24 de febrero de 2008

Mi versión de los hechos


Algunos os preguntareis por qué mi querida amiga Eva se saltó la parte con chicha de la historia, pero yo os lo diré en pocas palabras: en primer lugar porque jamás ha sido capaz de darle agilidad a una escena de acción, así que se las salta a la torera; en segundo lugar porque los detalles macrabos que se produjeron entre nuestra entrada en la casa y su precipitada huída la hubiesen puesto en evidencia. Soy la clara prueba de que es una asesina y el hecho de que sea un muerto viviente no la disculpa en absoluto. El hecho es que estoy muerto. La condeno por haberme convertido en esta cosa, pero también por haberse llevado a Diane. No tenía derecho. Sabía perfectamente que teníamos una relación muy especial y hubiese sido un gran alivio tener su compañía en estos momentos tan difíciles.
Para que os hagais una idea de lo poco fidedigna que es la versión de los hechos de Eva, voy a comenzar aclarando algunos errores, fruto de su falta de profesionalidad. Como todos sabemos, cualquier periodista que se precie debe contrastar la información que publica, pero a ella eso siempre se la ha traído floja:
1/El Ford rojo que menciona era realmente un Citroen negro. Entiendo que confunda la marca de los coches, pero lo del color ya me parece bastante más grave.
2/Mi cámara no tenía 4 píxeles, tal como ella afirma, sino 8. Y además siempre hemos estado perfectamente compenetrados. Lo que llama fotos desenfocadas, eran fotos artísticas más allá del alcance de su comprensión y sensibilidad.
3/El Sr Stromberg no tenía 93 años, sino 72, aunque aparentara 61.
4/Su libro se titula "Zombis, la plaga de nuestro siglo" así que Eva no pudo sorprenderse al conocer el tema de la obra, cuyo título sí que conocíamos de antemano. De hecho, estoy convencido de que incluso se lo había leído antes de la entrevista, aunque le diera vergüenza confesarlo.
Efectivamente llegamos al pueblo en torno a las seis de la tarde y nos dirigimos a casa del viejo, que nos estaba esperando en la puerta. Tal como contaba Eva, nos enseñó toda su casa como si quisiera vendérnosla. Y aquí llegamos a uno de los momentos cruciales de la historia: ¿por qué me pidió que fotografiara aquella estatua tan horrible? En ese momento pensé que le había parecido tan rocambolesca que consideró que merecía una foto, pero lo cierto es que en ese momento Stromberg y ella se adelantaron unos metros y empezaron a cuchichear. Creo que fue entonces cuando Eva le hizo partícipe de su plan, que consistía en transformarme en lo que soy ante sus propios ojos para tener un reportaje en exclusiva que le diera el éxito con el que soñaba. Mi alergia al polvo fue una excusa perfecta para ofrecerme ese brebaje que calmó la tos pero que produjo los efectos secundarios que ya conoceis. Primero me empezó a doler la cabeza, luego llegó el sudor frío, el mareo, las nauseas... Eva me miraba con tal impasibilidad que comprendí que aquello había sido obra suya. Le dije un alto y claro "¿qué has hecho?" que ha omitido descaradamente para no inculparse. No he perdido el don de la palabra, aunque es cierto que no puedo pronunciar muchas consonantes y tengo la mala costumbre de convertir a todas las palabras en esdrújulas, tengan el número de sílabas que tengan. Ya sólo veo en blanco y negro, lo que es chulo de a ratos, pero que a la larga aburre. Echo de menos el rojo y el celeste. Me he hecho vegetariano y duermo muchas horas, aunque preferiblemente durante el día.
La cuestión es que le pedí a Eva que me ayudara, pero a ella le entró el pánico y se abalanzó sobre mi cartera en busca de las llaves del coche. Traté de agarrarla cuando la tuve a mano, pero me faltaban fuerzas y me dió tal porrazo que caí de bruces al suelo. "¡Eva!" le dije "¡no me dejes aquí con este loco!". Pero ella ya había comenzado a correr hacia la puerta, mientras Stromberg le repetía que yo era inofensivo, que a qué venían tantas prisas. No, yo no era el peligroso, el peligroso era él, que parecía poca cosa, pero vaya como arreaba cuando se agarraba uno de sus cabreos. Presa de la desesperación, recuperé fuerzas de donde no las había y me fui tras ella, pero no lo rápido que hubiese deseado. Si hay zombis rápidos y lentos, pues yo soy de los lentos. De esos de los que te dan tiempo de sobra para escapar, que caminan despacio, con los brazos levantados hacia delante. La verdad es que doy un poco de pena y procuro no mirarme mucho al espejo para que no me entre una depresión (ser un zombi depresivo ya sería el colmo del absurdo, no se podría caer más bajo). Cuando llegué al umbral de la puerta, ella ya estaba dentro del Citroen, tratando de arrancarlo. Los quejidos del motor habían llamado la atención de algunos de mis congéneres, que se acercaban lentamente, balbuceando, brazos extendidos, apestanto tanto o más que yo... y esos sí que no eran vegetarianos. Aceleraron algo el paso cuando vieron que podían darse un festín a base de la periodista. Entonces ella bajo la ventanilla y me pidió que la ayudara a salir de ahí. "No le hagas caso", me dijo Stromberg a mis espaldas, "es una perra traidora, no puedes fiarte de ella." Pero Eva sabía que yo haría cualquier cosa por recuperar a Diane. "Si me ayudas a salir de aquí, puedes quedártela." Y, tonto de mí, me dejé engañar de nuevo. Haciendo un esfuerzo sobrehumano, logré llegar al coche antes que los otros (el truco está en bajar los brazos y mantenerlos pegados al cuerpo, lo que resulta más aerodinámico). Ella se hizo a un lado por asco y para dejarme sitio al volante. Arranqué el coche en un plis y como había perdido las facultades como conductor me llevé a un par de zombis por delante. Me quise parar a ayudarles, porque creía recordar que era lo correcto, pero Eva me dijo: "¡Bah, déjalo! Total, ya estaban muertos, ¿no?" Cuando salimos del pueblo, mis fuerzas volvieron a flaquear y tuve que detener el coche a causa de un mareo. Ella aprovechó ese momento de debilidad para pasar por encima mía, abrir la portezuela del Citroen y tirarme a la cuneta de un empujón. Tras lo cual, cerró la puerta y me dedicó una mirada despectiva al tiempo que decía: "¿No pensarías que te iba a dejar a Diane, bobo?" Y esa fue la última vez que la vi. Aceleró y desapareció para siempre de mi vida. Desde entonces no he vuelto a ver la luz del sol. Durante un tiempo mis compañeros y yo vivimos con miedo, pensando en las repercusiones que pudiera tener su historia. Pero supongo que no la creyeron. Encabecé una pequeña revuelta que acabó con la extraña desaparición de Stromberg. Ahora el pueblo es nuestro. Me he echado una novia, que tiene mejor aspecto que yo, y estamos pensando en formar familia. Es decir, a ella le gustaría tener dos o tres hijos y no le digo que no por no disgustarla, pero la verdad que me da miedo pensar en el aspecto que puedan tener. A veces me acuerdo de Diane y de mi vida anterior, pero cada vez menos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

ésta me ha encantado, me he estado riendo un buen rato!

Laurita S. dijo...

JAJAJA Ya sé como correr más deprisa si me convierto en zombi