Imagen por Bredgur (Creative Commons License)
Abrí los ojos con la esperanza de seguir metida dentro de la máquina, dispuesta a explorar cada uno de sus rincones para averiguar de qué se trataba y cuál era su propósito. Sin embargo, pronto pude comprobar que no estaba allí. De hecho, tampoco estaba en mi habitación del geriátrico, sino en otra mucho más oscura, donde me hallaba tumbada sobre una litera. Llevaba puesto un mono azul exactamente igual al que llevaban los tripulantes de la Aurora.
- ¡Despierta! - me dije, o dijo alguien.
Me levanté de un salto y miré a mi alrededor. Estaba completamente sola en una habitación muy pequeña, sin ventanas y mal ventilada, en la que había dos literas, un armario cuya puerta estaba cerrada con candado y un escritorio sobre el que únicamente había un libro de Thomas Mann muy manoseado. La única lámpara, que colgaba del techo, tenía apenas 40 watios y me pregunté quién podría estar leyéndose “Los Buddenbrook” con aquella luz tan escasa sin volverse completamente ciego. Me dirigí hacia la puerta de salida, que no tenía pomo ni nada que se le pareciera.
- ¡Ábrete! - le ordené, dejando escapar una risita tonta.
Al comprobar que mi orden no daba resultado alguno, procedí a pulsar un botón azul que descubrí en uno de los laterales... y la puerta se deslizó sigilosamente, invitándome a entrar en un pasillo largo débilmente iluminado por lámparas parpadeantes. Y, ¿ahora qué? ¿Izquierda o derecha?
- ¿Qué ha dicho? - dijo una voz de hombre algo cascada que se parecía mucho a la de mi abuelo.
Pero allí no había nadie: las voces estaban sólo en mi cabeza.
Izquierda. Tras caminar largos minutos por aquel pasillo aparentemente interminable, llegué a una gran sala vacía en la que parecía que acababan de celebrar una fiesta. Había una barra al fondo y tras ella largas estanterías repletas de botellas con bebidas de colores fluorescentes. Tanto en la barra como en las cinco mesas repartidas por la sala habían dejado vasos medio vacíos y los cigarrillos de los ceniceros parecían haber sido apagados recientemente, como si sus dueños acabaran de salir de allí. Alguien se debía de haber dejado encendido el equipo de música, en el que aún sonaba una melodía electrónica algo machacona a la que decidí ponerle fin pulsando una gran tecla de STOP. Entonces fue cuando oí el martilleo, que procedía de algún sitio más allá de la puerta verde al fondo de la sala.
- Estoy harto de oir excusas, ¿sabes? ¡Esto es un desmadre y se va a acabar ya mismo! - seguía diciendo la voz cascada, algo subida de tono a causa del enfado. - Aquí cada uno se cree que puede hacer lo que quiera... ¿Se puede saber quién os ha dicho que esto sea una democracia? Y para colmo es zurda, ¿te has fijado en que es zurda? ¿Desde cuándo es zurda?
Tras bajar el volumen de aquella voz tan molesta que no dejaba de parlotear, salí de la sala dejándome guiar por el sonido del martilleo. En varias ocasiones, cuando me parecía que estaba a punto de llegar al sitio del que venía aquel sonido constante, me encontraba ante un pasillo sin salida, que me obligaba a retroceder sobre mis pasos y seguir explorando lo que parecía ser un enorme laberinto de paredes metálicas. Finalmente conseguí dar con el tipo que empuñaba el martillo, un viejecillo menudo que se ensañaba con una máquina llena de luces de colores, pero que cada vez tenía menos luces por efecto de los golpes que le infligía el viejo. De hecho, incluso empezaba a salir un humo blanco que no presagiaba nada bueno. No hizo falta que se diera la vuelta para que yo supiera que me encontraba ante el mismísimo Gustavo.
3 comentarios:
Joer!
Que Eva y Gustavo se van a conocer..
Brutal! Me gusta el tono oscurillo que va tomando. Ays esperar una semana me mata.
Como este sea el final de temporada, como los de la tele y nos dejes meses y meses, intrigados sin saber nada...
¡¡¡TE CORTO EL CUELLO!!!
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