18 de abril de 2008

Sobre físicos y boxeadores...


“¡Ya está! ¡Nos hemos perdido!!” le dije a Toby cuando llevábamos tres horas dando vueltas como tontos. “¡Por tu culpa me voy a perder el partido de fútbol!" Eso me pasaba por olvidar que el hecho de que fuera más listo que yo, no quería decir que dejara de ser un simple perro.
Toby es, sin duda, mi mejor y único amigo. Sobre todo desde que descubrí que hablaba. Es más, en otra vida fue un humano. Qué digo un humano, fue casi un super héroe al que incluso llegaron a premiar con un Nobel de Física. “¡Tuve una potra, chico!” me dijo un día al respecto. "Ni siquiera tengo muy claro qué es lo que inventé. Fue sólo cuestión de estar en el sitio adecuado en el momento adecuado”. Toby es, ante todo, un perro modesto, como todo Labrador que se precie. Debo confesar que hasta que le conocí yo no creía en la reencarnación. En realidad, nunca me había parado a pensar en el objetivo de mi vida, que evidentemente no es ninguno, ni en lo que habría después, que me parecía borroso y muy lejano. Pero el hecho de tener una prueba tan viva ante ti, te hace replantearte muchas cosas. Además el caso de Toby es único en su género, resultado de un fallo técnico del que se benefició accidentalmente. "Has visto Star Trek, ¿verdad?" me dijo Toby un día en que le pedí que lo explicara para tontos (nunca he destacado por mis luces, más bien soy de los que van por la vida a oscuras y dando tumbos). "Pues esto es como el teletransporte. Cuando se te acaban las baterías y te toca irte, hay alguien ahí encargado de teletransportarte a otro cuerpo. Sólo que conmigo algún inútil la fastidió: nunca debería haber conservado los recuerdos de mi vida pasada.” Desde entonces miro a todos los perros con mucho más respeto, nunca se sabe con quién te estás topando.
Hacia escasos dos meses que Toby y yo nos habíamos mudado a un viejo edificio de la periferia, donde alquilábamos un piso por una cantidad irrisoria. Aparte de las humedades, los gritos de los vecinos a horas intempestivas o el estado lamentable de pasillos y ascensor... era todo un chollo cuyos defectillos aprendimos a pasar por alto. Durante las primeras semanas todo fue coser y cantar. Mientras yo trabajaba en el taller mecánico, Toby se ocupaba de limpiar la casa y cuando le sobraba el tiempo se paseaba por los pasillos del edificio tratando de hacer un estudio sobre la viabilidad de una reforma estructural del mismo. Yo estaba seguro de que no serviría de nada, pero dejé que siguiera adelante, pues parecía la mar de entusiasmado con su ambicioso proyecto. Fue en el transcurso de la sexta semana cuando me hizo el siguiente comentario: “¿Te has dado cuenta, Tarugo (así es como me llama cariñosamente), de que en este edificio nunca nos hemos cruzado con un vecino??” Y era cierto. Porque oirles les oías a través de las finas paredes que separaban nuestras viviendas, pero verles, no les habíamos visto nunca… Ni en los pasillos, ni en las escaleras, ni en el ascensor, ni siquiera en el portal… Sin embargo, no di más importancia al tema y seguí con mi vida como si nada. Pero Toby, que no podía dejar pasar algo así, debió de aparcar su proyecto arquitectónico para dedicarse de lleno a la resolución de este apasionante enigma (por algo le habían dado el Nobel, ya os digo yo). Así fue como diez días después, me anunció entusiasmado que ya había dado con la solución al problema: “¡Está claro! ¡Se desplazan por los conductos de ventilación!” me dijo. “¡Cómo no había caído antes!” Y fue esa misma noche cuando tuvimos que hacer nuestra primera incursión en ese intrincado mundo de tuberías viejas, húmedas y oscuras. "Estaremos de vuelta para ver la final de la Copa del Rey, ¿no?" le pregunté antes de meterme en el agujero. "¡Pues claro, hombre!" afirmó con rotundidad incontestable.
