31 de diciembre de 2007

do re MI

Foto por Fabbriciuse (CC Some Rights Reserved)

- ¿Qué es esto? - le grité indignida a ese tipejo al que mis hermanos llamaban primo. - ¡Te dije que no entraras en mi habitación! ¡No me gusta que toquen mis cosas!!
Pero él ni siquiera se dignó a levantar la vista, siguió clavando mis tornillos en esa naranja proveniente de alguna huerta cochambrosa... Eran mis tornillos, me los habían regalado a mí esa misma noche... Lo recordaba perfectamente: estaban en esa cajita roja de terciopelo, debajo del árbol vestido de fiesta. Me había esperado un colgante, un anillo, unos pendientes... cualquier cosa salvo esos deliciosos tornillos. En el cartelito blanco ponía claramente mi nombre con letras góticas, todos lo habían visto. Ahora no habría quién se los comiera...
Ya sólo les veíamos una vez al año, pero tenía que saber que nunca me habían gustado las naranjas. Lo había hecho sólo para fastidiarme, para que empezara el año con mal sabor de boca. Por más que los lavara ya no habría quién les quitara ese horrible sabor. Le odiaba a él, les odiaba a todos. Eran estúpidos, no sé por qué teníamos que seguir viéndoles año tras año. Nuestro parentesco era un mero accidente, una mala jugada del destino.
Por cierto, ¿cómo se llamaba? Y, ¿por qué llevaba una gorra? ¿Acaso se estaba quedando calvo? ¿Nadie le había dicho que era de mala educación dejarse la gorra puesta dentro de casa?
Cuando colocó el último de mis tornillos en la naranja, admiró su obra durante unos segundos y me dijo:
- ¿Para qué querías los tornillos? ¿Ibas a comértelos?
Y se rió como si acabara de contar un buen chiste. Pero era una risa hueca que no tenía ni pizca de gracia. Más bien de esas que te daban ganas de dejar caer la naranja al suelo, con tornillos y todo, y aplastarla con el pie hasta convertirla en zumo.
En un arrebato de cólera, alargué la mano y le quité la gorra dejando al descubieto una bola de billar perfecta. Inmediatamente se interrumpió la risa. Me llevé la mano a la boca, horrorizada. ¡No le quedaba ningún tornillo en la cabeza! Entonces me ofreció la naranja diciéndome:
- ¿Me los puedes volver a poner en su sitio? Yo no sería capaz.
- ¡Pero si saben a naranja! - apenas pude responder.
- Da igual, pensé que me daría una nueva perspectiva sobre la vida.
Así que fui sacando uno a uno los tornillos y se los fui encajando en la cabeza. Me dejó que me comiera los dos que habían sobrado mientras él se hacía un zumo con los restos de la naranja. Luego se acercó y me susurró:
- Me han entrado ganas de jugar al billar, ¿te vienes?

No hay comentarios: