14 de junio de 2008

El fin del mundo, como poco


A mí lo que más me fastidia es que ése vaya a caballo y que a mí me toque ir a pie. Después de todo, salta a la vista que está en mejores condiciones físicas que yo. Es alto, esbelto e incluso diría que guapo. Mientras que yo, que no me he atrevido ni a mirarme al espejo desde la hecatombe, ando falto de una pierna y tengo un agujero bastante sospechoso en la cabeza por el que se me escapan las pocas ideas que tengo. Llevo ya varias horas siguiéndoles a la pata coja y no veas cómo cansa. Encima tiene la cara de decir delante del caballo que les estoy retrasando. Esos aires de aristócrata que tiene van a terminar con mi paciencia y cuando menos se lo espere, igual acabo con él a bocados. Pero no, no me debo dejar llevar por mis impulsos salvajes. De una forma u otra, tengo que asegurarme de que alcance su objetivo y de que lo haga de una pieza. Me apunté a esta excursión tan aburrida porque tanto él como los suyos no son de fiar, así que uno de nosotros tiene que estar allí cuando llegue al final. He de confesar que un fallo grave de memoria me ha hecho olvidar qué es lo que estamos buscando, pero procuro que no se de cuenta. Cuando lo encontremos, ya improvisaré. Ahora sólo sé que emprendimos viaje hace una eternidad, que la noche nunca se acaba y que este bosque por el que andamos me da mala espina. Me siento observado por ojillos maliciosos.

La oscuridad sobrevino un día de pleno verano y nos convirtió en esto que somos ahora. Fueron pocos los que sobrevivieron. Quedamos nosotros, que tomamos el control de la situación; los tullidos, como ese imbécil que me sigue desde hace horas a la pata coja, prescindibles en muchos sentidos, pero demasiado numerosos para no tenerles en cuenta; algunos humanos, cuyo número pronto quedó reducido a poco más que cero, bien porque les aniquiláramos o simplemente porque huyeron hacia tierras recónditas; y caballos como este sobre el que cabalgo, aparentemente inmunes a eso que nos transformó. Tras esa primera etapa de confusión en que cada uno asimiló la catástrofe como pudo, hubo algunos de los nuestros que consideraron esto una bendición. Pero la fiesta les duró bien poco. La comida comenzó a escasear muy pronto y hubo que tomar decisiones drásticas, que pasaron por un incómodo racionamiento de alimentos. Los tullidos, que empezaban a ponerse nerviosos, sugirieron que nos comiéramos a los caballos, pero conseguimos hacerles entrar en razón. Aunque todos nos sintiéramos mucho más a gusto viviendo al abrigo de la oscuridad, estaba claro que sólo teníamos futuro en un mundo iluminado por el sol. Mis jefes me encomendaron la misión de encontrar ese mundo, si es que aún existe. Los tullidos mandaron a este representante suyo tan poco afortunado y al caballo, que se presentó por sí sólo, le permití que se nos uniera bajo la condición de que me dejara montarle. En todo caso, está bien llevar consigo una pequeña reserva de comida por si las cosas se pusieran feas. El bosque es muy denso y oscuro. Nos persiguen sombras silenciosas. Creo que le voy a dar un pequeño mordisco al caballo, no creo que ni se dé cuenta.