A mí aquel sitio me dio mala espina desde el principio. Tan silencioso, tan inhóspito, tan estrecho que tenía que desplazarme a gatas. Tan lejos de mi salón y de mi tele. Primero iba tranquilo, pensando que Toby tenía una brújula en el cerebro, pero al cabo de dos horas, cuando estaba por empezar el partido, comenzaron a entrarme dudas al respecto. Sobre todo porque tenía la desagradable sensación de estar dando vueltas en redondo. Hasta que perdí la paciencia y le dije las cosas del primer párrafo y otras más que no transcribo aquí por si este documento cayera en manos de mujeres o niños, por los que siempre he profesado un profundo respeto. Fue en ese preciso momento cuando se produjo lo que parecía que iba a ser un desastre que superaría con creces lo del fútbol: un gato se nos cruzó en el camino. Había hablado muchas veces del tema con Toby y creía que ya lo tenía superado, que la razón se impondría a esa manía suya de perseguirles a muerte como si por aquello le fueran a dar otro premio. Cuando quise darme cuenta, ya les había perdido de vista a los dos. "¡Toby, Toby! ¡Por Dios, no me dejes aquí solo!!!" le grité desesperado. Minutos después, cuando me disponía a romper a llorar desconsoladamente, llegó hasta mí el sonido de esa palabra mágica que tantas alegrías me había dado a lo largo de mi vida: “¡Goooooooooooooooooooooooool!!” Y sin pararme a pensar quién lo habría metido, me puse a gatear como loco en la dirección de la que provenía aquel grito de guerra tan característico de la sociedad moderna. Fue así como acabé encontrando un agujero que desembocaba en la cocina de uno de nuestros vecinos. Como no había timbre ni nada que se le pareciera, ni nadie que oyera mis voces pidiendo permiso para pasar, me tomé la libertad de entrar en aquella vivienda. Al poco me planté en el salón y apenas ni pude saludar al dueño de la casa, que quedé como hipnotizado por el partido que emitían en la tele vieja de aquel tipo grande y sudoroso. En el descanso entre el primer y segundo tiempo se me presentó como el portero del edificio, me dió la bienvenida y un mapa para no volver a perderme por los conductos de ventilación. "Ya verá" me dijo. "Cuando se acostumbre no echará de menos ni las escaleras, ni el ascensor, ni los pasillos..." Cincuenta minutos después, aún algo abatido por la derrota de mi equipo, me incorporé para marcharme a casa, donde Toby debía de estar esperándome. Hice ademán de salir por la puerta, el portero torció el gesto, comprendí mi error, rectifiqué rápidamente el rumbo y cuando me disponía a volver al agujero por el que había entrado, una palmadita en la espalda me paró en seco. "Olvida algo" me dijó el portero al tiempo que señalaba un trapo sucio en el suelo. "¡Ah, gracias!" le contesté. "Pero eso no es mío". Entonces Toby levantó su mirada tristona y dejó de ser trapo sucio para convertirse en un perro hecho un trapo. "¡Ha debido de ser mi gato!" me explicó el portero. "Tiene un genio increíble. No hay perro que pueda con él... Juraría que en otra vida fue un boxeador o algo por el estilo..." Toby y yo nos miramos en silencio y nos dirigimos cabizbajos hacia la cocina, cada uno con su propia derrota a cuestas. Regresamos a casa en silencio y una vez allí, nos metimos en la cama sin cenar ni nada. No sé con qué soñaría él, pero a mí me persiguieron zombies toda la noche.

