30 de diciembre de 2010

DDHA.S01E02.Play.Pause.Rewind.Play.Stop.odt


PLAY. Quedé sumida en un profundo sueño y cuando volví a despertar sólo sabía que era la hora del té. A mi izquierda se sentaba una viejecilla de aspecto frágil, que se sirvió de un leve gesto para ofrecerme una infusión y unas galletas de aspecto insípido. Tenía ojos claros, una naricilla respingona y una boca muy grande cuyos labios estaban pintados de un rojo intenso. Su dentadura postiza me sonreía con dulzura y pensé que no me importaría que fuera mi abuela. A mi derecha se sentaba el viejo del bigote y gafas de la escena anterior. El periódico que su mano izquierda acababa de dejar caer al suelo estaba casi tan arrugado como su propia cara. El sonido de la lluvia que caía al otro lado de la ventana se mezclaba con el de la vieja tele, cuya pantalla nos traía anuncios de juguetes y perfumes pintados de color verde. Me dije que la Navidad debía de estar próxima y que el televisor no funcionaba bien.
- Hola Eva, ¿qué tal te encuentras hoy? - me preguntó el viejo, al que le crujieron todos y cada uno de sus huesos desgastados al agacharse para recoger el periódico. Aunque se apresurara a volver a esconderlo en la chaqueta raída que colgaba de su silla, los escasos segundos que el periódico necesitó para recorrer el trayecto entre el suelo y la chaqueta me bastaron para averiguar dos cosas: que era 16 de diciembre del año 2009 y que la NASA acababa de lanzar un telescopio espacial para realizar un mapa completo del cielo en el infrarrojo.
- ¿Eva? - insistió aquel señor clavando sus ojos en los míos.
Si hubiera podido leerme el pensamiento, habría sabido que me preocupaba el hecho de que la NASA contara con tan solo nueve meses para la misión porque ese era el tiempo en que tardaría en agotarse el refrigerante de los detectores del telescopio. De hecho, incluso llegué a abrir la boca para explicarle con todo lujo de detalle lo que deberían haber hecho para evitar el problema, pero, por suerte, mi sentido común intervino pulsando la tecla de la pausa, tras lo cual rebobiné hasta el momento en que me había formulado la pregunta y para cuando volví a darle al PLAY, fui capaz de improvisar un comentario más propio de una paciente postrada en la cama de un hospital.
- ¿Kién ez? - pregunté al viejecillo señalando a la señora de las galletas y el té. - ¿Mi havuela?
Y recuerdo que él se rió y que le faltaban dos dientes.
- No, no... Yo soy tu abuelo, - me aclaró. - Ella sólo es Sofía, mi secretaría, ¿no la recuerdas?
Sofía, que era demasiado vieja para poder ser la secretaria de nadie, nos sonrió sin decir palabra y se comió una de mis galletas. Yo me volví a dormir y en mis sueños les oí comentar algo acerca de un reajuste. Sí, eso era precisamente lo que necesitaba la tele. STOP.

23 de diciembre de 2010

DDHA.S01E01.Pilot.hdtv.xvid-fqm.odt

Bueno, esto va a ser como tirarse a una piscina sin saber si hay agua en ella... Hace como siglos que empecé a escribir una historia larga que está aún sin acabar. La idea es ir poniendo un capítulo por semana a partir de hoy mismo. Me encantaría pensar que este es el piloto de "Dexter", pero me conformo con que no sea "Perdidos", que no hizo más que degenerar, o "Invasión", una serie muy chula que nos las dejaron a medias...

Foto cedida por Fefegg (copyright)


Lo primero que recuerdo es un pitido seguido de un pantallazo en blanco y una especie de "cataclak". A continuación un silencio sepulcral, un escalofrío recorriendo mi espalda, una sensación de vértigo que me hizo perder el equilibrio y precipitarme al vacío, sin nada a lo que aferrarme para volver a cualquiera que fuese mi realidad. Presa del pánico, desesperé tratando de recordar quién era o cómo había llegado hasta allí, pero mi cabeza estaba tan hueca como aquel pozo por el que caía a velocidad vertiginosa. Mi instinto, o lo poco que quedaba de él, me gritó que me preparara para el fuerte impacto que precedería a ese pantallazo en negro llamado "muerte". Sin embargo, los segundos y minutos fueron amontonándose sin que pasara nada. Cuando ya empezaba a dudar de que aquella caída fuera a tener un final, creí distinguir a lo lejos unas sombras grises, que al principio apenas podían diferenciarse del blanco imperante, pero que, poco a poco, fueron adquiriendo forma hasta dibujar claramente el contorno de tres figuras que se inclinaban sobre mí balbuceando. Sus voces distorsionadas me llegaban como ecos lejanos provenientes de una emisora de radio mal sintonizada. De modo que alargué mis manos buscando la rueda y cuando por fin la encontré la giré hasta lograr que esas voces se volvieran inteligibles.
- Hola, ¿sabes dónde estás? - me preguntó un cincuentón mal afeitado y algo sudoroso, embutido en una bata blanca.
Aquello era la habitación de un hospital, aquel tenía que ser un médico y yo debía de ser una de sus pacientes, postrada en cama por motivos que desconocía. Intenté incorporarme, pero ninguno de mis músculos obedeció aquella orden aparentemente tan sencilla.
- ¿Recuerdas algo del accidente? - me preguntó un viejo diminuto con gafas de cristales muy gruesos y enorme bigote blanco. No llevaba bata, ¿quién piiiiiiiiiii era?
- ¿Ké? - logré decir al tiempo que me sorprendía descubriendo el sonido de mi propia voz.
- Está confundida... - dijo entonces la mujer grandota disfrazada de enfermera que les acompañaba. - Quizás sea mejor que volvamos más tarde.
De modo que aquellos tres desconocidos, que luego supe que eran el doctor García, mi abuelo y la enfermera González se marcharon, dejándome sola en aquella habitación de un geriátrico en la que volví a nacer a la edad de veintiocho años. Me llamaba Eva y había sobrevivido milagrosamente a un accidente de tráfico que había reseteado mi cabeza. Pip.