Ya me está mordiendo otra vez el desgraciado... No debería haber dejado que se me subiera encima, pero está claro que uno de los dos iba a hacerlo y la idea de que fuera el zombi no me atraía para nada. Su cuerpo se está descomponiendo por momentos y huele fatal, así que no quería tenerle cerca. El otro, que va de duque o algo así, ya me ha mordido varias veces y prefiero no pensar en los efectos secundarios que pueda tener. Probablemente me termine convirtiendo en uno de ellos, pero lo único que importa es que salgamos de aquí cuanto antes para que pueda cumplir una misión mucho más importante que la de estos dos inútiles, que sólo piensan con el estómago. Aquí soy el único que sabe de qué va la movida porque yo estaba allí cuando pusieron en marcha ese cacharro al que mi dueño, que en paz descanse, llamaba "Gran Colisionador de Hadrones". Recuerdo, como si fuera ayer, la última vez que se bajó de mi grupa, tras dejarme aparcado junto a la entrada principal de aquel complejo científico. Me dió una palmadita en el cuello y se alejó silbando porque aquel era su gran día. Tanto él como sus compañeros estaban emocionados ante las posibilidades que podría abrir aquel experimento, cuyo complejo desarrollo había podido seguir muy de cerca. El sitio estaba lleno de gente nerviosa que iba y venía, hasta que, cuando llegó la hora, se produjo aquella sobrecogedora explosión silenciosa. El mundo pareció detenerse durante unos segundos, tras los cuales una columna de humo negro y espeso ascendió hacia el cielo, privándonos de la luz del sol. No sabía qué era aquello, pero lo impregnó todo, transformándolo, mutando a los escasos supervivientes, que salían del edificio con aspecto desfavorecido y digno de muy poca confianza. Él salió también y daba pena verle. Creo que estaba ya muerto, pero que había hecho un último esfuerzo para decirme sus palabras póstumas. Se me acercó con la cara desencajada y me habló al oído con voz entrecortada. "Escúchame con atención" me dijo. "Y no pongas esa cara de bobo, que sé perfectamente que me entiendes." Tras lo cual respiró profundamente para recuperar fuerzas y añadió: "Sal de aquí como sea y cuéntale al mundo lo que ha ocurrido para que esto no vuelva a repetirse." Cuando iba a protestar diciéndole que quién escucharía a un simple caballo, me encontré con que lo poco que quedaba de él ya se había derrumbado a mis pies. Desde entonces he vagado por ahí, tratando de encontrar una vía de escape que espero que me procuren estos dos. Caminamos por un sendero desdibujado entre árboles que se susurran cosas al oído. Nos siguen dos periodistas desde hace un rato. Para mí que son inmunes a todo.

A mí no me pareció buena idea seguir a esos tres, pero sólo soy un mandado, así que agaché la cabeza, me puse la cámara al hombro y seguí a Marga sin decir ni mú. Total, no teníamos otra cosa que hacer... Habíamos ido a Suiza para cubrir la noticia del dichoso colisionador y aunque las partículas aceleradas dieron un espectáculo de alucine, creo que no produjeron los efectos deseados. Pero eso no fue nada comparado con la bronca de Marga cuando se enteró de que mi cámara no había captado las imágenes más espectaculares por una extraña interferencia que yo tenía que haber previsto. Por suerte, la pude arreglar a tiempo para grabar la carnicería que sucedió a aquel experimento fallido. Los pocos humanos que habíamos sobrevivido fuimos perseguidos implacablemente por lo que calificamos como zombis o vampiros, según fueran más o menos agraciados, pues en lo que a su grado de voracidad se refería estaban sin duda a la par. Al poco, los cazadores debieron de quedarse sin presas e iniciaron largos debates que concluyeron con la puesta en marcha de una pequeña expedición formada por aquellos dos exploradores, a los que pronto se les unió el caballo... Caminamos durante horas interminables por un bosque espeso, siguiéndoles a cierta distancia, procurando que no nos descubrieran. Pero pronto los árboles empezaron a escasear y el cielo, que clareaba poco a poco, anunciaba la llegada del inminente amanacer. Me pregunté qué les impediría vernos en adelante y fue entonces cuando el caballo se detuvo en seco y supe que nos habían descubierto.

Roberto, que estaba cagado de miedo, se escondió tras su cámara, como hacía siempre, y dejó que yo solita me enfrentara a esos tres. El jinete, que parecía el jefe, se apeó del caballo y se nos acercó relamiéndose los labios al tiempo que preguntaba que qué hacíamos allí. Me apresuré a decirle que estábamos cubriendo aquella noticia para un medio importante y le pregunté si estaría interesado en una entrevista. El caballo, que hasta entonces había permanecido en silencio, se adelantó y dijo: "Yo tengo algo importante que decir, señorita. El mundo tiene que saber qué es lo que ha ocurrido para que la tragedia no se repita." "Pero, vamos a ver," le contesté. "¿Me estás hablando de un reportaje en profundidad, de ir más allá de los puros hechos, de detallar las posibles causas y consecuencias, de levantar llagas, de acusar a los culpables para que paguen por sus errores...?" Tras comprobar que había captado la atención de mi público, suspiré profundamente y pronuncié las que serían mis últimas palabras: "Pero, ¿a quién le interesa eso? La gente lo que quiere es la vertiente macabra, hombre. Sangre, lamentos, gritos... Lo demás se la suda. ¿En qué mundo vives?"

