28 de febrero de 2008

Historia de una Historia

Imagen por shchukin (CC Some Rights Reserved)

Fue allá por el año 2000 cuando José Javier (para el resto del mundo JJ) me quiso sorprender regalándome una casita en una Isla del Pacífico. La alegría me duró bien poco, pues, como de costumbre, se trajo el trabajo a casa. Y con eso me refiero a tres guionistas, al director de fotografía, a un par de productores… En total unos diez tipos super aburridos que se pasaba las horas muertas en el salón de casa, bebiéndose toda la cerveza de la nevera y tratando de desarrollar ideas tan absurdas como hacer una serie centrada en un grupo de jubilados que, haciendo un crucero por el Pacífico, acaban naufragando en una isla desierta donde se producen sucesos paranormales. Evidentemente hubiese sido un completo fracaso, pero, por suerte, allí estaba yo para salvar la situación: una ama de casa de cuarenta años a cargo de una plantilla de cinco criadas, una cocinera, una estilista, dos niños y un marido, con amplia experiencia como televidente. Así que una tarde tormentosa al volver del super (gran fuente de inspiración para toda ama de casa que se precie), les sugerí que sustituyeran a los viejos por un equipo de baloncesto y sus porristas, que iba a resultar más atractivo para el público y mucho más barato ya sólo por lo que se ahorrarían en cirugía estética. “¿Qué es una porrista?” se le ocurrió preguntar a uno de los guionistas. No recuerdo su nombre, porque su despido fue tan fulminante que cinco minutos después ya había desaparecido de mi casa como por arte de magia. Ese fue un momento auténticamente crucial para la serie, pues al día siguiente trajeron a Juan para sustituirle. Él se hizo en seguida con las riendas de la historia y pronto lo tuvo más claro que el resto del equipo, incluso más claro que mi marido y yo. Juan fue el principal artífice de las ideas estrambóticas que dieron un éxito tan apabullante a la primera temporada, en la que literalmente arrasamos en los índices de audiencia. Sólo a él se le ocurrieron cosas tan geniales como dotar de super poderes a los jabalíes de la isla, la creación de una liga de baloncesto que enfrentó al grupo de protagonistas al resto de equipos formados por los nativos de la isla, el embarazo masivo de porristas vírgenes... o la tentativa de llegar a la isla vecina en una balsa hecha a base de botellas de detergente caducado. La trama fue calificada por algunos periodistas como una auténtica obra de arte. Recuerdo como si fuera ayer, el rodaje de los exteriores en la playita de abajo, la ida y venida de los actores, las partidas de póker a la luz de las hogueras, las orgías… Fue una etapa de mi vida que los niños y yo nunca olvidaremos. La temporada se cerró con grandes interrogantes y una audiencia fiel, devanándose los sesos por desentrañar los enigmas planteados por Juan, al que no le importó permanecer en el anonimato, dejando que José Javier se llevara todos los méritos. Evidentemente, Juan esperaba ser recompensado económicamente tras este éxito, pero la productora, que ni siquiera sabía quién era, no le subió ni lo del IPC, lo que le indignó de sobremanera, más aún cuando se enteró de lo que le habían pagado a alguno de esos actores descerebrados para que renovaran por una temporada más.
Durante la segunda temporada el equipo era básicamente el mismo, pero mi marido, metido siempre en una decena de proyectos a la vez, dejó que otro se responsabilizara de la dirección de la serie. Juan continuó en plantilla, pero se notaba que había perdido el entusiasmo por el proyecto. “Esto pinta mal”, le dije a José Javier en una de nuestras conversaciones telefónicas, “Juan es el único que sabe lo que hay detrás de esta historia y cualquier día nos va a dar el plantón. Yo que tú buscaba la manera de sonsacarle antes de que sea demasiado tarde.” A mi marido no se le ocurrió otra cosa que pagar a una de las porristas para que le camelara, una de esas con mucha fachada pero poco más que serrín en el tejado. Como no podía ser de otra manera, la operación fue un auténtico fracaso: Juan siguió igual de hermético que de costumbre y la porrista desapareció llevándose el dinero. Mientras, se seguía desarrollando el rodaje de la segunda temporada, que acabó hacia finales del verano. Los interrogantes sobre la isla no hicieron más que aumentar: aparecieron fantasmas del pasado, hubo viajes en el tiempo, e incluso incorporaron a un grupo de vampiros vegetarianos. La temporada acabó manteniendo la audiencia y en los foros de internet la tensión, que no había hecho más que aumentar, ya podía cortarse con un cuchillo. La productora, en su línea, volvió a subir los sueldos a los actores e ignoró al equipo de guionistas. Harto de la situación, Juan se fugó llevándose consigo al capitán del equipo de baloncesto. Ese fue el principio del fin. No sólo tuvimos que inventar una estrategia para explicar a la audiencia la desaparición del protagonista, sino que tuvimos que contratar a dos guionistas para suplir a Juan. Estos hicieron lo que pudieron por sacar adelante la historia durante la tercera temporada, pero la verdad es que, por más horas extras que hicieron, fueron incapaces de mantener el nivel de la trama. La audiencia no tardó nada en percatarse de que los guionistas de la serie no tenían ni pajolera idea de cómo salir del berenjenal en que Juan les había metido. Nuestras mentes pensantes, incapaces de resolver los numerosos enigmas, trataron de desviar la atención del público planteando nuevos interrogantes, que, por lo demás, eran cada vez menos ingeniosos. Los televidentes, que no tenían un pelo de tontos, nos empezaron a dar la espalda. Los guionistas acabaron la temporada quemadísimos, atreviéndose a enviar a la productora una lista de peticiones que viajó directa a la papelera más próxima. Les respondieron que, dado el fracaso de la tercera temporada, no estaban en posición de pedir nada. Al poco, dos de ellos nos comunicaron su renuncia inmediata. José Javier dijo que ya estaba bien de aguantar a tanto guionista incompetente y no quiso contratar a nadie para sustituirles, con lo que el equipo se quedó reducido a tres conspiradores que decidieron terminar de arruinar la serie, convirtiéndola en el absurdo que es ahora. Los jugadores de baloncesto han desaparecido en la espesura de la selva, las porristas se han liado con los vampiros, de los jabalíes ya no se sabe nada, pero se sospecha que se han ido en el primer barco que salía hacia tierra firme… Para cuando empezó la huelga de guionistas teníamos material para ocho capítulos que eran una auténtica mierda. Pese a todo, rodaron el material, con un resultado auténticamente desastroso, que se debe de estar emitiéndose en estos momentos. La audiencia, que no perdona, huye despavorida hacia otras cadenas de televisión con productos de mayor calidad… Ahora que la huelga ha acabado pretenden rodar el resto de la serie a contrarreloj, pero yo me estoy oliendo una posible cancelación de la misma. A mi marido, metido ahora en el mundo del cine, se la trae floja, pero yo no he conseguido superarlo. Vendí la casita de la playa hace unos meses y ahora vago por el mundo en busca de Juan y de su novio. He estado ya en Nicaragua, Venezuela, Vietnam, Sudáfrica… pero siempre se me escapan cuando parece que les tengo al alcance de la mano. Sin embargo, no pierdo la esperanza de dar con ellos algún día: necesito que Juan me cuente, de una vez por todas, qué era lo que había detrás de su historia. Si alguno de vosotros sabe dónde encontrarles, ruego se comunique conmigo. Ofrezco una jugosa recompensa por cualquier tipo de información que me ayude a dar con ellos.

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