13 de abril de 2008

De un barrio al otro...

Foto por sergei.y (CC Some Rights Reserved)

Me siento algo aturdida, creo. Primero esa luz intensa, como un fogonazo, seguida de un terrible dolor de cabeza, una sensación como de no saber de dónde sales, quién eres, o a dónde vas. Pura confusión. Luego una repentina oscuridad y un “¡Neska! ¡Neska!” que no sabes qué significa, pero que resulta extrañamente tranquilizador. Al menos sabes que hay alguien ahí, que no estás completamente sola. Vagos recuerdos afloran de la nada e inundan mi mente, inconexos, inquietantes... y trato de hilarlos de alguna forma para pintar el cuadro. Necesito ver el cuadro para recuperar mi propia identidad. Ahí está al fin, aunque sea un mero bosquejo. Es la escena de un accidente de tráfico y yo soy la de la moto, es decir, la de la motocicleta. La del casco rojo, la misma que sale despedida por el aire y pasa volando junto a la cara horrorizada del camionero que acaba de llevárseme por delante. Esa mirada suya, clavada en mi mente como una espina, me llena de pesimismo: es de esas que ven como alguien se va directo al otro barrio. Para el que crea en otros barrios, claro. De hecho, es posible que ya esté allí. Es decir, aquí. Siempre estoy aquí. Los demás son los que están allí.
Pero volvamos al cuadro, retrocedamos algo más en el tiempo. La culpa no la tuvo el camionero. Iba ensimismada en mis pensamientos, como de costumbre, y giré hacia la izquierda sin mirar. La física hizo el resto: el camión, mi motocicleta, su frenazo, mi volantazo, el golpe, mi vuelo, la cara del camionero, la acera aproximándose a una velocidad vertiginosa, mi aterrizaje forzoso... Todo fue tan rápido que, pum, aquí estoy, sin saber cómo. No siento ya dolor y he olvidado qué es el miedo. Estoy como atontada, oyendo las voces de esos desconocidos que llamaban a alguien insistentemente. Así que abro los ojos. Increíble. El cuadro que hay ante mí es totalmente distinto. Por efectos del golpe debo de estar viéndolo todo en blanco y negro. Me encuentro en plena montaña, a medio camino entre dos cumbres. Distingo a varios grupos de excursionistas a lo lejos, disfrutando de un espléndido día de primavera, lejos del estrés de la gran ciudad. Me encanta estar aquí. Me da igual la motocicleta y del accidente casi ni me acuerdo. Me siento genial, como si me hubiesen quitado diez o quince años de encima. Salto entre los pedruscos, corro, vuelo. Soy un pequeño torbellino lleno de vitalidad incontrolada.
“¡Neska! ¡Neska!”
Me paro en seco y me digo entonces que definitivamente este no es mi cuadro. ¿No debería de estar en el hospital, maltrecha en mi lecho, rodeada de familiares en color?
... Y ahí están todos, efectivamente. Han aparecido como por arte de magia. No sé siquiera si me alegra volver a verles, con sus caras desdibujadas por lágrimas inquietantes. ¿Tan mal estoy? “¡Nerea! ¡Nerea!” me dice mi madre entre sollozos, como pidiendo que vuelva de un lugar muy lejano. Sí, ese debe de ser mi nombre, pero ya no estoy segura. Ni de eso ni de otras muchas cosas. Trato de hablarles, pero no logro que mis palabras salgan de mis labios. Tampoco consigo mover ninguno de mis dedos para hacerles una señal. Simplemente parezco no estar, o estar muy ausente. Entonces pienso que ya no quiero estar en esta escena, que quiero volver al cuadro del paisaje idílico en blanco y negro. Porque esta habitación de hospital, este barrio, esta vida... están allí. Y mi aquí está en ese otro lado en el que me llaman “Neska”.
Un pítido agudo seguido de un sacudón me devuelven a mi nuevo mundo. Dos figuras borrosas se acercan a mí. Se trata de una pareja de mediana edad cargando con sus mochilas de domingueros. Se agachan, me acaricían, sonríen. Ella se pone seria entonces y me dice que no me aleje tanto. Algo me dice que es la jefa. Me embarga una estúpida felicidad y me sorprendo a mí misma moviendo una cola peluda que nunca había estaba ahí.
“¡Guau!” le digo y echo a correr dando vueltas en torno a ellos, sin parar, sin cansarme, sin detenerme a pensar en si esto es normal o si no lo es. Poco después me siento junto a ellos, con la lengua afuera, hambrienta, y descubro que ya no quedan cuadros en mi museo. Sólo quedan el aquí y el ahora. Esos son ellos, esta soy yo. Esto es todo.
"¡Neska, Neska!"