Tiene razón, toda la razón del mundo. Sangre, lamentos, gritos... Eso es lo que quieren y lo que vamos a darles. A ella nos la zampamos ahí mismo mientras su compañero seguía filmando con manos temblorosas. Lamentablemente se subió al caballo antes de que pudiéramos ponerle las garras encima. Salieron al galope y pronto les perdimos de vista. Es igual, hagan lo que hagan es probable que ya sea tarde para detenernos. Ahora el tullido y yo debemos volver sobre nuestros pasos para poder contarles a nuestros colegas que hemos encontrado ese mundo con días y noches sobre el que pronto nos abalanzaremos para devorarlo. Les daremos toda la sangre que quieren y por primera vez tendrán buenos motivos para estar cagados de miedo cada vez que se ponga el sol.

Salí a por unas pizzas en el intermedio del partido y por el camino iba repitiendo el pedido mentalmente: que si una de anchoas, que si otra con cebolla, que si la otra con carne, que si una cola normal, que si dos light, que si ocho cervezas... Podría habérmelo apuntado, pero me había puesto chulito y les había asegurado a todos que era perfectamente capaz de retener toda aquella información en la memoria. Sin embargo, era bastante obvio que no iba a poder. A los pocos metros confundía las anchoas con las aceitunas y al llegar a la pizzería ya sólo me acordaba de la salsa barbacoa, que era precisamente lo único que nadie quería en su pizza. Así que cuando la rubia del mostrador me preguntó que qué quería, le pedí cinco "especiales", que no sabía de qué iban, pero que probablemente tendrían de todo. Era mejor ir sobre seguro: que cada uno quitara lo que le sobrara. Entonces ella, con la vista fija en algo que había a mis espaldas, señaló con el dedo y me preguntó: "¿Pero qué es eso?" Y entonces fue cuando me volví y vi aquella masa enorme de manifestantes andrajosos que avanzaba lenta por la calle, sin pancartas, policía ni nada. Y tras ellos un grupo más reducido de jinetes pálidos que parecían dirigir el cotarro dando instrucciones a los torpes de abajo. Algunos vecinos se acercaron a aquellos desconocidos para interesarse por el motivo de la protesta. Craso error, pues inmediatamente los forasteros se abalanzaron sobre ellos para devorarlos sin contemplaciones. "Oye," le dije a la chica. "Creo que al final no voy a querer ninguna pizza." Tras lo cual, salimos por la puerta trasera y corrimos sin parar hasta quedarnos sin aliento. Cuando habíamos dejado bien atrás al pueblo, nos detuvimos en seco al acordarnos repentinamente de nuestros familiares y amigos. Pero cuando tratamos de advertirles llámandoles desde nuestros móviles ya no obtuvimos respuesta alguna. En el pueblo de al lado no nos creyeron: "Ya nos han contado la película un periodista y su caballo parlanchín, no nos vengais con cuentos también vosotros." Fijo que lamentaron sus palabras cuando horas más tarde aquella marea oscura les sobrevino también a ellos. Esther y yo no nos damos por vencidos. Seguimos corriendo con la muerte en los mismísimos talones. Quizás alguien nos crea algún día. O quizás encontremos a ese cámara y al caballo y los cuatro juntos podamos ejercer la fuerza necesaria para hacernos oir. Pero ahora os tengo que dejar. Está oscureciendo y más nos vale ocultarnos pronto. Nunca se sabe quién puede estar acechándonos al abrigo de la oscuridad.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me encantan las historias de zombies, jejeje, alguien me dijo que no tienen nada que ver con los hombres lobo. Al menos está claro que los zombies pueden existir.
Cada dia el relato está más interesante: 28 días después, 28 semanas después, 30 días de oscuridad, soy leyenda... ¿Esto está tomando matices de super producción hollywoodiense? :)

Natalia dijo...

¡Uy, sí! Las historias de zombis molan un montón. A lo mejor un día tendría que hacer una novela entera y pasársela a George A. Romero, tal como me ha sugerido Alex... ja, ja, ja...

Anónimo dijo...

Sisisisisisi

Me a ver si asi me pillan de zombie XD

Muy bien Nati! Cada dia te superas :D