1 de marzo de 2009

Máscaras

Foto por Fefegg (Copyright) para este blog


Digamos que en mi mundo era carnaval todos los días y que no nos quitábamos la máscara ni para dormir; que, de hecho, lo hacíamos únicamente en esas contadas ocasiones en que conocíamos a ese alguien especial que nos hiciera "tilín”. Recordábamos la primera vez que nos desenmascarábamos como vosotros el primer beso, una experiencia mágica con la que martirizar a nuestros nietos en los años venideros.
Recuerdo como si fuera ayer el día en que me quité la máscara por primera vez. Yo era una jovencita de 52 años y él se llamaba Gorrlaus. Era un profesor de historia de mi facultad, que me había invitado a su casa para discutir no sé qué trabajo que a mí me importaba un bledo, pero que era la excusa perfecta para desenmascararnos. Mentalmente ya anticipaba mi conversación del día siguiente con mi amiga Tuuli, su sana envidia, la palmadita en la espalda de mi madre al enterarse de que su hija ya era toda una "mujer"… Sin embargo, las cosas no fueron como esperaba: ni bien me quité la dichosa máscara, Gorrlaus lanzó tal carcajada que mi alma se vino literalmente al suelo. Muerta de vergüenza, me precipité al espejo más próximo para descubrir el motivo de aquel ataque de risa imparable.
Es difícil describir con palabras el horror que sentí al descubrir mi propio reflejo: me encontraba ante un cuerpo deforme, desprovisto de escamas y con apenas unos penachos de pelo mal dispuestos; un tronco endeble del que salían cuatro tentáculos acabados en unas ridículas pezuñas; y una horrible pelota por cabeza, con una boca minúscula, un único par de ojos y esos horripilantes pabellones auditivos que competían en fealdad con una trompa reducida a la mínima expresión… Eso no tenía nombre y ESO era yo.
¿Qué dios de mente retorcida podría haber creado aquella aberración de la naturaleza y seguir viviendo tras la magnitud de su fracaso? ¿Cómo explicárselo a mis amigas, a mi familia...? Y aún peor, ¿cómo volver a desenmascararme ante nadie?
Sin dejar de reir, Gorrlaus me prometió entre lágrimas que no se lo diría a nadie y me sugirió que hablara con mi madre, que alguna explicación tendría para aquel estropicio.
De mi madre una se podía esperar cualquier cosa. A saber ante quién se habría quitado la máscara en uno de aquellos largos y tediosos viajes estelares, para que dos meses después saliera yo del cascarón, aquel auténtico monstruo al que se habría apresurado a poner la máscara, sin importarle el trauma que pudiera causarme a mí, su propia hija, al desenmascararme 52 años más tarde ante mi primer “alguien especial”.
La encontré en la terminal de autobuses espaciales, sacando brillo a su cacharro, al que mimaba más que a cualquiera de sus hijas. Aunque nuestra relación no pudiera calificarse de estrecha, no hizo falta que dijera nada para que ella supiera de inmediato por qué había ido a verla.
- ¡Oh, vaya! - me dijo dejando caer su trapo. - Imagino que te quitaste la máscara...
De modo que fuimos a su casa y volví a quitármela delante de ella. Al igual que había sucedido con Gorrlaus, produje en ella un ataque incontrolado de risa acompañado de enormes lagrimones que se deslizaban por su vieja máscara blanca. Media hora después, sin dejar de reírse, consiguió decirme que mi padre vivía en un basurero enorme que había en un cuadrante poco frecuentado por la flota. Se ofreció a llevarme hasta allí, como si aquello pudiera compensar todos el sufrimiento que me estaba causando.
- No creo que encontremos a tu padre, - añadió, - pero, al menos, estarás más a gusto viviendo entre tus semejantes.
Partimos apenas unas horas después en su autobús amarillo. Tuuli, a la que había puesto al corriente de mi desgracia, pero que era demasiado sensible como para atreverse a verme sin máscara, vino a despedirse acompañada por sus dos novios. Vi cómo empequeñecían a medida que nuestro vehículo se alejaba rumbo al espacio exterior y entristecí al comprender que nunca volveríamos a vernos.
Unas horas después llegamos a mi nuevo hogar, un pequeño sistema solar compuesto por una triste estrella y varios planetas enanos que giraban estúpidamente en torno a ella. Al aproximarnos a la atmósfera del planeta de mi padre, tuvimos la mala suerte de chocar contra una especie de sartén espacial, lo que provocó una avería en nuestro autobús y el subsiguiente aterrizaje forzoso que acabó con la trágica muerte de mi madre. Aunque salí ilesa del accidente, perdí el conocimiento y cuando horas más tarde volvió a hacerse la luz, fue sólo de forma gradual. Lo primero que recuerdo fue la presencia de dos sombras moviéndose torpemente entre lo restos de nuestra nave. Vi cómo se aproximaban al cuerpo inerte de mi madre, al que le retiraron la máscara con ayuda de un palo.
- ¿Has visto eso? – escupió uno de aquellas criaturas en un idioma muy primitivo.
- ¡Es asqueroso! – le contestó el otro. - ¡Eh! ¡Aquí hay otro!
Y al notar que esos dos seres borrosos se me acercaban, quise apartarme, pero mi cuerpo, que no respondía a las órdenes del cerebro, permaneció allí inmóvil, convirtiéndome en presa fácil para los dos nativos.
- ¡Quítale la coraza! – sugirió el que estaba más lejos.
Y entonces me pregunté qué habría hecho yo para merecer aquello, pues en aquellos momentos lo último que necesitaba era que se rieran de mí por tercera vez.
- ¡Joder! – dijo el del palo al verme. - ¡Pero si está buenísima! Es clavadita a Scarlett Johansson…
- Pero, ¿qué dices? Querrás decir a Keira Knightley… - le discutió el otro.
Y mientras aquellos dos monstruos trataban de determinar a qué estrella del firmamento cinematográfico me parecía más, fui recuperando la capacidad de enfoque hasta poder verles y constatar que sí, que aquellos dos horribles engendros se parecían mucho a mí y encima eran imbéciles, pero que tendría que acostumbrarme a vivir entre ellos por culpa de aquel desliz de mi madre.
- Y, ¿de dónde habrá salido esta chica? – oí que decía uno mientras me sacaban de allí a rastras.
- ¡Yo qué sé! - comentó el otro. - La habrá abducido la cosa esa que estaba junto a ella…
Y al alejarnos de allí en su vehículo primitivo, rogué a todos los dioses por que en aquel basurero, al que llamaban Tierra, hubiera alguna persona con dos dedos de frente con la que poder mantener una conversación razonable de vez en cuando.
Digamos que esta es mi historia y que así se la cuento a mis nietos. Digamos que unos años después de mi llegada a este planeta pude encontrar a ese alguien especial que me hizo “tilín” y ante el cual pude desnudarme sin causarle un ataque de risa; que acabamos formando una familia en este mundo en que no hace falta llevar máscara más que un día al año, aunque sé de muchos que insisten en llevarla puesta los otros 364 también.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

jajaja pues a mí me encanta esta historia, y ha mejorado bastante con el final!!!

Natalia dijo...

Bueno, pues me alegra que te parezca así :)

Anónimo dijo...

pues me ha gustado como has desarrolado el cuento......

Jordim dijo...

buena historia, y buen final.

Kurtz dijo...

Noctu:

Hola. Este ya me lo conocía :)

Te enlazo

Natalia dijo...

Je, je... Yo también me he pasado por tu blog, pero no he tenido tiempo de ponerme a leer las historias. La que escribiste con la temática de "máscaras" me pareció la hostia :)