5 de abril de 2008

Arte en Cinco en la Ciudad Imposible


(Sintonía del programa: uno de esos temas empalagosos en plan Enya).
Carolina (voz sensual): Buenas tardes, amigos oyentes. Estais escuchando "La Ciudad Imposible", que se emite en esta emisora de lunes a viernes de dos a tres de la tarde. Tal como os hemos venido anunciando en las últimas semanas, hoy tenemos en el estudio a Diego Botero, ese artista polifacético del que tanto se ha oído hablar últimamente. Precisamente en estos días está en nuestra ciudad presentándonos la exposición "Arte en Cinco", que está teniendo un éxito apabullante tanto de crítica como de público. Diego, ¿es esta tu primera visita a Madrid?
Diego (con voz de fumador empedernido y un ligero acentillo extranjero): Bueno, ante todo, te tengo que agradecer que me hayas invitado a tu programa, Carolina. Es un placer estar aquí contigo. Y respondiendo a tu pregunta, te diré que no. Esta es la tercera ocasión en que tengo la suerte de visitar está ciudad tan fascinante. Pero sí es cierto que es la primera vez que vengo a presentar uno de mis proyectos y evidentemente estoy encantado de la acogida tan calurosa que ha tenido mi exposición.
Carolina: Bueno, Diego. Dinos en pocas palabras quién eres, aunque a estas alturas creo que habrá pocos que no lo sepan...
Diego (risas): Soy Diego Botero. Nací hace treinta y ocho años en Casablanca. Soy hijo de un diplómatico y una bailarina de flamenco. Gracias a ellos desde niño tuve la oportunidad de viajar mucho y de beber de la vida cultural y artística de países tan diversos como China, Madagascar, Suecia o Perú... Hablo varios idiomas y colecciono títulos universitarios, de entre los cuales el que más valoro es el de veterinario.
Carolina: Eras un niño superdotado, ¿no es cierto, Diego?
Diego: Sí. De hecho, aunque ya no sea un niño, sigo estando bastante superdotado. Mis padres se percataron de ello muy pronto y pusieron todos los medios a su alcance para sacar el máximo provecho a todo mi potencial intelectual y artístico.
Carolina: Pero, ¿cuándo supiste que querías ser artista?
Diego: Lo supe desde el momento en que dejé de ser idiota, es decir, a los cuatro años... Podría haber sido el mejor cirujano, o un arquitecto de renombre, todo lo que quisiera. Pero ya entonces tuve claro que yo tenía que ser un Goya, un Picasso o un Renoir. Pronto empecé a hacer mis primeros dibujos con ceras (lo que se ha denominado mi etapa "Noire"), mis esculturas de plastilina, mis megaconstrucciones de lego... En todas estas obras menores ya demostraba un gran talento que mi madre supo apreciar desde el primer momento. Ella misma fue la que organizó mi primera exposición en El Cairo. Entonces sólo tenía nueve años.
Carolina (risitas): ¡Nueve años! Es increíble, Diego.
Diego (tose): Sí, se habló mucho de esa exposición. Me llamaron "niño prodigio". Desde entonces mi carrera ha sido meteórica...
(Las palabras dejan paso a la música: suena "1919" de Ryuchie Sakamoto. Diego aprovecha para encender un cigarrillo y Carolina no se atreve a decirle que está prohibido desde la entrada en vigor de la "Ley Antitabaco". Antes de guardar la cajetilla, le ofrece uno a ella, que acepta aunque no fuma, por no hacerle el feo).
Carolina (tosiendo): Cuéntanos un poco acerca de la exposición que estás presentando en estos días...
Diego: Pensé en crear algo revolucionario, en arte que se pudiera percibir con los cinco sentidos. Es lo que los medios denominan "fruta" en ese eterno afán por simplificar, pero que, evidentemente, es mucho más complejo que eso. Mis obras se ven, se tocan, se huelen, se comen... e incluso algunos pocos privilegiados afirman que las han llegado a oír.
Carolina (entusiasmada): Sí, ayer tuve la oportunidad de visitar tu exposición y realmente quedé impresionada, Diego. Tanta creatividad... Las frutas más toscas, como la naranja o la pera, me parecieron ya increíbles. Así que cuando llegué a la sala de las frambuesas, las cerezas o los mangos no podía dar crédito a mis ojos y aún menos a mi paladar. ¿Cuál es la fruta que más te ha costado crear?
Diego (carraspea): Definitivamente la fresa, Carolina. No sólo resultó complejo su diseño (su rojo intenso, su forma de corazón), sino que además quise darle un ligero toque "afrodisíaco" que han elogiado todos los críticos... Está inspirada en mi experiencia mística en El Nepal, donde pasé una larga temporada estudiando el budismo. Una religión compleja, por cierto, de la que se percibe cierto eco lejano en esta obra llena de intensidad y pasión.
