19 de julio de 2011

DDHA.S01E17.Corriendo.un.Preso.escapa.odt


Soñé que volvía a encontrarme en la Aurora, en cuya cafetería me tomaba una cerveza mientras oía una charla entre Daniel y Gustavo, que hablaban de viajes en el tiempo, o sobre lo pésima que era la programación de la tele, o quizás sobre los gatos de Cándida, que jugaban bajo una de las mesas de la sala. De repente, los dos se callaron y me dijeron al unísono:
- Corriendo un preso escapa...
Tras lo cual no pude evitar soltar una carcajada, pues nunca había oído una frase tan ridícula, ni tan mal construída. Pero tanto el uno como el otro me seguían mirando muy serios, como si acabaran de soltarme una gran verdad cuyo significado se me escapaba por completo.
- ¿No lo estás viendo? - me dijo Gustavo. - Ya está siendo la hora...
- ¿La hora de qué? - le pregunté.
- De estar escapando de tu prisión... y empezando una nueva vida, - me explicó Daniel.
- Pero, ¿se puede saber por qué habláis tan raro? - volví a preguntar.
- ¿No es eso lo que estás deseando? - me dijo Gustavo, haciendo caso omiso a mi pregunta.
Claro, pensé, era hora de escapar: esperar a que cayera la noche, salir de mi habitación sin ser vista, evitando la mirada de las cámaras indiscretas, el sonido de mis pasos amortiguado por los ronquidos y las toses de los vecinos, evitar al guardia de turno, caminar sigilosamente por los pasillos, entrar en el despacho del director, rebuscar entre sus cajones hasta encontrar la llave de la puerta del jardín de atrás, abrir la puerta, salir al exterior, caminar los 82 metros que me separaban de la valla al exterior, trepar por el muro con ayuda de la hiedra, encaramarme a la parte superior del mismo, respirar el olor a libertad, deslizar mi cuerpo hacia el otro lado, dejarme caer unos dos metros, empezar a correr en cualquier dirección, lejos de la residencia, hacia una nueva vida.
- ¿Eva?
Miré a mi alrededor, pero Gustavo y Daniel ya no estaban en la sala. Los gatos de Cándida también habían desaparecido. Sin embargo, alguien me llamaba insistentemente desde más allá de la puerta principal, desde el mundo de los despiertos. Desperté con un “click” y el sobresalto que conllevaba tener la cara de mi abuelo apenas a unos centímetros de la mía, como si acabara de inclinarse sobre mí para acomodar mi cabeza en la almohada. A juzgar por la bandeja con el café descafeinado y las tostadas con mermelada que descansaba en la mesilla de noche, era la hora del desayuno. En la tele un señor vestido de blanco se había animado a enseñarnos una receta de un plato japonés, mientras que el viento agitaba las ramas de los árboles al otro lado de mi ventana.
- Me han dicho que hoy has tenido consulta con el psicólogo... - me comentó el viejecillo, mientras volvía a tomar asiento, tratando de hacerme creer que estaba haciendo una pregunta sin importancia, pero clavando su mirada en mí te tal manera que no cabía duda del interés desmesurado que tenía en mi respuesta.
- Sí, le he estado pidiendo que me enseñara los dibujos... - le dije para quitarle toda importancia a aquella consulta.
- Dibujos, dibujos... ¡bieeeeeeeeeeeeeeen! - oí que me decía Sebas con su voz de pito. ¿Pero de dónde demonios había salido?
- ¿Ah, sí? ¿Y se puede saber qué dibujos te ha enseñado? - me preguntó, intentando que creyera que sólo lo preguntaba para darme conversación.
- Dibujos, dibujos... ¡bieeeeeeeeeeeeeeeen! - repetía Sebas sin cesar.
- Oh, no me ha estado enseñando ninguno demasiado interesante... - le respondí, desconfiando de aquel interés prefabricado, llevándome las manos a los oídos como si aquello pudiera evitar que siguiera oyendo al duende.
- ¿No te habrá enseñado el del “ser humano en consonancia con la Tierra”? - me preguntó al tiempo que volvía a observarme con toda su atención para analizar mi reacción ante aquel ataque por sorpresa.
Sin embargo, aquel torpe intento para derribar mis defensas, se topó con mi rostro, convertido en muro inexpugnable, que lanzó otra pregunta a modo de contraataque:
- Pero, ¿desde cuándo el Ser Humano está viviendo en consonancia con la Tierra?
- ¿Qué? ¿Qué? ¿Quéééééé? - me decía Sebas sin entender nada.
El viejo, sin embargo, no cejó en su empeño de penetrar en mi línea de defensa:
- Y, ¿el del “esclavo de su propia ignorancia”? ¿No te habrá enseñado el de su super heroína en defensa de la salud dental?
- Dibujos, dibujos... ¡bieeeeeeeeeen!
De alguna manera el viejo, que indudablemente era muy listo, parecía haberse enterado de todo, pero daba igual. Ya era tarde porque yo acababa de tensar la cuerda de mi arco y la flecha apuntaba claramente hacia afuera. La lanzaría aquella misma noche y en la residencia Eva ya sería sólo historia.
- Abuelo, ¿te estás encontrando bien? Me estás diciendo unas cosas muy raras, quizás deberías estar viendo al psicólogo también...
- ¿Qué? ¿Qué? ¿Quéééééé? - decía Sebas desde su rincón de mi cabeza.
Ante lo cual mi abuelo se levantó, haciendo temblar la mesilla, la bandeja y la taza de café, que estuvo a punto de volcar. Cuando se encontraba junto al umbral de la puerta, se volvió un momento para preguntar:
- Por cierto, ¿se puede saber por qué hablas hoy tan raro?
Y ya no sé si fue Sebas o si fui yo el que dijo algo así como:
- ¿Qué? ¿Qué? ¿Quéééééé?
Tras lo cual la puerta se cerró de golpe, dando fin a la conversación.

3 de julio de 2011

DDHA.S01E16.Mujer.Frankenstein.odt

Dibujo por Pamp (Creative Commons License)

Paciente (tras dejar escapar un gritito): ¡Dios mío! ¿Pero cómo fuiste capaz?
Psicólogo (atónito): ¿De qué me hablas?
Paciente: No sé, podrías haber recurrido a una web de contactos, como Pilar, cualquier cosa menos esto...
Psicólogo: ¿Eh?
Paciente: ¿No se te ocurrió otra cosa que fabricarte una versión femenina de Frankenstein? ¿A esto le llamas superar un problema: crearte una novia a tu medida, juntando los pedazos rotos de la anterior? Es...
Piiiiiii Pip
Psicólogo (suspirando): Esto lo dibujé cuando tenía doce años. Estaba sentado en la sala del dentista, mientras esperaba mi turno... Tenían que empastarme varias muelas y mi madre me había estado echando la bronca por comer tantos dulces...
Paciente (sin escucharle): Es... egoísta y muy patético. Deberías haber pensado en ella, en lo que sentiría cuando se mirara al espejo y descubriera el monstruo que habías creado.
Psicólogo (pensativo): Dibujé una especie de super heroína, dispuesta a jugarse la vida por la salud dental de los pacientes de la consulta. Sólo le faltaba...
Paciente (saliendo de su ensimismamiento): ¿La capa?
Tac Tac Tac Tac Tac... Cataclack.
Psicólogo (sonriendo al tiempo que recogía la tercera de las cartulinas y la guardaba cuidadosamente en su maletín): Sí, justo eso.
Paciente: ¿No quieres que te diga lo que había en el dibujo?
Psicólogo (sin dejar de sonreir): No, no hace falta. Ya está.
Paciente (sin comprender nada): Tu mujer Frankenstein va a terminar armándola bien gorda, ya verás. No deberías haber hecho algo así.
Psicólogo: No hay ninguna mujer Frankenstein, Eva. No te preocupes...