probablemente la bronca que iba a recibir sería peor que la paliza que estaba a punto de darle su madre. Para no dilatar más el asunto, se apresuró a darles la dirección exacta e incluso les dió algunas indicaciones adicionales para que no se perdieran en el barrio. Tras colgar, apagó el móvil, se lo metió en el bolsillo y se fue pedaleando mientras silbaba una melodía de corte militar muy alegre.
A las 20:20, mientras Jorge recibía una gran reprimenda de su madre, que le castigó sin cena, un deportivo negro se detuvo en el callejón, junto al cuerpo de Leo. De él bajaron dos hombres mayores trajeados con cara de pocos amigos, que se inclinaron un momento sobre el novio. "¡Qué vergüenza!" dijo el padre de la novia. "Esta me la va a pagar," pensaba el padre de Leo. Como al sacudir al borracho, no consiguieron que emitiera más que unos gruñidos ininteligibles, tras los cuales volvió a sumirse en un profundo sueño, le tumbaron en el asiento trasero del coche y salieron de allí derrapando.
Veintisiete minutos más tarde llegaron a la iglesia, donde ya no quedaban apenas invitados, pues la boda se había suspendido a las 20:30 después de una airada conversación telefónica entre el padre de la novia y su mujer. Tanto esta señora, como su hija y la suegra, lloraban ya desconsoladas y aquello se parecía más a un funeral que a una boda, con invitados dando el pésame por doquier, abandonando la iglesia cabizbajos y cuchicheando entre sí. Sólo quedaron allí estas tres mujeres y la mujer de rojo, espléndida, que resultó ser la mejor amiga de la novia, una tal Paola, que fue la única que no perdió los papeles. Escuchó en todo momento a la novia, le regaló un paquete de pañuelos de papel, le compró uno segundo, dejó que se apoyara en su hombro al salir de la iglesia, le ayudó a meterse en el coche de su padre y prometió ir a verla al día siguiente para ver cómo estaba. Leo y sus padres fueron los últimos en marcharse. El novio, ya despierto, ahora sí que tenía cara de cadáver, escuchaba sin escuchar a su madre lloriqueante y tenía que aguantar el silencio sepulcral de su padre, que era peor que cualquiera de sus broncas habituales. "Si no querías casarte con ella, podrías haberlo dicho. Mira la vergüenza que nos has hecho pasar a tu padre y a mí. Piensa en el dinero que hemos tirado, en el tiempo que hemos perdido..." y el parloteo no parecía tener fin. Al poco de arrancar el coche, dejaron atrás a Paola, que caminaba sola por la acera con su vestido rojo. Leo la siguió con la mirada.
A las 22:55 el turista irlandés denunciaba el robo de su cámara de fotos en una jefatura de policía cualquiera. Un niño en bicicleta le había dado un tirón cuando salía de una cafetería en la que servían un café malísimo. El agente, que no entendía muy bien el inglés, inventó el informe y se lo hizo firmar al tipo, que firmó sin saber lo que firmaba y no pudo reclamarle luego al seguro. Se dijo que nunca más se iría de viaje a un país en el que no hablaran su idioma.
A las 01:55, después de reunir todo su valor, Leo llamó por teléfono a Paola para decirle que sabía perfectamente que ella le había emborrachado a propósito aquella tarde, pero que la perdonaba. Total, hacía tiempo que se había dado cuenta que Inés, ahora su ex-novia, no era más que una pija descerebrada. Tras un silencio incómodo, añadió que tenía que desaparecer una temporada de allí y le propuso un viaje a Dublín con todos los gastos pagados.Paola le contestó que tenía que pensárselo, pero su sonrisa dejó claro que mentalmente ya había aceptado.
Dos días después, en el vuelo de las 15:30 rumbo a la capital irlandesa, Leo y Paola se sentaron junto a un irlandés borracho que no dejaba de lamentarse sobre el robo de su flamante cámara digital japonesa. "Y lo peor de todo es que justo antes de que me la robaran había sacado una fotaza increíble... ¡Ahora algún desgraciado la publicará en internet y se llevará todos los méritos!" Leo y Paola sonrieron condescendientes, pensaron que eran tonterías de un turista desafortunado bajo las influencias del alcóhol y rezaron a sus dioses, fueran cuales fuesen, para que el tipo no les diera el viaje.

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