Carolina: Sí, desde luego la fresa es realmente increíble. Sin embargo, si hay algo que realmente raya en la genialidad, queridos oyentes, es sin duda "la macedonia de frutas", que se encuentra en la última de las salas de la exposición. He visto a gente que se pasa horas allí, disfrutando de esta combinación mágica de frutas exquisitas... De hecho, has creado tres variedades. Por favor, explícanos en qué consiste cada una y qué trataste de expresar con ellas...
Diego (se adivina una sonrisa de autocomplacencia en su rostro): Como bien has dicho, hay tres macedonias. Las he llamado "Amanecer", "Mediodía" y "Atardecer". Evidentemente hacen referencia a los diferentes estadios de la vida. El "Amanecer" es esa primera etapa en la que tenemos todo un mundo por descubrir. Es una etapa llena de energía que he querido transmitir a través de la combinación de frutas como la sandía, el melón, la naranja y el plátano. Muchos me han preguntado que por qué precisamente el melón... Su ligero sabor a miel es mi pequeño homenaje a ese pequeño insecto incansable, del que es fiel reflejo la clase obrera que ha construído los cimientos de nuestro mundo moderno.
Carolina: Supongo que "Mediodía" hace alusión a la madurez, plasmada mediante una perfecta combinación de la fresa, la ciruela, el kiwi y la pera.
Diego: Efectivamente. Con estas cuatro frutas se forma un conjunto con el que trato de expresar la madurez, la toma de conciencia de nuestras limitaciones como seres humanos, los sueños que ya no se van a cumplir, los que sí se han cumplido, el deseo de perpetuar la especie mediante la procreación... Es una obra de gran complejidad, difícil de captar en toda su magnitud.
Carolina (claramente entusiasmada): Sin embargo, me decías antes a micrófono cerrado, que tu favorita es "Atardecer"... De hecho, muchos deben de pensar lo mismo, pues es la macedonia que antes se agota todos los días. Yo tuve suerte de probarla ayer y realmente me dejó impresionada... Ahí hay una verdadera amalgama de sentimientos desbordados, de nostalgia, de dolor por los que se fueron y ya no volverán... O, al menos, eso percibí yo.
Diego (disfrutando de su pequeño momento de gloria): Creé "Atardecer" tras la muerte de mi madre, que se produjo durante una de sus actuaciones multitudinarias en Roma. Ella era una mujer apasionada a la que siempre he admirado, a la que he querido dejar retratada a través de la combinación de sus frutas predilectas: la cereza, el melocotón y la papaya. Esta macedonia sabe a nostalgia, como bien has dicho, pero también a recuerdos de niñez, a sabiduría, a flamenco, al otoño de la pasión...
(En ese momento empieza a sonar el "One" de Metallica, que evidente está totalmente fuera de lugar... Carolina le lanza una mirada asesina al tipo al otro lado de la pecera que, al comprender su gravísimo error, se ruboriza y se apresura a cambiarlo por el "Huf Huf" de Wim Mertens, mucho más acorde con la espíritu del programa).
Carolina (áun algo cabreada): Dinos, Diego, ¿cuál es tu próximo proyecto? He oído decir que vas a pasarte al mundo del cine, lo que es otra muestra de tu gran versatilidad...
Diego (da una calada a su tercer pitillo): Sí, me han ofrecido hacer la versión española del "Señor de los Anillos", trasladando la historia al mundo de los Moros y los Cristianos, por supuesto. Será todo un reto por el bajo presupuesto con el que contamos y la imposibilidad de filmarla en ninguno de los parajes históricos en los que habíamos pensado. Contará con un gran reparto y estará llena de ese humor tan castizo que compensa la absoluta falta de escenas de acción y de efectos especiales.
Carolina (mirando el reloj y pensando que hay que ir dando paso a la agenda cultural): Estoy segura de que va a ser algo digno de verse, Diego... Para terminar, dinos, por favor, ¿cuál es tu "Ciudad Imposible"?
Diego (se oye un suspiro como del que se concentra antes de decir algo muy importante): Todas las ciudades son imposibles, Carolina. Desde el momento en que un pueblo se convierte en ciudad pierde su humanidad, nos sobrepasa y se vuelve en nuestra contra. Nuestras vidas se aceleran y terminamos sumidos en el más absoluto caos existencial. Por eso valoro especialmente el lujo de poder vivir en un antiguo palacio perdido en la Toscana...
Carolina (le interrumpe, algo acelerada): Gracias, Diego. Esperamos volver a tenerte pronto con nosotros. Mucha suerte con tu exposición y con tus próximos proyectos. Damos paso a hora a nuestra agenda cultural, que nos trae, como siempre, Clara Gómez.
(Dentro grabación).